El artículo 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos contempla la libertad de circulación, que abarca tanto el turismo como a la migración y se ubica cerca al exilio. Las “visas” fueron convertidas en mercancía política, con hondo sentido discriminatorio y de “selección natural” entre elegidos y parias, entre autorizados y condenados para pisar un determinado suelo. Los pobres del mundo están rechazados de antemano, solo podrán llegar como migrantes “ilegales” superando inimaginables obstáculos, trampas e indolencias. Jets, barcos, suites, para turistas; pateras, cercados de alambre, perros de caza, desierto, selva, para inmigrantes. Adentro de sus fronteras todos podrán ser turistas, aunque sea de clase económica sin acceso a las mismas garantías y capacidades del resto.
El turista según la clase (superlujo, primera, segunda) paga por recorrer, explorar y conocer otras culturas y modos de ser humanos sin habitar el lugar. Hombres y mujeres migrantes pagan extorsiones y chantajes buscando sobrevivencia, seguridad y oportunidades inciertas. Ambos fenómenos, Turismo libre y Migración forzada, aunque distantes recuerdan la importancia del derecho humano a circular libremente, sin discriminación y con dignidad y a responder igual. Las dinámicas de la globalización han multiplicado la circulación de turistas en masa y de migrantes en éxodo. La media es de alrededor de 300 millones de migrantes, 1500 millones de turistas y al menos 70 millones en situación de esclavitud, trasladados en silencio de un lugar a otro. Los turistas en masa no corren peligro alguno, así lo registran millones de fotos. Migrantes en éxodo, en cambio, en su tránsito, perdieron la vida más de 67 mil en la última década y se suman desaparecidos, torturados y encarcelados en total olvido, es el reflejo de las caras del mundo de hoy, una de privilegio para pasear a donde se quiera porque se puede pagar y otra de huida, sin nada. Los turistas en masa son conducidos por empresarios y los migrantes por mulas, mafias, coyotes y criminales que los explotan y violentan.
Turistas en masa y migrantes en éxodo, son parte del mapa de desigualdad en un mundo de avaros creadores de injusticia y de riqueza privada, sin empatía ni solidaridad, que valoran lo que sirve a sus negocios y desvalorizan lo demás. La circulación de los turistas ofrece confort y seguridad, mientras la de migrantes es de carencias, insegura. Este derecho visibiliza estructuras de poder y control del espacio como lugar de disfrute para el turista que explora culturas y paisajes y de sobrevivencia sin garantías para migrantes en lucha por un espacio. La diferencia de percepción, valoración y sentido del humano que pensamos en un espacio revela las desigualdades y catástrofes de la globalización.
Los pobladores ven a los turistas como prosperidad, creen que el turismo es salvación, que traerá dinero para mejorar su bienestar, beneficios, ingresos, empleo, inversiones y modernidad, pero puede también esconder daños irreparables a la población local en su economía, cultura y vida cotidiana, convertir un lugar en paraíso o en infierno. Ámsterdam, Venecia, Barcelona, Santorini, Tailandia, entre otros lugares, han empezado a rechazar no al turista, si no a la “turistificación” o mercantilización que hacen los empresarios dirigiendo turistas en masa, muchas veces carentes de responsabilidad y reciprocidad con lo ajeno, que con sus actuaciones afectan la vida colectiva y el bien común de los residentes, impactan en la cultura, identidades y entornos de vida del lugar.
Cuando los turistas no respetan los lugares visitados y a sus residentes, están cometiendo asalto, violencia, rompiendo la tranquilidad, silencio y buen vivir, provocando encierro y condiciones para que ocurran alzas de precios por especulación, pagos de obras, servicios y adecuaciones con sus propios tributos, en tanto los “intermediarios”, se quedan con el botín y se olvidan del interés y bienestar del colectivo que los acoge. Resulta proporcional que a más turistas mayor sea la demanda de servicios y la tendencia de llegada de migrantes. Los turistas gastan dinero en alojamiento, comida, transporte, entretenimiento, generan ingresos para algunas empresas locales (y franquicias globales), atraen inversiones, pueden estimular una mejor estética y diseño de infraestructuras y paisajes, modernizar aeropuertos, carreteras, transporte público, mejorar servicios básicos (agua, electricidad, salud, internet, aseo) y crear conciencia de conservación de patrimonios.
También puede ser fuente de destrucción, alteración de culturas y tejidos sociales, de agresión a la población residente, debilitar vínculos de pasado y presente, cambiar totalmente la vida de un lugar. Turismo y migración pueden ser oportunidades o fórmulas de alteración, de desastres humanos y paisajísticos. Muchas ciudades y poblados protestan contra el comportamiento de hordas que no respetan nada a su paso. Una ciudad de Japón construyó una cortina y barreras de hierro para impedir a los extranjeros tomar fotos al monte Fuji. El mayor rechazo es contra la gentrificación causada por el flujo de clase media y alta que “compra” para reconstruir y desplaza a los habitantes más pobres, encarece precios y aumenta el costo de la vida cotidiana de los residentes reduciendo el bienestar.
Intranquilidad, inseguridades, violencias, irrespetos, negación de derechos e intromisiones en la vida de los hogares tradicionales, pueden ser provocados por turismo o migración, con consecuencias de desarraigo, ocupación o toma de bienes comunes (parques, calles) afectación y perdidas culturales. El empresario tiende a comercializar la cultura, tradiciones y prácticas locales, empujadas a adaptarse a la fuerza para satisfacer las expectativas de los turistas, al costo de erosionar la identidad cultural de la comunidad o trivializar aspectos importantes del patrimonio local como su silencio y paz.
El turismo de masas puede ofrecer beneficios para una ciudad o un lugar, impulsar la economía, crear empleo y mejorar infraestructuras, pero requiere ser puesto en su lugar en el contexto local. Los gobernantes no pueden asumir, per-se, que turismo es conexión y desarrollo y la migración retroceso, los dos fenómenos por estar asociados al derecho humano a la libre circulación presentan desafíos para maximizar beneficios colectivos con mínimas consecuencias negativas. Es obligación construir estrategias con la participación directa de las comunidades, que son las portadoras de la soberanía local y la cultura propia en calidad de residentes.
La voz residente (constituyente) tiene que estar por encima de los buenos negocios para pocos o de la urgencia política para cumplir metas electorales. Solo una gestión responsable para fijar reglas y acuerdos basadas en derechos, para el turismo y la migración, podrá garantizar el trato respetuoso a la gente que vive y habita el lugar y podrá asegurar que el turismo contribuya efectivamente al desarrollo integral y sostenible de un lugar y sus gentes.