Tengo todo lo que cualquier ser humano desearía para estar feliz. Una familia unida. Un empleo con un salario envidiable. Dos hermosos hijos de una bondad increíble. También, he cumplido gran parte de mis sueños. Creo fervientemente en Dios, pero aun así sufro de momentos de tremendo desgano de una angustia infinita que me quita toda motivación para hacer cualquier cosa. Desearía dejar de existir, reposar eternamente como un bebé en la cuna de la muerte, pero el apego a mis seres queridos me obliga a seguir sufriendo esta vida.
Fui diagnosticado con síndrome maníaco depresivo. Eso mismo que se llama bipolaridad. Vivir una vida de altibajos, unos días triste y otros días en una felicidad ficticia cuando uno se cree todo poderoso, hace planes y proyectos locos y piensa que todo lo puede. Después viene el aterrizaje forzoso desde esa nube en la que se subió y uno termina brutalmente aporreado. Así estoy ahora, hay momentos, más que todo en la noche, en que la angustia llega a niveles alarmantes y lo único que puedo hacer es pedirle a Dios que no permita que caiga en el infinito abismo. Él me escucha y me rescata. Salgo de ahí, pero vuelve a repetirse ese maldito ciclo.
El diagnóstico es sencillo, unas cuantas preguntas y ya. Todos los síntomas le indican al psiquiatra que uno sufre esta enfermedad.
Pero afuera, nadie habla de ella, nadie cree en ella, hay que vivir fingiendo felicidad y normalidad porque los problemas no dan tregua y hay que vivir así duela. Si te muestras melancólico la sociedad te aísla tus "amigos" saben que estás enfermo, pero prefieren hablar de otra cosa. Hasta a mí me pasa, nunca he tocado el tema con otras personas que sufren lo mismo. Incluso gente cercana a mí. Es un tema incómodo.
A veces pienso que cuando los libros de autosuperación dicen "no estás deprimido, estás distraído" tienen razón, que simplemente es una pataleta del paciente acostumbrado a una vida suave y buena y que cuando se enfrenta a la dura realidad sufre estos episodios. Sea como sea, la única realidad es que hay momentos en que somos incapaces de ser felices. Pensé que los medicamentos me ayudarían. Me formularon litio, lo probé unas semanas, pero no sentí mejoría. Mis episodios de depresión eran menos intensos, pero el precio a pagar era que en la etapa de euforia vivía una vida plana, sin emociones.
No sé ni para qué escribo esto. Tal vez como una terapia porque ahora mismo me siento mal. O tal vez para no sentirme tan solo teniendo un dialogo imaginario donde se puedan tocar temas que la gente esquiva. Cualquiera sea el motivo y después de un paseo con mi hijo por campo abierto me siento un tris mejor. Ojalá esta fuera la cura definitiva, no lo es. Pero ayuda. Al final, como dijo Charlie García: "y los lunes ya me sien-to-bien".