¿Cómo están funcionando nuestras democracias frente a los retos planetarios actuales? Los problemas de las sociedades de nuestro tiempo, aquellos que mueven complejos determinadores del rumbo colectivo, que afectan la vida de todos y todas de forma concreta y sustantiva, trascienden en intensidad, profundidad y extensión las capacidades institucionales acumuladas en la modernidad; veamos sintéticamente las principales manifestaciones del incendio que nos ronda:
Con la dinámica de cambio climático la existencia está amenazada; sabemos que la supervivencia planetaria ha tenido múltiples ciclos históricos y que la dinámica climática ha generado en sus génesis inimaginadas transiciones, extinciones y emergencias de vida; sin embargo, los actuales indicadores de calentamiento global permiten afirmar que no solo el tejido humano, sino la pervivencia del planeta todo, está en riesgo latente. Es necesario escuchar el grito ahogado de los últimos informes científicos sobre los niveles de calentamiento del planeta que son muy poco alentadores, a pesar de los sofismas y falacias con los cuales se soslaya la situación.
La crisis energética genera verdaderos trastornos en los procesos productivos y extiende brechas y diferencias entre territorios y modelos de desarrollo; pero sobre todo establece límites a los procesos productivistas de tendencia moderna que sus principales agentes se niegan a escuchar y afrontar. Revisemos simplemente las recientes imágenes satelitales que muestran los mapas de calor a nivel de la contaminación por uso de combustibles fósiles y la depresión de fuentes de agua por el uso para fines hidroeléctricos.
La creciente desigualdad en y entre sociedades, afectadas por hambrunas y migraciones que rompen las fronteras de los estados nacionales, hace que la movilidad humana en condiciones de sobrevivencia se esté volviendo el mayor síntoma de precarización en casi todos los continentes. Observemos los índices de sostenibilidad global y veremos el grafico de unas economías suntuosas que se niegan a decrecer y el vector del hambre que crece en las naciones periféricas.
Las violencias se sostienen como mal endémico que destruye hábitat en extensos territorios. Importantes regiones del planeta se han vuelto botín de guerra y dejan a su paso Estados y organizaciones internacionales inoperantes y al borde de declararse fallidas frente a muy diversas formas de autoritarismo y armamentismo. Lo que pasa en la Franja de Gaza y en Ucrania nos dice de la inoperancia creciente de los tratados humanitarios y del sinsentido guerrerista en que han caído los poderes hegemónicos para lograr establecer su propia agenda geoestratégica.
Tenemos gran tensión con la apropiación desigual de la tecnología y el conocimiento como factor de subsistencia planetaria; mientras ciertas áreas metropolitanas trasnacionales concentran desarrollos tecnológicos e innovaciones, otras áreas se ven privadas del acceso a la generación de conocimientos y tecnologías para su sostenibilidad, haciéndose más vulnerables al riesgo vital. El postulado de ir hacia sociedades del conocimiento tiene en el revés de la trama una dinámica de sociedades del desconocimiento que arrasan la biodiversidad y la diferencia cultural y de saberes.
Con esos asuntos que operan como catalizadores de grandes conflictos humanos y sociales, vivimos contemporáneamente en unas sociedades fracturadas, solo ligadas a través de la seducción, del consumo, del entretenimiento manipulado que nos aleja de afrontar los nudos que nos ahogan. Cada núcleo social se ha vuelto autorreferencial, reducido a sus propios intereses y vocaciones; se han roto los puentes entre la vida y las mediaciones culturales e institucionales que idealmente tramitarían las diferencias y los conflictos.
En esas condiciones la vida colectiva no es sostenible desde el punto de vista de la coexistencia pacífica; la salud mental y la sana relación entre diversas formas culturales y ciudadanas están distantes; tenemos una sociedad en tensión permanente que no cabe en el funcionamiento de los estados nacionales y que se desborda frente a los mercados especulativos y a sus espejos de derroche suntuoso. Se buscan alternativas de adaptación al cambio climático, flexibilización en la movilidad humana, estabilización con prudencia de la producción, de los mercados y los consumos; se busca ampliar la agenda de derechos más allá de lo humano, se busca parar las guerras, en su mayoría movilizadas por la apropiación de recursos, se busca superar las miradas estereotipadas y estigmatizadas entre sociedades y culturas, pero no se logra mucho avance; persiste y crece el hambre, la soledad de multitudes, la falta de escucha, el armamentismo, la deriva de ciudadanías aisladas en el individualismo y en un lenguaje políticamente correcto, pero muy alejado de las realidades y entornos de protección vital.
Los viejos dispositivos políticos de toma de decisiones colectivas, sobre la base del funcionamiento del estado nacional y los mercados globales, tienen presencia precaria; las democracias entran en pánico
Los viejos dispositivos políticos de toma de decisiones colectivas, instalados sobre la base del funcionamiento del estado nacional y de los mercados globales, tienen una presencia precaria; en ese contexto, las democracias entran en pánico. Situados en estas calendas nos toca repensar y redefinir las rutas virtuosas de sociedad, valorando esas profundas crisis institucionales, recuperando el diálogo sobre el sentido de existencia y de orientación común, porque quizás lo que está en crisis es la forma como nos hemos estado humanando en relación con el resto de los seres y fuerzas vivas del planeta. Al parecer con estos modelos de humanidad, comunidad, estado y mercado, no tenemos salida; parece que no logramos encontrar consensos mínimos al respecto. Mientras los problemas nos avanzan en el cotidiano y se toman el sentido común, las instituciones democráticas se habitan en suspenso.