Democracia y polarización

Democracia y polarización

"Después de dos siglos de violencia en gran parte vinculada a la política y la exacerbación de las emociones es hora de que comencemos a hacer de este país una verdadera democracia"

Por: Juan Pablo González Escallón
marzo 16, 2018
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Democracia y polarización

Las elecciones presidenciales han levantado en la actualidad grandes divergencias en la ciudadanía. Este fenómeno se ha catalogado con el nombre de polarización. Para algunos esto resulta totalmente natural, de hecho identifican a este como un rasgo fundamental de lo que significa hacer parte de una democracia. Y desde luego, sería absurdo querer afirmar que en una democracia no deberían existir diferencias de pensamiento y, por lo tanto, una gran variedad de posturas. Estas diferencias, parece evidente, son necesarias para el debate público. Sin embargo, cabe preguntarse ¿qué es la polarización?, ¿existe solamente una raíz para este fenómeno? De no ser así ¿son todos los tipos de polarización sanos para la construcción de una democracia? Y por lo tanto hay que responder también ¿qué es fundamentalmente una democracia?

En lo concerniente al tema que nos compete, se debe empezar por comprender qué significa la polarización. Esta designa la “orientación en dos direcciones contrapuestas”[1] de alguna cosa —ya sea un objeto o una persona— En este caso, claro está, lo que nos interesa es la ocasión en que se hace referencia a la orientación contrapuesta de dos o más grupos de personas. Ahora bien, dado que el ser humano no es un objeto inanimado, puede afirmarse con total confianza que aquél está en la capacidad de orientarse por lo menos de dos formas, a saber: ya sea a causa de un agente externo que lo manipula como a cualquier otro objeto para guiarlo en una dirección específica —es decir, como objeto pasivo de una acción—; o ya, por su propia determinación —en otras palabras, como agente de la acción—. Así, por ejemplo, un individuo puede emitir juicios sobre alguien con base en las evidencias claras que tiene de esta persona; o puede reaccionar a partir de las emociones y prejuicios que en él haya movilizado esa otra persona o alguien más. En este sentido, considero correcto afirmar que las personas se encuentran en la capacidad de generar una polarización, pero también pueden ser polarizadas. Además es prudente agregar que entonces la polarización, en ambos casos, puede ser movilizada a través de la razón, pero también por medio de las pasiones.[2]

Con lo anterior ya se vislumbra que no existe una sola raíz para este fenómeno, sino que en el menor de los casos este tiene dos. La polarización puede, por tanto, surgir a partir de la orientación que otro ejerce sobre mí, o de la orientación que yo ejerzo sobre mí mismo. De estas dos posibilidades se desprenden cuatro opciones, las cuales son: en primer lugar, que el otro me oriente apelando a mí razón; en segundo lugar, que ese otro me guíe a través de mis emociones; en tercer lugar, que yo me oriente por medio de mí razón; y en cuarto lugar, que sea yo quien me guíe a mí mismo a través de mis emociones. Centrando la atención en la primera y tercera vía puede verse que existe una mediación del sujeto orientado sobre la decisión de ser o no participe de una polarización. Al fin y al cabo la razón puede ayudar al individuo a saber hasta qué punto está o no dispuesto a polarizarse o ser polarizado —a la luz de ciertas evidencias y un análisis riguroso—. Además, en tanto ejercicio continuo, la razón debería permitir mantener abierta la posibilidad de cuestionarse sobre las posturas tomadas con anterioridad. Por otra parte, si ahora se observan con detenimiento las demás vías señaladas puede aceptarse que no es tan clara la intervención del sujeto orientado como mediador de la acción. Las pasiones o emociones no implican la detención y el cuestionamiento sino la simple movilización y el padecimiento de algo[3] que por lo general tiene sus raíces fuera de la persona. Podría incluso afirmarse que, en la cuarta vía, la única razón por la cual un individuo puede elegir guiarse a sí mismo a través de sus emociones es por la mediación de su propia voluntad y la aceptación de éstas como correctas o buenas en cuanto le acontecen —sin que esto signifique que en algún momento se las cuestione—. De esta manera, siempre que las pasiones o emociones gobiernan la orientación del individuo, este deviene objeto pasivo de un movimiento y en el menor de los casos se limita a reafirmarlas sin detenerse a analizarlas.

Sabiendo esto, sin temor a un equívoco se puede aseverar que las polarizaciones no surgen siempre por medio de la construcción de diversos pensamientos reflexivos, sino que también pueden utilizar las pasiones como instrumento. Que además dichas divergencias pueden ser impuestas al sujeto sin que este se dé cuenta, o que pueden ser escogidas por un individuo conscientemente. De hecho, es común ver grandes diferencias en las opiniones políticas cuya única fundamentación son presupuestos y prejuicios jalonados por las pasiones; en vez de que sea el análisis minucioso lo que guíe la opinión en los temas tratados. Dicho tipo de dinámica puede observarse con claridad cuando uno u otro político decide difundir por los medios de comunicación o en presentaciones públicas afirmaciones que aparentan tener un carácter de verdad pero que en último término resultan ser meras conjeturas sin evidencias claras que las respalden. Lo único que terminan causando estas aseveraciones sin fundamento —y probablemente lo que buscan desde un principio— es aumentar la empatía de quienes ya se encuentran siguiendo a un candidato; y, en otros casos, desarrollarla en quienes no han optado por una opción o quienes están vinculados a otra. Mediante este tipo de prácticas no solo se ayuda a elevar la figura de uno u otro político a la de una especie de víctima heroica—mesiánica, sino que de paso se aprovecha para causar una visibilización del supuesto “enemigo” que hay que destruir. Ahora bien, para generar una verdadera disposición al conflicto no se puede permitir que se reconozca en el otro a un semejante. Razón por la cual las manipulaciones ejercidas por los políticos para polarizar no sólo deben centrarse en lo posible sobre el jalonamiento de las pasiones hacia una empatía; sino que a la vez necesitan buscar la banalización y desacreditación de las otras posturas. En otras palabras, la empatía que buscan crear en los ciudadanos no ha de ser una empatía generalizada hacia los demás, sino particular y direccionada  hacia ellos. Así pues, por un lado y otro se crean y replican las creencias infundamentadas en la existencia constate de conspiraciones y persecuciones mientras se moldea al mismo tiempo la figura de un “enemigo” que pierde cada vez más sus rasgos humanos en el imaginario de las masas en contraposición.

Para lograr este tipo de manipulación la magnificación de los hechos que afecta a uno u otro político y el uso de epítetos descalificativos junto con su divulgación es necesaria. De un lado y otro se puede escuchar constantemente como se lanzan insultos y buscan creativas formas de referirse al otro de manera peyorativa sólo por tener una postura política diferente. Las discusiones se zanjan antes de que empiecen pues, directa o indirectamente, el otro es tildado de ignorante desde el primer momento. Las referencias a la animalidad como un rasgo distintivo de quienes se oponen a uno u otro partido nunca sobran. La pedantería resalta a la vista en cada uno de los interlocutores y los argumentos desaparecen para dar paso a los sarcasmos y los ataques ad hominem[4]. Esto parece bastante contradictorio para quienes en otros escenarios defienden hasta las últimas consecuencias la importancia del cuidado en el uso del lenguaje para el cambio social. Pero no se trata de una contradicción argumentativa, sino de una falta de coherencia práctica en tanto su espíritu se encuentra en esos escenarios escindido. Sin darse cuenta, los interlocutores caen muchas veces en una manipulación emocional creada por los políticos que busca reforzar la polarización asegurando a la vez la imposibilidad de abrir el dialogo con el otro. En estos casos no es la razón a lo que los políticos buscan apelar en sus seguidores, sino a sus pasiones. Y es que desde luego, los políticos no necesitan mentes críticas que los cuestionen a cada paso de su camino hacia el poder, sino adeptos que repitan una y otra vez las letanías que estos les inculcan para que se las graven como mandamientos.

Desde luego, esta no es una práctica nueva en el mundo, desde hace muchísimo tiempo atrás estos “servidores públicos” vienen concentrándose en servirse de la manipulación emocional de sus posibles votantes para poder ejercer el poder. No obstante, es claro que los medios masivos de comunicación y el inconmensurable flujo de información que se mueve a través de estos a gran velocidad ayudan bastante a que estas tácticas tengan mayor alcance. La identificación de cada extremo con valores por todos enunciados, pero cuyo significado se muestra vacío en la generalidad en tanto cambia de un grupo a otro, siempre es utilizada para dibujar la imagen de redentor frente a sus respectivas audiencias. Todo esto mientras se edifica a su vez en los otros la figura del mal y el demonio. Esta táctica tiene dos rostros: por un lado el político, en tanto busca generar una cohesión e inclusive alienación del individuo en la masa se le muestra con su imagen más amable, como el camino de la salvación, portador de una verdad revelada que debe repetirse y seguirse al pie de la letra; por otro lado, y para reiterar su pretensión de verdad muestra su rostro más despiadado con los otros, fundamentándose en lógicas del miedo hacia el resto para orientar al rebaño por el camino que ellos deseen[5]. Todos ellos intentan fundir su figura a nociones como las de esperanza o la justicia mientras vinculan a sus contendores —de forma explícita o implícita— con sentimientos más viscerales. De aquí que todos busquen encontrarse cercanos a la figura del caudillo, algunos inclusive se correlacionan directamente con figuras del pasado que les ayuden a fortalecer estas identificaciones.

Hasta aquí el somero análisis realizado al concepto de polarización. Falta ahora saber si ésta realmente es buena para un gobierno democrático, si no lo es, o hasta qué punto puede serlo. Para esto antes que nada es necesario entender qué es una democracia. Por supuesto, es ya generalmente conocida su definición más simple y clara, la democracia es primordialmente “el gobierno del pueblo”. Dicho tipo de gobierno surge por lo general del acuerdo entre una mayoría que se impone sobre el desacuerdo de una minoría[6]. Pero además debe haber en ella también el garante de protección de dichas minorías, como quedó en evidencia después de los horrores de la SHOAH y los GULAG rusos –entre otros acontecimientos históricos—. Entonces, podría decirse que la democracia es el gobierno de un pueblo, considerándose a este por lo general como la mayoría vencedora que elige el rumbo de una nación sin dejar de garantizar los derechos de aquellos que hacen parte de la minoría vencida mediante el sufragio u otros mecanismos más complejos. Esto conlleva a admitir que dentro de ella, en el menor de los casos, existe una división binaria de tendencias —cuando no de más—. He aquí que en cierta medida pueda aceptarse que la democracia implica una polarización.

Sin embargo, como ya se vio, la polarización bien puede ser producida por un agente externo al sujeto o por el sujeto mismo; y a su vez puede basarse, ya sea en la razón, o ya en las pasiones para su desarrollo ¿Puede decirse entonces que todo tipo de polarización es inherente a la democracia y sana para su funcionamiento?

Si se empieza por examinar la polarización surgida y gobernada a partir de la razón podría afirmarse con facilidad que este tipo de divergencia esta intrínsecamente ligada a los sistemas democráticos. Esto, en primer lugar, en tanto resulta muy difícil que un pueblo esté por completo de acuerdo sobre la dirección que deben tomar y por lo tanto se hace necesaria la capacidad deliberativa. Además, este tipo de polarización permite, por un lado, abrir el diálogo y el debate entre diferentes posturas con el fin de analizarlas cuidadosamente y así distinguir cuál puede ser el mejor camino a seguir para garantizar los derechos de la ciudadanía y mejorar su bienestar. Por otro lado, dado que es una divergencia guiada por la razón deja abierto el camino a una reflexión continua sobre las decisiones tomadas y se mantiene accesible a la posibilidad del cuestionamiento externo e interno de lo planteado. Sin disolver la tensión entre las posibles diferentes posturas, la que se podría llamar una polarización razonada, logra abrir el camino hacia una construcción conjunta de nación mientras se deconstruyen los presupuestos. En ella, dado que se apela siempre a la razón propia y la del otro hay un reconocimiento integral de los demás como seres humanos y como interlocutores políticos válidos[7].

Por otra parte, si se revisa con detenimiento los casos en que polarización es alimentada primordialmente a través de las pasiones el panorama es muy diferente. En este tipo de divergencia no se da cabida al cuestionamiento sino que, por el contrario, se guía al sujeto por un movimiento ciego que lo jalona —ya sea que dicha movilización se haya impuesto por un agente externo o por el propio individuo—. De aquí que se disuelva la posibilidad de reconocimiento del otro en su particularidad como interlocutor válido. La empatía[8] —que podría ser el motor para generar un vínculo con los demás— solo puede abrir las puertas a la identificación con aquél que se encuentra movilizado por exactamente la misma pasión. Los otros, todos aquellos que se encuentran por fuera de dicha emoción, resultan entonces extraños, lejanos —y en el caso específico devienen casi inhumanos—. A mismo tiempo, en tanto se genera un vínculo con aquél que está afectado por la misma emoción y se desestima correlativamente al resto, la palabra del primero comienza a adquirir mayor relevancia que las de aquellos por fuera de esa burbuja sin que necesariamente el discurso del primero tenga que ser cierto. Inclusive puede afirmarse que el lazo generado por la polarización emocional o pasional no es el del reconocimiento del otro como individuo y por sus particularidades. Más bien se trata de la identificación de sí mismo en la figura del otro. Por lo tanto, se descubre que este tipo polarización no sólo implica la negación de los otros, los opositores, en tanto diferentes; sino que incluso conlleva el ocultamiento de aquellos a quienes se considera semejantes, en la medida que sólo se logra una identificación con ellos por medio del reflejo de sí mismo que se les impone como una máscara.

Así pues, se observa desde un principio que la polarización emocional o pasional no facilita la construcción común y democrática sino que por el contrario la dificulta incluso llegando a obstruir el reconocimiento básico del otro como igual en derechos. De aquí que a través de ella se pueda saltar tan fácilmente —escalando los conflictos— a agresiones de diferentes tipos hacia los otros, ya sea mediante acusaciones sin evidencias claras o por medio de ataques verbales y físicos[9]. De aquí también que sea la forma predilecta utilizada por políticos de diferentes posturas para manipular a la ciudadanía. Forma que a la vez es replicada por los diversos seguidores con gran facilidad sin cabida a cuestionamiento alguno.

Por otro lado, puede incluso llegar a afirmarse que este último tipo de polarización no sólo obstaculiza —como ya se ha visto— el desarrollo de una democracia, sino que está en total contradicción con ella ¿En qué sentido? Pues bien, si como se ha afirmado se entiende por democracia “el gobierno del pueblo”, cabe entonces preguntarse si bajo el reinado de la polarización emocional o pasional es el pueblo quien realmente está ejerciendo el poder y el gobierno. Si en este tipo de polarización no hay cabida para la deliberación sino que se busca tan sólo movilizar una masa con base en sentimientos de esperanzas y odios, si el sujeto no tiene realmente una participación activa en este proceso sino que es orientado por agentes externos ¿realmente se puede hablar de que es el pueblo quien gobierna?

La democracia es “el gobierno del pueblo”, pero este no puede existir realmente si los individuos que conforman a dicho pueblo no son capaces primero de gobernarse primero a sí mismos —lo que, claro está, implica un control de sus pasiones—. Mientras esto no suceda, no se puede realmente hablar siquiera de estar en una democracia pues: en primer lugar, se desvanece poco a poco la posibilidad de reconocimiento del otro como interlocutor válido; y en segundo lugar, los que terminan siendo agentes del accionar general son los políticos y no los ciudadanos. He aquí, que hasta no ser capaces de generar polarización guiada a través de la razón, estando constantemente dispuestos a la reflexión, más que vivir en un sistema democrático tendría entonces que decirse que vivimos en una especie de politicracia sobre las pasiones o una pathocracia aprovechada por los políticos. Un sistema donde los ciudadanos son gobernados por los políticos que manipulan sus emociones para que “tomen posición” donde y cuando ellos quieran de tal manera que se acomoden a su beneficio. En lo que respecta al escritor, considera que después de dos siglos de violencia en gran parte vinculada a la política y la exacerbación de las emociones es hora de que comencemos a hacer de este país una verdadera democracia ¡Polarización sí!, ¡pero razonada y no una dirigida por la emoción y el fanatismo!

[1] Tomado del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, versión digital: http://dle.rae.es/?id=TVRHd1t

[2] Es importante resaltar que lo expresado no implica una exclusión mutua entre la razón y las pasiones a la hora de actuar. Es decir, de lo dicho en este texto no se puede concluir que el ser humano deba actuar solamente a través de la razón o por medio de las pasiones —lo cual sería de hecho una sugerencia imposible de realizar—. Lo que se busca es descubrir cuál de estas facultades debe comandar la acción en el contexto mencionado para contribuir a la construcción de una democracia; si ambas contribuyen de igual forma; o si ninguna de las dos lo hace.

[3] Basta para comprender esto remitirse a lo que denotan estas palabras. Por un lado, la palabra pasión está emparentada con el término griego παθος (pathos), que designa un “accidente”; un “cambo de forma”; “algo que se padece” o por lo cual se es movido. Por otro lado, la palabra emoción que proveniente del latín emotio, comparte su raíz con el término motio o movimiento, lo que significa que la emoción es la movilización o afección generada en nosotros por algo. Para esto puede consultarse el diccionario LSJ Greek Lexicon. El mismo diccionario de la RAE brinda ya luces sobre el asunto.

[4] Para quienes no lo sepan esta es una expresión latina que en español traduce “contra un hombre”. Se considera como una falacia argumentativa utilizada por uno de los interlocutores involucrados en una conversación para desacreditar lo dicho por el otro mediante un discurso que lo ataca en tanto persona en vez de contra-argumentar lo que se ha expuesto.

[5] Es probable que el ojo inexperto haya leído hasta este punto el texto mientras identifica la descripción aquí realizada con todo tipo de posturas políticas a excepción de la suya. A este tipo de lector se le sugiere también evaluar con cuidado sus propias posiciones al igual que sus ídolos. El sólo hecho de no haber cuestionado esto ni abrirse a cuestionarlo ya dice mucho de la situación en que se encuentra alguien con respecto a estos temas. Por lo menos en lo que a mí respecta no he logrado encontrar político alguno que logre escapar a estos esquemas.

[6] Desde luego podría darse el caso donde absolutamente todo el pueblo estuviese de acuerdo. Ejemplos de esto pueden ser los derechos fundamentales, que por lo menos en teoría deberían ser deseados por todos.

[7] De nuevo se recalca que esta vía no excluye a las pasiones. Lo único que aquí sucede es que éstas se encuentran gobernadas por la razón, más no se admite que hayan desaparecido o que deban hacerlo.

[8] Termino también proveniente del griego ἐμπαθεια (empatheia) que significa “estar en la emoción o pasión”. Esto sucede más aun en el caso de la política, en el que como ya se señaló, no se intenta jalonar a este tipo de sentimiento hacia lo general sino, por el contrario, direccionarlo a algo u alguien particular.

[9] Es cierto que en varios de los cambios históricos las emociones han desempeñado su papel para generar cohesión. Así, se podrían nombrar —como lo hace un artículo de Simón Ganitsky—: la revolución francesa; la lucha por la igualdad de las razas; los mismos movimientos independentistas; las batallas por los derechos de las mujeres; entre otros acontecimientos. Pero entonces también deberían mencionarse  los movimientos fascistas de Alemania e Italia; las discriminaciones por parte de israelitas a palestinos; las constantes violencias intrafamiliares y hacia las mujeres; los innumerables y cotidianos asesinatos en peleas callejeras; la violencia causada por el fanatismo hacia los deportes o las religiones; e incluso las mismas guerras que han perdurado en Colombia por más de doscientos años.

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