Atendiendo a la interpretación exegética del concepto “polarización política”, no podríamos definir la actual confrontación electoral, como la vivencia típica por la que esté transitando Colombia, en pleno ejercicio democrático, puesto que sus protagonistas son debatientes naturales, propuestos desde sus orígenes con ideas contrapuestas y totalmente antagónicas, sobre el régimen y sistema de manejo del Estado.
La polarización conlleva a un escenario de insultos permanentes y de un dogmatismo excluyente, que establecería la formación de dos países diferentes en el mismo escenario, distinguibles por la charlatanería y fraseología que anuncia cambios necesarios, radicales e inminentes en contra de otro país más real que expone la inequidad económica y social, urgida de soluciones pragmáticas y reformas estructurales, a corto y mediano plazo.
Colombia ha superado la polarización política, de eso se puede aseverar con cierta seguridad, al evaluar objetivamente el aparente enfrentamiento entre quienes apoyarán al candidato del Centro democrático, al que seguramente se unirán otras corrientes de interés particular y los que estarán radicalizando sus posiciones, en la izquierda populista, impuesta desde una tendencia ortodoxa, establecida por sagaces personajes desde foros como el de Sao Paulo o modelos malogrados, ya probados en decadencia y cuyo discurso, aún atrae a incautos y pasionales autócratas.
Esta realidad de la situación política y social del país, no necesariamente tiene que considerársele mala ni perjudicial, en tanto se permita la competencia de las ideas y la discusión respetuosa sobre planteamientos distribuidos en el contexto de las experiencias, conocimientos adquiridos o asesorías de los mejores, a los candidatos, para que propongan en público, serios y formales programas de gobierno, que sobrepasen la discusión infértil y las peleas mezquinas de políticos, preocupados en principio solo por sobrevivir al mismo canibalismo fratricida en la obtención del poder y su autorización, para ejercerlo por lo menos durante cuatro años.
En este estadio del ejercicio electoral, aun bajo esos degradantes esquemas de propaganda negra, institucionalizada como composición del marketing electoral, se le permite al ciudadano consciente de la importancia de su participación y capacidad como elector, entender y conocer mejor a su vecino, compañero de trabajo, cliente, copartidario, compatriota y hasta correligionario que en pleno derecho y uso de la facultad de libre expresión, hace evidente su tendencia e inclinación contraria, registrada en una de las dos corrientes sin que esto sea determinante del concepto de polarización, a más que ser una pantomima del disenso y la inestabilidad política y social, en que normalmente se desenvuelve la vida dentro de esos espacios de discusión.
No cuenta para el pueblo ya, las diferencias personales de los políticos en campaña y antagonistas de sus propuestas, pues al final ellos terminarán abrazándose y haciendo componendas y acuerdos programáticos y de los otros, mientras los obtusos parroquianos creían irreconciliables los intereses por los que fueron aguijoneados para promover la elección y hacer a su candidato ganador, en tanto que deben continuar en el diario vivir, trabajando y produciendo por el sustento de la familia y el cumplimiento de la metas que conforman su proyecto de vida.
El tema hay que tomarlo en serio, sobre todo por parte del ciudadano elector, quien tiene la potestad de rubricar en el día electoral, a quien por mandato constitucional se le otorga el poder, para que objetivamente conduzca a la nación por la vía del progreso y la prosperidad.