¿Democracia participativa?
Opinión

¿Democracia participativa?

El juego del poder sin deliberación

Por:
marzo 02, 2017
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Los parlamentos, como su nombre lo trae a la memoria, surgen por la necesidad sentida de encontrar en la decisión un punto de deliberación, de deliberación por medio de la palabra hablada (parlare); que la orden no se ponga en ejecución sin la participación de las personas a quienes pueda afectar y, en verdad, afecta. Es un hecho.

La porción de derechos que se ceden, para que sean administrados por otro —Estado u organización social—, tiene por contrapartida, la posibilidad de interferir, de intervenir, de encontrar postura de desacuerdo, de acuerdo o, por lo menos, de deliberación: la política.

En la Grecia antigua la participación en la organización del ‘Estado-Ciudad’ era directa, pues, por la obviedad de almas que acudían a la discusión la decisión se podía adoptar de manera personal; por ello, solo por ello, las funciones se discernían sin que existiera un mandato; así se proferían las decisiones, entre otras, las de justicia. Así por ejemplo se condenó a Sócrates, que bien o mal, con justeza o sin ella, el tono fue en clave de deliberación personal, antecedente de los denominados posteriormente Jurados de conciencia en los trámites criminales, que lo condenaron por la deliberación[1]: ‘(…) por eso en los diálogos platónicos encontramos tantos retos, y tan pocos preceptos. De aquí, también su permanente realce del preguntar que ninguna respuesta agota. La pregunta, lejos de poner de manifiesto una ignorancia, desvela la disarmonía de mis saberes y, en este sentido, es esclarecedora de mi estado. El  preguntar supone arrojar la luz de la interrogación donde antes estaba la tiniebla de lo aproblemático’. El juego del poder se encuentra entonces en la pregunta y en la respuesta de saberes y, por supuesto, en últimas, de decisión; un bello arte del conocimiento, pero también de la imposición que en la decisión se logra. Aquí, en persona.

Pero las sociedades sufren complejas relaciones. En Roma, la ciudadanía se extendía y era la retórica del poder la que se imponía; retórica basada en las armas y la expansión; el Senado, coadministraba, pero era la autoritas, en mandato, la fuerza del poder, de la expansión, del imperio; la deliberación se imponía, obvio, ya por mandato; así la historia pasa y pasa en deliberación.

En el Estado Nación, la representación en la Democracia se hizo más que necesaria, se daba como un dato dado y, por supuesto, sin relación con quien lo ejercía; es decir, sin que, como en derecho civil, el mandato fuera el pacto y su contenido controlable; de esa manera se comportó la historia, en democracia representativa y por décadas sin fin.

Posteriormente se impuso al golpe del desprestigio del mandato sin responsabilidad, uno que tenuemente debía ofrecer cuentas de su quehacer; no solo en control político al ejecutivo, sino incluso hasta retirándolo del cargo a él y a los representantes del pueblo, por medio de lo que se ha denominado la pérdida de investidura. Son épocas de la representación con responsabilidad frente al elector y por la ejecución indebida o ausencia de ejecución del mandato.

Se conforma el control, por la ejecución del mandato, por la deliberación, la responsabilidad ante el elector; no es extraña entonces la revocatoria del mandato.

 

¿Es posible el juego de la ‘democracia’ sin deliberación?
Es por lo menos una señal del agotamiento de la democracia
o un ejemplo perverso para las nuevas generaciones

 

La Constitución de 1991 la contempla y en qué forma: (i) la democracia en participación ‘(…) el voto, el plebiscito, el referendo, la consulta popular, el cabildo abierto, la iniciativa legislativa y la revocatoria del mandato (…)’[2]; (ii) ‘Los miembros de cuerpos colegiados de elección directa representan al pueblo, y deberán actuar consultando la justicia y el bien común. (…)

El elegido es responsable políticamente ante la sociedad y frente a sus electores del cumplimiento de las obligaciones propias de su investidura’[3]; y, (iii) los ‘(…) sistemas de participación ciudadana que permitan vigilar la gestión pública que se cumpla en los diversos niveles administrativos (…)’[4].

La deliberación, punto de inicio y llegada en una democracia; con mayor razón, en la democracia participativa. ¿Qué está ocurriendo entonces?  Se convierte, gracias al denominado ‘fast track’, en un cadáver insepulto que, como van las cosas, será utilizado para todo; ¿es posible el juego de la ‘democracia’ sin deliberación? Es por lo menos una señal del agotamiento de la democracia o un ejemplo perverso para las nuevas generaciones.

[1] Gregorio LURI MEDRANO. EL PROCESO DE SÓCRATES. SÓCRATES Y LA TRANSPOSICIÓN DEL SOCRATISMO. Editorial Trotta. Madrid. 1998. Pág. 74 y 75

[2] Art. 103.

[3] ARTICULO 133. (modificado por el artículo 5 del Acto Legislativo 1 de 2009)

[4] Art. 270.

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