Democracia paleolítica
Opinión

Democracia paleolítica

Las viejas prácticas democráticas y sus resultados predecibles serán los que definirán el reacomodamiento de la misma clase política sin gobierno y que nos mal gobierna

Por:
enero 13, 2018
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Duele referirse con encono suficiente a la maltrecha democracia que a golpes de bayonetas y fusiles hemos intentado construir en este martirizado territorio. Nuestro esmirriado ánimo a veces tuerce el cuello y se entrega al infortunio para no seguir padeciendo como en un castigo divino, los caprichos de un Dios vapuleador.

Un aire espeso como de altura glacial se respira en esta democracia asmática y de pocos pulmones. Cada vez que intentamos enderezar el rumbo, un viento malévolo hace su agosto y nos condena a transitar por los viejos y gastados caminos de la clientela cautiva y el voto comprado.

Nuestras prácticas democráticas semejan a una serpiente cuya única opción sería morderse su propia cola. De tal forma que así, destila su propio veneno para ella y al mismo tiempo, lo consume en su miseria reptil como alimento. Una sociedad envenenada sin suero antiofídico que contrarreste el efecto de su toxina.

En la montaña rusa de la democracia colombiana parece que -esta vez- nos tocó la bajada más peligrosa y el vértigo vomitivo mas intenso jamás experimentado en ese accidentado viaje. Curiosamente, en tiempos de aparente paz y convivencia porque la guerra infinita se aleja, los partidos y movimientos políticos y demás agrupaciones similares, se han ensañado en continuar la confrontación con una combinación de distintas formas de lucha.

Parece que ese aforismo marxista-comunista de la guerra de guerrillas se trasladara -quien lo creyera- a los partidos políticos del establecimiento, esos mismos al que dicho aforismo intentó aniquilar sin fortuna.

 

En tiempos de aparente paz y convivencia
los partidos y movimientos políticos  se han ensañado
en continuar la confrontación con una combinación de distintas formas de lucha

 

Se intentó contener el transfuguismo y entonces los políticos mutaron en un transgénico familiar bien curioso: renunciaron a sus derechos políticos y heredaron a sus cónyuges, sobrinos, hermanos, padres y demás en otros partidos y movimientos, para mantener el poder y la clientela a la que tienen seguro derecho. Se despojaron de las filiaciones y de la brizna de ideología que esgrimían como “el pellejo de una culebra”; con una facilidad casi que de naturaleza evolucionada y luego seguir tan campante ante sus electores.

Se intentó con las listas cerradas para supuestamente fortalecer a los partidos políticos y terminamos aplazando el empujón necesario de cualquier democracia moderna y a cambio, perpetuamos a los caudillos, manzanillos y caciques de una monarquía de papel de barrilete que brillan con luz propia en su pequeño incendio personal mientras la devoran las llamas de su megalomanía de parroquia.

Se intentó visibilizar a las víctimas con la formalidad de unas curules para el necesario estatus político de quienes soportaron el peso del conflicto armado y nos dimos de frente con la tapia de la mezquindad de una patria boba que no cesa.

Seguiremos a futuro intentando ponerle un sacoleva al orangután (con el perdón de los simios) que estamos criando en el zoológico de la política nacional y regional, con la fe del carbonero analfabeta y hambriento.

Después del ejercicio democrático de este año pocas cosas seguramente cambiarán en el mapa político colombiano. Las viejas prácticas democráticas y sus resultados predecibles serán los que definirán el reacomodamiento de la misma clase política sin gobierno y que nos mal gobierna.

El periodo Paleolítico en el que hemos vivido en nuestra democracia ha enseñado que con piedras y palos resolvemos las diferencias y antagonismos, que siendo tribus nómadas nos sentimos más cómodos yendo de un lado a otro en las praderas y sabanas de las ideologías remendadas con tenues puntadas; y que nos acostamos con cualquiera y donde nos coja la noche, mientras guardamos la esperanza que otro sol vendrá por nosotros.

Coda: Max Weber (1864-1920) nos recuerda que “desde la aparición del Estado constitucional y más completamente desde la instauración de la democracia, el demagogo es la figura típica del jefe político en Occidente.”

 

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