Democracia en grietas, ¿democracia utópica?

Democracia en grietas, ¿democracia utópica?

La adhesión a la democracia solo se logra luchando contra nosotros mismos: contra nuestra formación arcaica

Por: Piedad Ortega Valencia. Profesora Universidad Pedagógica Nacional
agosto 22, 2023
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Democracia en grietas, ¿democracia utópica?

¿Por qué tanto ruido y tanto desespero? ¿Por qué las paredes gritan? ¿Por qué tanta ausencia y tanto miedo? ¿Por qué producimos tanta hipocresía? ¿Por qué hemos instalado el desprecio?

Hipocresía y desprecio, la de muchos de nosotros(as) educadores(as), quienes preferimos muchas veces estar anestesiados y pasar desapercibidos.

Intento dar cuenta de los sentidos de la democracia como expresión de la vida misma y de los modos en que estamos juntos. Pero sucede que la autoridad está desvanecida en sus entrañas, se resbala en un puente colgante de ambigüedades y autoritarismos y se torna de un color viscoso.

La palabra necesita de la escucha. Qué tiempos y qué espacios requerimos para recepcionar "las memorias del conflicto, la presencia de todos los relatos, la emergencia de las narrativas", no porque sean la verdad (no es esta la intención) sino porque los conflictos tienen sus memorias y al no ser tramitados se han quedado en nuestra piel habitando en cicatrices que se abren de cuando en vez. Hay prevenciones acumuladas.  Hay traducciones que se hacen del otro o de la otra desde códigos, representaciones, moralismos y simbologías que excluyen y la exclusión tiene dos registros: la expulsión y la reclusión.

Por ello, si dejáramos de tener tanta retórica sobre la diferencia, la diversidad, la inclusión y la pluralidad, e intentáramos entregar más gestos éticos sin asepsias para poder conversar de lo que pasa, nos pasa y acontece en una cotidianidad, donde la democracia se viste con imágenes de puercoespín.

Soltar las palabras ya sea que estén oxidadas, mugrientas o ácidas. Pero soltarlas sin entregar gestos agresivos. Dejar que raspen y nos pesen, para intentar caminar en estos ámbitos de la democracia (en escenarios universitarios, espacios organizativos, en escuelas de educación popular y comunitaria; etc.)  Porque tenemos la urgencia de repensar la democracia en un aquí y un ahora. Presentar algunas situaciones hoy llevadas al límite, un límite ineludible. De ahí la pregunta que nos atraviesa: ¿Qué podemos decir entonces acerca de las siguientes imágenes sobre la democracia?

Una democracia en maderas resinosas que no acepta la crítica sobre todo si interpela e interroga.

Una democracia sin sujetos demócratas.

Una democracia que se instala en la epidermis inmunológica de amigos o enemigos.

Una democracia en la que el desacuerdo se asume como enemistad.

Una democracia que habita en un mundo de monólogos colectivos, uno muy similar al de los niños de 4 y 5 años, en el que, a una pregunta de uno, el otro responde con otras sobre un asunto que nada tiene que ver con lo formulado por el primero (Skliar, 2010).

Una democracia en la que se recrea el Ensayo sobre la ceguera de José Saramago donde hace presencia la tiranía del miedo que genera desconfianza hacia el otro ante la imposibilidad de ver más allá de lo que apunta a nuestros propios intereses. Ciegos, deambulamos por el mundo negándonos a ver, a verlo, a vernos.

Una democracia que se expresa en una trilogía de slogans existentes en nuestra cotidianidad como “deje así”, “no preocuparse demasiado”, “el que la hace la paga”.

Una democracia que duele por la servidumbre que llevamos a cuestas, por la ausencia de conversación, al decir de Skliar (2010), del agotamiento de la palabra –nuestra palabra–, cansada de no encontrar una interlocución que le devuelva la confianza al estar juntos. Afirma Silvia Dustchatzky (2013):

Hacer la experiencia de una vida democrática implica sobre todo una sensibilidad proclive a interesarse por lo que hay, abandonando el desencanto.

Tomarse en serio a los (as) jóvenes y a los niños (as) no supone proclamar sus derechos sino interrogar y experimentar con ellos (as), construir y buscar con ellos(as).

La democracia no es sólo un asunto de derechos jurídicos. Se trata del problema de las posibles formas de vida que se deben abrir como posibilidades y potencias en vez de clausurar.

Se trata de liberar fuerzas imaginativas que se sustraigan de políticas que nos aplanan en todos los planos vitales; económicos, sociales, simbólicos, afectivos, sexuales.

Se trata de inventar modos que amplíen nuestro poder de decidir y actuar en el medio de las tensiones en las que estamos[1]

Una democracia frágil.  Una democracia que nos convoca a pensar desde la angustia que nos produce estos modos que tenemos de tramitar los conflictos.  Estanislao Zuleta (2002) en su texto “La participación democrática y su relación con la educación”, sugiere que:

Hay que comenzar por reconocer que la adhesión a la democracia sólo la lograremos en lucha contra nosotros mismos: contra nuestra formación arcaica, contra nuestros anhelos de seguridad o de dogma, contra el afán de idealizar a alguien de tal manera que no nos quepan más dudas contra nuestra tendencia a despojarnos de la responsabilidad de la decisión y de la dificultad que implica el pensar por nosotros mismos[2].

Es dolorosa e inquietante la situación de la democracia, porque nos entrega la fotografía (en plural) de cómo estamos siendo en este tiempo -espacio de lo social- cotidiano. Lo que se dice, lo que nombramos, como representamos al otro, cómo asumimos la interpelación, y por supuesto desde donde reconocemos al otro en su singularidad y pluralidad.

Podemos revisar procedimientos, dinámicas, declaraciones, lineamientos, tonos, estilos, texturas, valores, etc, pero el asunto es mucho más grave. Necesitamos conversar sobre nuestros posicionamientos y decisiones. Conversar sobre los modos en que sostenemos y transmitimos la autoridad. Conversar sobre los acentos que necesita la democracia. Conversar sobre sus gestos y prácticas.

Es urgente, en medio del ruido y del vértigo, del desespero y el desasosiego, encontrar una orilla de serenidad y de escucha para poder dialogar desde el reconocimiento mutuo como interlocutores (as) en los procesos de demanda y exigencias de esta época.

Es urgente tomarse en serio los reclamos y preocupaciones de los(as) jóvenes.

Es urgente no seguir a la deriva[3].

Es urgente trabajar desde una pedagogía de las afecciones. Pedagogía que se sitúa en el mundo de lo sensible y de la sensibilidad social, para posibilitar un dialogo con nuestras corporeidades y con las memorias del conflicto desde la ética y la política. Una pedagogía que nos posibilite estar juntos y no cruelmente amontonados, afásicos y asépticos.

[1] Tomado de “ La escuela es un hervidero de cosas que no sabemos pensar”: https://www.clarin.com/edicion-impresa/escuela-hervidero-cosas-sabemos-pensar_0_HkF4cjboPQx.html

[2] Tomado de: https://journals.openedition.org/polis/8064

[3] Recreando la película “Y la nave va” de Federico Fellini, una metáfora del mundo fascinante, terrible e incómoda.

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