Democracia al estilo norteamericano
Opinión

Democracia al estilo norteamericano

¿Cómo explicar que en Estados Unidos de América hay democracia, cuando el candidato más opcionado a las elecciones de noviembre haya violado cuanta norma existe?

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febrero 20, 2024
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Dijo Abraham Lincoln en su famoso discurso de Gettysburg que la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. El discurso duró cinco minutos, no existía sonido, la gente estaba apenas acomodándose para escucharlo cuando ya había terminado. Hoy está escrito en mármol y los norteamericanos lo recitan de memoria.

Pero esa definición es un noble sueño, que ha prosperado en las instituciones norteamericanas con unas características tan particulares que casi lo desvirtúan. Uno podría transarse diciendo que universalmente la democracia es el sistema donde los intereses encontrados fijan unas reglas de juego para operar. De esas reglas nace la separación de poderes y la elección del gobierno. Pero no tienen que ser reglas iguales para todos, solo respetadas por la mayoría. La medida en que existan y sean acatadas, es la medida en que la democracia existe en algún lugar.

¿Cómo explicar que en Estados Unidos de América hay democracia, cuando el candidato que gana el voto popular puede perder la elección, que es de segundo grado; o que el candidato más opcionado a las próximas elecciones de noviembre haya violado cuanta norma existe, inclusive desconociendo el resultado electoral e incitando una rebelión popular contra el Congreso que iba a ratifica a su adversario, y presionando al gobernador de Georgia para cambiar los resultados, sin perder su carácter de candidato, o que sean las redes sociales manipuladas y el dinero,  y no los ciudadanos las que decidan la elección?

Cuando se estableció la unión americana y se expidió la Constitución de 1787, antes de la Revolución Francesa (una de cuyas causas importantes fue el costoso apoyo francés a la independencia norteamericana), el proceso de aceptación de los 13 estados originarios fue dilatado y complejo. Allí se negoció cuántos votos electorales tenia cada estado para elegir al presidente. Dos siglos y medio después, el país es otro, la población y su distribución son otros, los grupos raciales son otros, pero el mecanismo de repartición de votos electorales es inmutable. Para decirlo con un ejemplo práctico: California con 40 millones de habitantes tiene 55 votos electorales y Carolina del Norte con 9.5 millones tiene 15.

Para hacer las cosas más antidemocráticas, como se supone que cada estado es autónomo, cada estado elige presidente. Es decir, el candidato que saque el mayor número de delegados en cada estado arrastra los delegados de su oponente. Esa distribución inequitativa y ese mecanismo del ganador se lleva todo, tiende a favorecer a los Republicanos, mayoría en pequeños estados. Por eso Al Gore perdió la presidencia frente a George Bush, hijo, e Hilary Clinton frente a Trump, a pesar de haber ganado ambos el voto popular. En una elección reñida un solo Estado puede decidir la elección si con él se completan los 270 votos necesarios del colegio electoral. En cinco oportunidades el ganador ha perdido el voto popular


.Las intrigas partidistas y las millonarias campañas para ganar los estados que históricamente han sido indecisos (swing states) no conocen límites


Las intrigas partidistas y las millonarias campañas para ganar los estados que históricamente han sido indecisos (swing states) no conocen límites. No es tanto que se necesiten 70 millones de votos para ganar, sino que se necesitan 270 votos del colegio electoral. Una campaña de esas proporciones termina rigiéndose por eslóganes, por ataques a la personalidad de los candidatos (en este caso la edad, aunque ambos sean viejos) y por un escrutinio implacable de sus vidas públicas, familiares y personales, que haría sonrojar a cualquier candidato latinoamericano.

Luego vienen para el presidente elegido las negociaciones con el Congreso para sacar adelante su agenda, y si como suele suceder no tiene el control de ambas cámaras el proceso de negociación haría sonrojar también al más clientelista de los políticos colombianos. Célebre la instrucción de Abraham Lincoln, que nunca dijo una mentira según la tradición, a su vicepresidente cuando faltaban un par de votos para aprobar la ley de liberación de los esclavos “vaya y consígalos como sea, y no me cuente”.

Así que en la tierra que inventó la democracia moderna, y que se prepara para elegir presidente, no se cumple mucho el aforismo de Lincoln, pero si sus instrucciones.

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