Democracia

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"Nosotros los que creemos en un cambio fundamental no somos de derechas, ni de izquierdas, ni mucho menos de centro; somos idealistas y de aquí no nos vamos"

Por: Bryan Alcazar Marenco
marzo 15, 2018
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Democracia
Foto: Leonardo Muñoz / EFE

Son las diez de la mañana y me dispongo a votar. Un acto de valentía para unos. Un acto de idiotas para otros. Hace calor. El cielo está totalmente despejado y pocas aves se ven en el horizonte. Al salir de mi casa, me quedo un tiempo pensando qué ruta tomar hasta mi destino de votación. Ya mi padre ha salido a votar y mis hermanos también, algunos familiares esperan que la temperatura baje un poco. No los culpo. En una ciudad donde la máxima puede alcanzar 40° de temperatura, es comprensible huirle al sol.

Salgo caminando en dirección hacia mi punto de votación. Pienso que este domingo será un gran día para los que queremos un cambio, para quienes no nos compran con irrisorias sumas de dinero ni pensamos en ello. Es un día para demostrarle al establecimiento corrupto y perverso del Estado colombiano que existe otra Colombia, una mitad que cree en el cambio, que no se amilana, que sigue adelante. Caminando veo mucho tráfico, camionetas de distintas marcas llevan y traen personas de los distintos puntos de votación de la ciudad. Las personas dentro de ellas tienen rostro de satisfacción. Los conductores de las camionetas se les nota impacientes, ¿cuántos viajes tendrán programados para este día?, prefiero no pensarlo. Estoy seguro de que hoy habrá un cambio.

Al acercarme al lugar de votación, el flujo de personas va aumentando. Personas de todas las edades se cruzan por mis lados. Me sorprende ver ancianos caminando de la mano de sus hijos o nietos dirigirse a votar. Aunque, me sorprende más ver la cantidad de mujeres embarazadas y con niños en brazos que hacen fila para votar. Cualquier extranjero se sorprendería ante esta visión, ¡pero qué patriotismo la del colombiano! Salir a votar bajo esta temperatura infernal, exponer a sus recién nacidos a la insolación por demostrarle a cada crío, lo que es la democracia... Sí, de seguro eso pensarían. Analizando con detenimiento a cada persona que pasa al lado mío, veo que tienen en sus manos tarjetas con los distintos números a marcar, quizá con la antipedagógica estructura del tarjetón electoral necesiten una ayuda extra al estar en la intimidad del cubículo; pobres de nosotros, hasta para ejercer democracia es una confusión.

Al llegar a mi lugar de votación, me sorprende la fila. Le da la vuelta a la manzana por lo menos dos veces. El sol nos hace bendecir cada resquicio de sombra que nos permiten los raquíticos árboles del andén en el cual estamos arrumados. Me toca llenarme de paciencia y esperar que la fila avance. Una chispa de esperanza me recorre el cuerpo, las personas han salido a votar sin temores y pienso que este es el inicio del cambio.

A los pocos minutos de estar en la fila comienzan las inevitables conversaciones, diversas voces exponen las cualidades de sus candidatos; también prodigan insultos a los que creen ser sus adversarios políticos. De repente, escucho como un murmullo las diversas cantidades que les están pagando a cada una de esas personas que hacen la fila bajo el sol ardiente de un día de marzo, ¿estaré yo mal?, no me están pagando nada, ¿debería exigir un pago por ejercer la democracia? Me confunde las lógicas de la cultura política de mis compañeros de fila, el cambio que sentía se ha ido desvaneciendo de mi cuerpo y la esperanza es una quimera que pierdo mientras avanza la fila.

Me preguntan cuánto me están pagando por estar ahí, ¿les digo que nada?, ¿les digo que lo hago verdaderamente porque quiero? Me resuelvo a responder con la verdad; estoy aquí porque creo en un cambio, porque estoy seguro de que, con mi voto Colombia será un país mejor, les digo a quienes me escuchan. El alboroto fue grande después de mis palabras. Las risas ahogaban los mismos rayos de sol que nos asfixiaban a esa hora de la mañana. No podía entenderlos. Sus lógicas eran distintas a las mías. Ellos recibían entre sesenta mil y ochenta mil por su voto, por su confianza, por su futura vida política y social. Yo recibía el sol, el calor, la humedad de un día de marzo. El cambio que sentía al despertar ese domingo once de marzo se fue yendo lentamente como las aguas de un arroyo hacia el río Magdalena.

No quedaba esperanza alguna al salir de mi punto de votación. Solo la convicción de que he hecho valer mi deber. Porque nosotros los que creemos en un cambio fundamental, no somos de derechas, ni de izquierdas, ni mucho menos de centro; somos idealistas, y de aquí no nos vamos.

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