Celebro ver a las Farc y al Gobierno sentados, juntos y unidos, firmando la PAZ en Cartagena, frente al mundo entero. Juntos a través de los medios, y unidos, porque es la primera vez, después de más de medio siglo de guerra, que se firma un verdadero acuerdo de PAZ, comprensivo de todos los asuntos básicos, y rodeado de todas las garantías posibles, nacionales e internacionales, para asegurar que ambas partes cumplan.
Tan grande y ambiciosa es la tarea que viene hacia delante, que bien se puede decir que lo hecho hasta hoy, podría ser deleznable, si no se sientan bases sólidas para construir una nueva nación, una casa inclusiva, que cobije a todos los colombianos por igual.
El trabajo que hoy comienza, ha de ser colectivo, hasta Uribe y su combo, los más encarnizados opositores al proceso, deberían colaborar, al menos en la construcción de la nueva sociedad, en lugar de estar, como perros de presa, apostando al eventual fracaso inicial para hacer trizas al candidato del Gobierno y alzarse con la presea de la Presidencia de la República en el 2018.
El trabajo que hoy comienza, ha de ser colectivo,
hasta Uribe y su combo deberían colaborar,
al menos en la construcción de la nueva sociedad
Para quienes están pensando que cinco escaños en el Senado, e igual número en la Cámara es demasiado para que las Farc firmen, se desarmen y cumplan, basta la analizar el confidencial de revista Semana del pasado 3 de septiembre, en el que se hace una “interesante comparación” con lo otorgado en otros procesos de paz recientes.
En Angola, después de una horrible violencia, en la que se juntó la guerra por la independencia con la terrible y más larga guerra civil de África, aunque más corta que la nuestra, las dos guerras sumadas duraron 41 años, desde 1961 hasta 2002. Para que los alzados en armas firmaran la paz, se les entregó el 31,8 % del parlamento, 70 de las 220 curules, y además les encimaron cuatro ministerios, siete viceministerios y siete embajadas.
En el acuerdo de paz que se firmó en Nepal, entre el Gobierno y el Partido Maoísta en 2006, y los rebeldes recibieron 83 de los 330 escaños del parlamento, el 25 % del total, y “de ñapa”, nada menos que cinco ministerios.
La guerrilla de Sudán no se tranzó por menos del 28% del Congreso, 126 de las 450 curules, más la vicepresidencia y ocho ministerios; solo así se logró firmar una paz después de un sangriento conflicto, que el propio presidente Salva Kiir el año pasado, firmó aduciendo “una gran reserva” porque lo hacía, según él, bajo presión internacional.
Muchos nunca hemos podido olvidar las imágenes de los niños famélicos de Biafra, por la espantosa hambruna que azotó a esa nación por el conflicto interno, más conocida hoy como la Guerra Civil de Nigeria, ocurrida desde 1967 hasta 1970, imágenes que inundaban los, aún precarios medios masivos en el mundo. Para firmar la paz, la guerrilla exigió 24 de los 76 escaños del Congreso, casi el 32%.
¿Y qué tal Sierra Leona? Donde el Frente Revolucionario Unido –FRU-, solo aceptó firmar la paz cuando el Gobierno les entregó la vicepresidencia, cuatro ministerios y cuatro viceministerios; para detener un terrible río de sangre, con horribles masacres, dantescas amputaciones de miembros, el reclutamiento indiscriminado y masivo de niños, situación captada pálidamente, en la taquillera película Diamante de Sangre, protagonizada por Leonardo di Caprio, pero la realidad fue peor.
Lo que debemos es felicitar al equipo negociador de La Habana, por haber logrado algo tan equitativo, para el Gobierno, para la propia sociedad, como para la misma guerrilla de las Farc, pues este acuerdo es, desde todo punto de vista, un gana-gana para ambas partes.
Sin eximir a las Farc de la responsabilidad que les cabe, les deseo que ojalá obtengan muchas más curules, que al menos exceden con creces, a la UP en 1986, porque así se construye la democracia.
Escrito en la heroica ciudad de Cartagena de Indias y publicado el 26 de septiembre de 2016, día glorioso para Colombia, de gran optimismo para la nación.
Yo Sí voto el próximo domingo 2 de octubre.