Demagogia, populismo y vergüenza

Demagogia, populismo y vergüenza

"No precisamos soluciones superficiales ni discursos alentadores que nos alejen de lo realmente necesario. No permitamos que nos brinden ideas desnutridas"

Por: CARLOS ANDRÉS SALAS
septiembre 25, 2020
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Demagogia, populismo y vergüenza
Foto: 123RF

La Real Academia de la Lengua Española define la demagogia como la práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular; y la degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder. Aristóteles, en La Política, la precisa como la corrupción de la democracia, una forma “impura” de gobierno; afirma que una de las formas “puras” de gobierno es la democracia; y concluye que cuando el interés general cambia por el interés particular de quienes gobiernan, la democracia degenera en demagogia. Y Abraham Lincoln acertadamente afirmó que “la demagogia es la capacidad de vestir las ideas menores con palabras mayores”.

Ahora bien, el individualismo es el reconocimiento de las diferencias, tanto sociales, naturales y económicas; es el reconocimiento de la libertad, esa que como individuo tiene el ser humano per se para tomar sus propias decisiones, limitado solo por el derecho de los demás individuos. Sin embargo, para el demagogo no hay individuos, existen las masas, el pueblo, el colectivismo; no porque no crea en ello, sino que su propósito es coartar las libertades en busca de un bien común. Omiten las individualidades con el único propósito de generar estándares e igualar con fastuosos discursos a las masas.

Hace cientos de años que esa forma de hacer política es popular y hoy continúa vigente. Está corrompiendo las democracias, especialmente en América Latina y Colombia es uno de los amplios escenarios. En una tierra amante del caudillismo, la demagogia pasa desapercibida. Los demagogos halagan a los ciudadanos dando máxima importancia a sus sentimientos. Buscan enfocar la acción política en función de los mismos, supeditando la ley al capricho del pueblo. La demagogia está desplazando a los científicos, profesionales y expertos, para la toma de decisiones y la elaboración de políticas públicas.

Los aduladores de masas dicen lo que el pueblo quiere escuchar. Hace poco lo vivimos: el pueblo indignado por los recurrentes casos de abuso sexual contra menores de edad pidió a gritos que se castigara a dichos criminales con cadena perpetua. En este país abundan los demagogos, y muchos tomaron la bandera de la cadena perpetua en defensa de los niños, pero con el único fin de satisfacer a esa masa furibunda, en busca de réditos políticos. Los demagogos lo convirtieron en proyecto de ley, a pesar de contradecir toda evidencia científica y aún por encima de los presupuestos constitucionales. Celebraron como si con su propuesta le hubiesen puesto fin a tal aberración y que una vez firmada dicha ley estos casos desaparecerían; sin detenerse a tratar el problema social en sí mismo. El resultado de esta iniciativa será la venganza por el acto cometido, pero detrás de él no habrá resultado significativo en la disminución de los casos. ¿Qué pasó? ¿Dónde quedó la opinión de los expertos? Eso no interesa, cuando de seducir masas se trata. En el mundo, el populismo y la ciencia van por rumbos muy distintos.

Hoy día existe una organización de origen internacional, cuya misión es diseñar mejores políticas públicas. En la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (Ocde), en colaboración con los gobiernos, los responsables de políticas públicas y con los ciudadanos, trabajan para establecer estándares internacionales y proponer soluciones basadas en datos empíricos a diversos retos sociales, económicos y medioambientales. Es un centro de conocimientos para la recopilación de datos y de análisis, de intercambio de experiencias y de buenas prácticas. En total son 37 países miembros. Colombia a partir de este año hace parte de ese exclusivo club. Pertenecer al reconocido “club de los países ricos” requiere una inversión de miles de millones de pesos, pero el beneficio que podría generar en materia económica y social sugiere que la inversión sería insignificante.

A la Ocde la rodean un sinnúmero de expertos en materia económica y otras ciencias, que están analizando datos de nuestro país, ubicándonos en perspectiva con las cifras de los demás países miembros, para trazar una ruta clara, que permita lograr los objetivos consagrados en la misión de la organización. Dicha ruta, podrá ser adoptada por Colombia, sin que sea obligatorio que lo haga.

Aquellos expertos han concluido que los impuestos en el país son un gran obstáculo para el desarrollo y proponen un sistema tributario simple: reducir las cargas y multiplicar las actuales exenciones, entre otras medidas. Cualquiera que en un debate político proponga las soluciones dadas por la Ocde no obtendría ni un solo voto, no porque ello carezca de interés, sino porque no concurre a la corriente conocida; en cambio aquel que propone indiscriminadamente cumplir con todos los caprichos que demanda el pueblo, sin sustentar en debida forma su propuesta o justificar los recursos económicos para cumplir con ellas, sin duda, sería el ganador. Lamentablemente, en este país hay muchos adeptos al populismo, que, por definición es la adopción o propuestas de medidas políticas que no buscan el bienestar o el progreso de un país, sino que tratan de conseguir la aceptación de los votantes sin importar las consecuencias.

Qué difícil es vender estas soluciones al pueblo colombiano, aún más, cuando hoy solo es importante la postura del demagogo, del populista y su opinión al respecto de determinado tema, su concepto o su interpretación. El pueblo no escucha la ciencia, sino al politiquero con discurso obvio, sin propuestas serias o sustentadas en evidencia científica. En este punto podríamos discurrir sobre la necesidad de impulsar el acceso y la calidad de la educación, para propender por un pueblo que fundamente sus decisiones en razones y no en emociones…

Qué vergüenza con la OCDE y con la comunidad internacional. Contamos con docenas de expertos en diferentes áreas, con la disciplina, experiencia y reconocimientos, trabajando exhaustivamente en propuestas viables para mejorar las condiciones de todos los colombianos, pero nosotros elegiremos a un candidato que dice saber cuál es la mejor forma de desarrollo social, político y económico, aunque los resultados y las evidencias digan lo contrario. En la carrera entre la ciencia y la demagogia, el último lleva la delantera.

Esta breve exposición seguramente nos recuerda decenas de nombres que personifican dichos conceptos, políticos de izquierda a derecha, formas de hacer política que no poseen ideología alguna. Como sociedad deberíamos reflexionar respecto a cómo se viene desarrollando el tema político en el país, observando bien, deteniéndonos a reconocer a los demagogos y a los populistas, recordando que su fin no es el bienestar de sus votantes, sino la obtención o el mantenimiento del poder. Colombia es un país con hambre de desarrollo y con insuficiencias profundas. No precisamos soluciones superficiales ni discursos alentadores que nos alejen de lo realmente necesario. No permitamos que nos brinden ideas desnutridas; alimentemos las expectativas con fundamentos científicos, económicos, psicológicos y legales. El plato está servido. ¡No coma cuento, ni trague entero!

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