Cuando cursaba grado once, las campañas de los personeros hacían reír a unos, pero también lograban atrapar a muchos incautos que se dejaban cautivar con promesas incumplibles y ensoñaciones desbordadas: "haremos una piscina en el patio del colegio, eliminaremos el uniforme y las clases de matemáticas, también nos vengaremos de quien nos rajó y la excursión de once será a Santiago de Chile".
Por supuesto, no estoy en contra de que un colegio (público) tenga piscina, pero es muy obtuso creer que un personero tenga el poder de gestión para transformar o hacer estos cambios. Aun así, el que propuso la “piscina en el patio del colegio” ganó, pero no pudo hacer nada, ni siquiera una pequeña alberca o un nuevo lavamanos. Igual, se pavoneó durante todo el año con su novia y grupo de amigos, pero de cosas prácticas, nada. Ni siquiera pudieron cambiar al profesor de matemáticas que siguió rajando a mi hermano que ya casi se gradúa del mismo colegio.
Con el reconocimiento y la crítica contra la coordinadora del colegio consiguió más renombre. De hecho, siguió usando el caballito del lenguaje social para avanzar en sus proyectos personales hasta ser concejal. Se llenaba la boca hablando de la equidad, la justicia social, la lucha de clases y la defensa de los derechos de los trabajadores, pero trabajaba poco, administrativamente era un fiasco y ni siquiera iba a las sesiones de debate.
Una que otra foto con líderes sociales de la localidad en Facebook e Instagram entregando mercados y misión cumplida, todos contentos. Al final sus electores se dieron cuenta del fiasco y dejaron de votar por él. Sin algún proyecto aprobado, dejó la política y nunca supe más de él.
Este es un claro ejemplo de las perversiones de la demagogia que se repiten una y otra vez en nuestra historia nacional. Aspirantes que mientras juegan con un balón de fútbol prometen casas para todos, agua, salud y educación, pero al llegar a la presidencia nos endeudan con préstamos y deudas impagables.
Le temo a la demagogia porque también está presente en nuestras aulas de clase, en las campañas para ocupar cargos de decanos en la Pedagógica. "Matrículas gratis para todos", "haremos un nuevo edificio como el de la Sergio Arboleda", "habrá becas de maestría para todos", "sacaremos a la elite de la calle 72" y "quienes vivan en Bosa y Usme tendrán admisión automática" son algunas de las paparruchas que circulan por los pasillos de la universidad.
Para realizar estas transformaciones se necesita un pacto colectivo de las fuerzas vivas de la Pedagógica, sin excluir a los demás al estilo estalinista: un gran pacto colectivo requiere la voz de todos. Cabe anotar que no necesitamos la irrupción de los intereses políticos externos que ven a los estudiantes como “ganado electoral”. Las decanaturas deben ser el fin, el telos, no el trampolín.
Me preocupa que tanta charlatanería circule en el aire, atrapando de nuevo a los incautos. Ya sabemos cómo terminará esto. Quienes ocupan los cargos por puro interés personal no duran en ellos, ascienden rápidamente, pero dejan una tremenda inestabilidad administrativa en su paso. Mi voto será contra la demagogia, siempre por aquellas personas mejor formadas, con doctorados concluidos en el área clave que las facultades los necesitan, hijos de la casa.