Después de que la embajada de la Alemania Nazi cerró sus puertas en noviembre de 1943 Juan Roa Sierra nunca fue el mismo. Gracias a su hermano mayor Gabriel, quien era chofer de la embajada, Roa se convirtió en el portero del edificio. Cuando entró, en junio de 1941, se respiraba un ambiente de fiesta en el lugar. Las tropas de Hitler corrían las estepas rusas y aplastaban al Ejército Rojo. Francia estaba derrotado. Inglaterra no se decidía a entrar en confrontación y Estados Unidos se mantenía neutral. No había ninguna duda que Alemania ganaría la Guerra.
En el edificio de la embajada se leían los periódicos alemanes y Ostara la revista ocultista favorita de Hitler. Creada en 1905 por el cabalista y rosacruz Jorg Lanz Von Liebenfels, creadora de la secta Thule Gesellschaft, una sociedad secreta que instauró la teoría de la superioridad aria. No se sabe que funcionario le habló a Roa del Rosacrucismo, pero el joven veinteañero cayó rendido ante esas historias.
En esa época se respiraba en Bogotá la fiebre nazi. En 1938 Laureano Gómez promovió una Noche de los Cristales Rotos que tenía como fin destruir las vidrieras de los pocos locales judíos de la capital. En 1941 Navia Cajiao, el Ministro de Minas de Eduardo Santos, abucheó a Wiston Churchill en una película que veía en un cine en Bogotá. Los que lo conocían afirmaba que simpatizaba con la idelogía Nazi. De donde salía la propaganda hitleriana era de la embajada en Bogotá.
Doña Encarnación de Roa, la mamá del asesino, recuerda haber visto a su hijo guardando en su casa del barrio Restrepo imágenes con esvásticas. Juan Umland, el ocultista alemán al que vio dos días antes de dispararle a Gaitán, afirmó que llevó a su consultorio una foto de Hitler autografiada. Cuando el 27 de noviembre de 1943 Colombia decidió declararle la guerra a Alemania después de que acorazados nazis hundieran a tres buques colombianos en el Mar Caribe, Roa Sierra escupió la bandera nacional.
Juan Roa Sierra nunca volvería a ser el mismo. Sin trabajo se fue a vivir con Maria de Jesús Forero, una mujer casada con la que tuvo una hija. Ella lo recuerda mirarse durante horas frente a un espejo, acostado en la cama, sonriendo misteriosamente. Decía que si se miraba intensamente podía ver en el reflejo la silueta del general Santander. Roa Sierra creía que era la reencarnación del prócer. Las ideas rosacrucistas lo acechaban como una jauría de perros. María de Jesús, al verlo echado todo el día, decidió sacarlo de su vida. Roa, desesperado, empezó a ir al Teatro Capitol a escuchar a Gaitán, el hombre que ayudaría a los pobres, a los miserables.
Lo admiraba. Sus hermanos lo recuerdan hablar entusiasmado de la insuflada elocuencia del político. Le recordaba, en cierta manera y así estuvieran en las antípodas, a Adolfo Hitler. Durante 1947 lo esperaba todos los días en la oficina 407 de la carrera 7, número 14-35 del edificio Agustín Nieto donde oficiaba como abogado. Lo vio un par de veces y le pidió trabajo. Gaitán, sin darle largas, le dijo que él no hacía política ofreciendo puestos, que mejor le escribiera al presidente Mariano Ospina Pérez para que le resolviera el problema. Hay quienes dicen que ese fue el origen del desencanto y posterior resentimiento que terminaron llevándolo a disparar el 9 de abril contra Gaitán.
Cuando la gente lo arrastró por toda la carrera séptima hasta matarlo, cuando lo desnudaron, se dieron cuenta que tenía una particularidad: llevaba dos corbatas. En su delirio ya habitaba en él el espíritu del General Santander.