Pasé de la perplejidad al pánico cuando al caminar escuchando versiones de lo que se ha de hacer con el Acuerdo de La Habana me encontré con algún amigo que, pesaroso, muy pesaroso, no solo me solicitaba interceder con las posturas que presentara el expresidente Pastrana, sino que estaba a punto de llanto, al encontrar, según su criterio, que no se estaba aquel equipo de expertos a favor de la Justicia Transicional.
Horror, pensé. Y creí que era producto de un chascarrillo que se quería hacer, pues nada más alejado de la realidad, si precisamente allí lo que se busca es ajustar la justicia transicional para que pueda ser articulada; por eso, del desconcierto pasé a la perplejidad; pero al advertir que el discurso se iba tornando aún más fuerte, sin poder interponer argumento de interés, como es amigo, entré ahí sí en pánico. Me di cuenta que no se entendía nada.
Se expuso que los del Sí y los del No querían la paz; que el No ganó; que así las cosas, había que colaborar para sacar esta posibilidad de paz adelante; nada valía; se intentó entonces, pues fue fallido el intento, argumentar que el documento presentado por el exmandatario afirmaba y reafirmaba con precisión la necesidad de una justicia diversa a la ordinaria, que tal postura era un hecho y, que la justicia transicional debería ser transitoria; mejor dicho que estábamos de acuerdo; nada valía, seguía en el punto del supuesto rechazo de la postura del No, sin advertir lo que se decía a su favor; nada valía; la retahíla parecía un volcán en erupción; se nos vino la hecatombe pensé. Ya en pánico, no propiamente escénico, se me ocurrió afirmar algo que es una verdad de a puño, casi de Perogrullo: cómo va la gente a estar en desacuerdo con la existencia y puesta en escena de la justicia transicional, si ello ha sido un gran ensayo de la Suprema Corte, en donde los precedentes son del todo importantes y, como si fuera poco, ya patrimonio de la sociedad que, con ajustes y diferenciados esquemas serían la garantía para su existencia y, por supuesto, para los investigados; y ahí la de Troya; quién dijo miedo; desconoció el avance y afirmó la imposibilidad de tal igualdad —que nunca se planteó— frente a los nuevos sujetos de decisión en ese nuevo Tribunal.
No nos queremos escuchar; no existe respeto por la diferencia,
no queremos ni oír argumentos
que son del todo coincidentes con el otro
Sí, señoras y señores, como se dice y bien dicho: pálido reflejo; no nos queremos escuchar; no existe respeto por la diferencia, no queremos ni oír argumentos que son del todo coincidentes con el otro; vaya, vaya: el país del pluralismo, de la otredad, de la democracia participativa.
Aquí lo que falta, a más de un acuerdo nacional por la paz, es un compromiso personal por el otro, como si fuéramos uno: un delicado equilibrio que solo se alcanza con la voluntad de cada cual, de cada persona en su nivel y actividad; un controlar la emoción para que la razón mande y no los demonios rojos y negros del alma: fuera la cólera y el dolor. Los enemigos de lo más amigable: el argumento.
En familia todo comentamos, es un ejercicio para la posteridad que los hijos hagan propio el discurrir y, por supuesto, a gozar del diálogo y la tolerancia; ese delicado equilibrio debe reinar; por allí comienza la paz; y, de estas reflexiones me saca la hija cuando pregunta por la diferencia entre el Estado Conservador y el Estado Liberal; un caso práctico; qué bueno abrir la charla de comida con semejante planteamiento; se dijo entonces que la Constitución actual es liberal —no se habla de partido, sino de esquema, obvio—, por las forma de regular las libertades, la manera en que las autoridades deben velar por ellas y, la democracia participativa, además de encontrar un Estado Laico. Ya parecía todo resuelto cuando surge otro planteamiento, ese sí devastador: ¿y la izquierda y la derecha, como han funcionado? Lo lógico, con libertad, pero donde la centro derecha ha tenido mayor favor popular. Ufff. Y la de conclusión: ¿una Constitución liberal, con un gobierno de centro derecha? Pues sí, en delicado equilibrio; así somos, una sociedad que encuentra en su sabor todo, todo, menos cuando se trata por la misma democracia de imponer la idea, no con el argumento, sino con la imposición. Y allí acabó la rica charla.
Pero aun así, falta el argumento de salida: muy sencillo, desarmar las posturas; blindar la tolerancia y, encontrar la confianza en el péndulo del poder.