La polémica desatada por el nombramiento de una comisión militar para examinar los aspectos militares propios del cese bilateral del fuego definitivo, la dejación de armas y la desmovilización debe llamar a la reflexión sobre el papel de las Fuerzas Armadas en la sociedad y en el proceso de paz. Los detractores del proceso de negociación de La Habana han hecho una crítica acérrima a la participación de calificados oficiales como asesores de los negociadores del Gobierno en temas propios de su conocimiento profesional y experiencia actual como miembros activos de las distintas fuerzas. Para ello han acudido a la doctrina formalizada por Alberto Lleras en su famoso discurso en el Teatro Patria a comienzos del Frente Nacional cuando se determinó que la Fuerza Pública no debía ser deliberante, es decir partícipe de la actividad partidista que tanto la contaminó en la época de La Violencia interpartidista, que los dirigentes de los dos partidos tradicionales se habían comprometido a superar y corregir.
Por no deliberante se entendió una ciudadanía recortada al prohibirse la participación en actividades de los partidos políticos y cercenarse el derecho a elegir y ser elegidos a todos los integrantes de la Fuerza Pública. La neutralidad política de los militares y policías se consideró una garantía necesaria para que las armas de la República no se empuñaran a favor o en contra de uno u otro partido, como había sucedido en el pasado, y para evitar que la obediencia debida se pervirtiera en beneficio de determinada bandería partidaria. Sobre la práctica de esta prohibición seguramente se pronunciará, con análisis susceptibles de controversia, la Comisión de Esclarecimiento Histórico.
Lo que no se puede aceptar en la actualidad es que por no ser deliberantes, las Fuerzas Armadas deban sustraerse de prestar la contribución que su conocimiento y actividad le deben a la solución política negociada del conflicto armado. El Arte de la Guerra del maestro Sun Tzu no es otro que “vencer sin batallar.” Ese postulado tiene profundas implicaciones en la estrategia militar que debe ponerse al servicio de la concreción de los mecanismos idóneos para hacer del cese al fuego definitivo una victoria para el pueblo colombiano. Son muchas las horas de estudio, reflexión y discusión que se dedican anualmente en la Escuela Superior de Guerra, en los cursos de ascenso de los generales y en los demás espacios de cualificación, formación y preparación de la oficialidad para pretender que su aporte a la defensa de la soberanía y de las instituciones se limite a las duras faenas de guerrear, sin entender que guerrear es también evitar la batalla.
La Apreciación Político Estratégica Nacional que se actualiza y se debate de manera permanente debe estar por estos días dando el viraje hacia la contribución de la Fuerza Pública al difícil tema de los mecanismos más idóneos para contribuir a aclimatar la paz. Son muchas las diferencias que existen entre militares y civiles sobre esa apreciación, pero su trabajo conjunto es necesario para que posconflicto se desarrolle de manera constructiva para toda la Nación.
Por ello es altamente inconveniente pretender expandir el concepto del carácter no deliberante de las Fuerzas Armadas para aislarlas del proceso de paz, cuando sus integrantes son unos de los principales interesados. Nuestra Fuerza Pública, desde luego, no es deliberante. Invito a los detractores del proceso de paz a no pretender en convertirlas en no pensantes.
