Una de las ideas más peligrosas esgrimidas por la retórica uribista en los años más duros de la Seguridad Democrática, teorizada por José Obdulio Gaviria y presentada por Uribe el 20 de julio de 2009 en la instalación de la cuarta legislatura del Congreso, fue la del Estado de opinión como una evolución y síntesis del Estado de derecho. Es decir, un alegato a favor de la institucionalización de la dictadura de las mayorías; el régimen de la opinión popular y el ensalzamiento del monopolio de los medios tradicionales de comunicación. Una tesis peligrosa y profundamente antidemocrática. Justificada en el huracán electoral que fue Uribe entre 2002 y 2006. Con su golpe de gracia al bipartidismo histórico y la conformación de una coalición personalista en el Congreso.
Sin duda, durante esos años el uribismo logró consolidar un arraigo en sectores populares, así como una narrativa histórica apreciada por las élites, que vieron en un proyecto de origen regional la legitimación de buena parte de sus intereses.
Ante ese embrujo autoritario, el Estado de derecho, ese pilar demoliberal y garantista, se debía arrodillar.
El lamento de Uribe
A casi 20 años de su llegada al poder, es difícil encontrar un masivo apoyo entre los jóvenes hacía el uribismo, en su gran mayoría, las recientes generaciones se sienten más identificados con una agenda de centro izquierda. Para Uribe esto es un lamento permanente. Suele repetir que los jóvenes no conocieron la Colombia del 2002, asediada por el terrorismo y en el precipicio de un Estado fallido, considera que la generación que creció a la sombra de su gobierno y se moldeó políticamente por las redes sociales, no es consciente del peso de su legado en la historia.
Durante la pasada campaña presidencial Duque buscó invertir esa variable y se presentó como el candidato de los jóvenes, pretendió compartir afinidades con ese “73% de la población menor de 45 años”, calculó que su edad sería la mayor prenda de garantía para convertirse en un fenómeno entre los jóvenes. Eso no pasó y a Duque lo eligieron sectores poblaciones envejecidos. Mayoritariamente el voto joven se decantó por Petro y Fajardo. Ese relevo generacional es clave para comprender el desmoronamiento de la narrativa histórica del uribismo derivada de la creencia en un Estado de opinión.
Redefiniendo los límites de la historia
Para el Estado de opinión, la favorabilidad y la aceptación popular (medida en encuestas) eran condiciones esenciales que prefiguraban el sentido de la historia. Uribe consideraba que la legitimidad histórica de su visión del país se encontraba en su arraigo entre las masas. Obnubiladas por su guerra contra el terrorismo e inconscientemente sometidas a la efectiva dicotomía adversarial entre héroes y villanos. Porque los héroes en Colombia si existían y la población debía tomar posición.
Así se fue creando una visión de la historia que inclusive redefinió el sentido del conflicto armado, la lucha insurgente se convirtió desde ese sistema de creencias en un conflicto de narcoterroristas; los responsables de atizar la guerra (mal llamados terceros) fueron sustraídos de sus responsabilidades; y, las Farc, militarmente reducidas se convirtieron en el “coco”, la fuente de toda la violencia y tragedia que ha padecido la nación. Esa narrativa solo se empezó a fragmentar con el proceso de paz y viene haciendo aguas a la par que avanza el mandato de la JEP y la Comisión de la Verdad. De ahí el temor del uribismo con la justicia transicional, pues su legado se va cayendo a pedazos.
Del monopolio de la información a un ecosistema informativo plural
Aunque durante esos años persistió una oposición valiente y publicaciones críticas, el uribismo buscó construir su propia visión de la historia, mucho antes de los alternative facts popularizados por Trump y que ya habían sido anticipados por Orwell, ese afán de dotar de sentido su papel en la historia es la génesis del Estado de opinión. De ahí que un actor histórico como la entonces guerrilla de las FARC fuera tan funcional para reforzar ese sistema de creencias. Sin las Farc ese sentido se disipa y pierde capacidad de cohesión. Ya es un lugar común escuchar a sectores de la oposición afirmar que sin las Farc Uribe no es nada.
Asimismo, con la irrupción de las redes sociales se fue consolidando un ecosistema de información mucho más amplio que el existente en los años de la Seguridad Democrática. No creo que esto sea consecuencia de mejores niveles de cultura política o calidad democrática, para nada, muchas veces las redes son promotoras de desinformación, odio y ejércitos virtuales; sin embargo, con su progresivo enraizamiento en algunas poblaciones, la información dejó de ser el monopolio de un par de canales alineados con un discurso autoritario.
El fin del Estado de opinión y su inexistencia en el retorno del uribismo
Tras el fracaso de la intentona de segunda reelección y la “traición” de Santos, el Estado de opinión se fue extinguiendo. Santos nunca fue un presidente popular, carismático o conectado con las masas, su gobierno asistió al boom de las redes sociales y con ellas la irrupción de un amplio ecosistema de información. Un contrapeso a la verdad oficial o la historia como una interpretación unilateral. Ya con la apertura del proceso de paz y tras la instalación de una mesa que reconoció el carácter social del alzamiento armado, la narrativa del uribismo se empezó a resquebrajar, las élites se dividieron, asistimos a un plebiscito manipulado y las Farc demostraron que en el sistema político solo son un tigre de papel.
Ahora, el uribismo no es ese huracán de años atrás y se encuentra más debilitado que nunca. De cara al 2022 buscará hacerse un espacio entre la derecha para así atajar un sector que plantea otra narrativa histórica. A Uribe realmente le preocupa el lugar que tendrá en la historia. Por eso, esa será una elección donde volverá a defender las bases que en otro tiempo sustentaron su Estado de opinión.