A ver, tratemos de entender un poco este fenómeno, más allá del acostumbrado posicionamiento de bases para alinearse con la mermelada entrante; que ha sido la característica que promueve la “Política Dinámica” desde su aparición en 2002.
Es decir, desde que se convirtieron en saltamontes, en la dinámica de “No soy de aquí, ni soy de allá, no tengo edad, ni porvenir y ser feliz, es mi color, de identidad”.
Podríamos pensar de pronto en: un fenómeno extrasensorial. Una droga en el acueducto. Una especie de encantamiento o conjuro colectivo. La aparición del Petvid22 de alto contagio; o que salieron del closet los “Secretoskis”. En fin.
¿Qué pasó entonces? Coincidimos en tres Colombias: La de la Esperanza, la del Miedo, y la Indiferente.
En todas no existió una corriente homogénea como para encasillarla entre derecha e izquierda y afirmar que ganó la izquierda. ¿La razón?
No podemos afirmar que todos los que votaron por Petro son petristas, ni izquierdistas, ni todos los que votaron por Rodolfo rodolfistas, derechistas y menos uribistas ni fiquistas. Ni todos los que no votaron, indiferentes.
No, ni derecha ni izquierda. Esta vez, el país toma un nuevo rumbo. El Pacto Histórico viene a ser un punto de convergencia, similar a lo que formuló Santos con el Partido de la U. Solo que abre sus puertas a un generoso espectro de fuerzas políticas y ciudadanas multicolores que no estuvieron representadas en la U. Por lo tanto dista de un unanimismo, esto confluye en que no gana un hombre; gana una fuerza conjunta.
Ahora es el turno del “Gran Acuerdo Nacional”. Ya no es Petro aún sea su gobierno el que lo convoque. Ya no es el P.H. así sea propuesto en su seno. Su significado va mucho más allá de una simple convocatoria, por esto, quien se quede por fuera quedará aislado.
El acuerdo significa tres fuerzas que en conjunto representan al país político y a Colombia, en sus más altas expectativas y esperanzas; que se han visto frustradas por décadas de violencia, exclusión y hambre.
El acuerdo representa: La Revolución en Marcha de Alfonso López Pumarejo, El Acuerdo sobre lo Fundamental de Álvaro Gómez Hurtado y La Constituyente del 91 del M19.
El Gran Acuerdo Nacional no tiene color político que pueda tomarse la vocería. Lo liderará el gobierno, pero con un carácter de escucha en el que participará toda la sociedad colombiana.
Es el inicio de un pacto de paz, que supera al Frente Nacional en diciembre de 1957; y que solo puede hacerse entre quienes han estado en conflicto. Es decir, ya no tendrá el carácter de los últimos acuerdos entre grupos armados y el Estado, sino entre las diferentes facciones beligerantes dentro del estado y la política.
Quizás así lo entiendan todos aquellos que se atrevieron a fracturar las estructuras monolíticas y dogmáticas que aún humean en los partidos tradicionales, y dando media vuelta sus bases, decidieron desafiar a sus anquilosados jefes, a pesar de las voces de sanciones anunciadas por ellos, tomar el camino del Acuerdo, también en estas bases jóvenes que necesitan renovarse y que también tienen sueños de esperanza.
Frágil sí es. De por sí el P.H. (había concluido en otra columna) es un “tejido de retazos de delicada costura”. El arribo de todas estas corrientes venidas poselecciones, Liberalismo de Gaviria, la U de Dilian, Cambio Radical de Vargas, y conservadores no pastranistas.
Hacen más frágil lo que pudo consolidarse con el P.H. y entran a competir entre ellos por saberse parte fundamental de la gobernabilidad que necesita la nueva administración.
A la sumatoria de todos los espaldarazos recibidos se suma el que jalonó la otra Colombia. Lo cierto es que Rodolfo no podía ser inferior al compromiso generoso del Acuerdo Nacional, si de verdad pretende insistir en 2026.
No es un chiste esto que está pasando. Es de suponer que los lagartos estarán pidiendo pista para ver dónde se pueden acomodar, esta es una plaga que no será fácil erradicar. Pero muy buena parte se ha tomado en serio una esperanza. Una oportunidad de ver un horizonte conjunto.
Romper con el unanimismo para comprometerse de forma que el país que prefiere la “seguridad” de las sombras en el fondo de la caverna, porque los encandila la realidad que han tenido a sus espaldas, pero que se la han negado a punta de miedo, puedan soltarse de esa esclavitud.
Este gobierno que termina, aunque pretenda ponerse una máscara o maquillarse internacionalmente,
-porque internamente nadie le copia-, ha dejado una estela de horror en estos cuatro años.
El coletazo de la “seguridad democrática” que, al igual que la guerrilla en tiempos del Caguán, se ensañó en la ciudadanía. Arremetió contra el pueblo. Masacró la ciudadanía en las calles a la vista de todos. Como cuando contemplábamos con horror los campos de concentración de las Farc en tiempos de Pastrana.
Desapariciones, asesinatos selectivos, jóvenes mutilados, y asesinados en las calles, perfilados y señalados de vándalos y terroristas, entre tanto, una elite de blanco dispara impunemente contra las multitudes.
Otra Colombia se levanta, pero no una que busca venganza, sino quizás una que quiera superar el odio, como lo superaron países como Alemania, a partir del reconocimiento de su dolorosa verdad.