Hace días vengo haciendo reflexiones sobre cómo se concibe el respeto en las sociedades actuales, cómo y cuánto valor se le da a este, seguido de cuándo, cómo y por qué se pierde. Hubo un par de experiencias, no mías, pero sí muy cercanas a mí, que me condujeron a pensar en lo absurdo del establecimiento de valores y no solo lo absurdo sino también lo doble moral y lo hipócrita que resulta tal establecimiento tanto desde lo social, como desde lo ético, como desde lo religioso y popular. De ahí que me pusiera a cuestionar asuntos tales como: ¿se pierde acaso el respeto cuando envías una foto desnudo?, ¿es más reprochable aún y menos digno de respeto si a la persona a la que le envías la foto no la conoces?, ¿merezco menos respeto por ello?, ¿soy menos digno de conocer, de ser tomado en serio como pareja estable por hacer tal cosa?, ¿o por acostarme con una persona en la primera cita?, ¿es menos valiosa una persona por vivir libremente su sexualidad?, ¿es menos valiosa una persona por tener sexo con alguien a quien no le conoce el nombre?, ¿por usar apps para ligar? En últimas, el disfrute del cuerpo y de la sexualidad no tienen por qué depender de los establecimientos, solo de la voluntad y mientras haya voluntad entre los involucrados, puedo hacer de mi cuerpo y de mis deseos lo que mejor me parezca, hacerle sexo oral a un chico en el baño de un centro comercial (siempre con protección), tener sexo con quien te ligaste en la disco, en Grindr, Tinder, Facebook, o lo que sea.
Desde que haya voluntad entre las partes puedes vivir tu sexualidad, aunque esto signifique ir en contra de la moralidad, de la nueva construcción de valores sociales que dejan mucho que desear, pues son de una hipocresía constante en la que todos o casi todos hacemos lo mismo. Tenemos patrones de comportamientos similares, ¡sí! Nosotros lo hacemos, tenemos sexo con desconocidos, preguntamos el nombre después de eyacular, nos importa un pito, una mierda (como se ofendan menos). Sin embargo, a la hora del juicio todos estamos ahí para realizar los juicios de valor que no somos capaces de hacer sobre nosotros mismos, crueles juicios de valor que empeoran cuando se trata de un poco más que “una sexualidad no convencional”, juicios que pueden ser tremendamente crueles con quienes decidimos una sexualidad abierta, libre, amplia, tener sexo con hombres, mujeres, trans, intersexuales. Hacer orgías, tríos, ganb bangs, voyerismo y/o las otras tantas prácticas para el disfrute y el placer sexual a las que se les tilda de socialmente incorrectas, indeseables, reprochables, enfermas, indignas o sucias porque simple y llanamente en la moral y la ética social responder a nuestros deseos y emociones y satisfacerlos, e ir en contra de los establecimientos morales, sociales, éticos, religiosos de lo que es o debería ser el sexo es un pecado y un delito imperdonable.
Ahora bien, en cuanto a la promiscuidad, un silogismo que vi esta mañana la desmonta:
Todos los animales mamíferos son promiscuos.
El hombre y la mujer son animales mamíferos.
Luego el hombre y la mujer son promiscuos.
Y es que, ¿qué tiene de malo ser promiscuo? Me da algo de molestia frente a la acusación de “promiscuos”. Todos lo somos, pero en últimas es lo que les es cómodo, por ello usan este calificativo así como usan también el de “puta”, “sodomita”, “perra” y los demás para referirse a quienes manifestamos y vivimos libre y espontáneamente nuestra sexualidad, como si vivirla así no fuera mi derecho, mi opción y mi deseo; aunque también se podrían usar estos calificativos para restructurar y resignificar la libertad sexual, dejar a un lado la culpabilidad, romper esas reglas y dejar de sentir que estamos haciendo mal, dejar de sentir vergüenza. No podemos seguir viviendo bajo el yugo de la hipocresía moral que nos limita el placer, empoderémonos, liberémonos de todas esas ataduras morales que no permiten que vivamos la sexualidad de manera libre. Vivamos el sexo con la ida máxima y radical de que el sexo es delicioso, es rico, es genial, y que el placer es bueno para nosotros mismos, no nos prohibamos sentir placer, vivamos en posesión se nuestro cuerpo y hagamos con él lo que nos plazca.
Por último, debo hacer aclaración más, y es que esta situación en torno al sexo, al placer y al deseo lleva inmerso una situación de género marcada de manera muy fuerte, pues el placer y la manera en como los hombres heterosexuales viven su sexualidad es vista de manera diferente a cómo lo puedan vivir las mujeres y las personas que somos sexualmente diversas, pues al hombre heterosexual se le magnifica por la multiplicidad de sus relaciones sexuales, mientras que a la mujer y a las sexualidades diversas se nos tilda de promiscuos, perras y demás calificativos con los que acompañan una significante inmersa que es un supuesto número “escandaloso” de parejas sexuales, pero en última instancia no hay tal diferencia en la manera en la que vivimos nuestra sexualidad, todos terminamos satisfaciendo nuestros deseos y dándole gusto a nuestro cuerpo, entonces ¿por qué maltratarnos con insultos y recriminaciones si al final somos iguales?