El papa en su aleccionadora y pedagógica visita se ocupó de todos nuestros grandes asuntos, de los grandes males y de la manera como los colombianos intentamos resolverlos. La educación no escapó a su análisis y dejó una clara recomendación, haciendo suya las palabras de Gabriel García Márquez.
«Este desastre cultural no se remedia ni con plomo ni con plata, sino con una educación para la paz, construida con amor sobre los escombros de un país enardecido donde nos levantamos temprano para seguirnos matándonos los unos a los otros... una legítima revolución de paz que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante casi dos siglos hemos usado para destruirnos y que reivindique y enaltezca el predominio de la imaginación.
»Una educación inconforme y reflexiva que nos incite a descubrir quiénes somos en una sociedad que se parezca más a la que merecemos. Que nos oriente desde la cuna en la identificación temprana de las vocaciones y las aptitudes congénitas para poder hacer toda la vida solo lo que nos guste, que es la receta mágica de la felicidad y la longevidad”.
El papa Francisco ha sido muy concreto en lo que urge hacer en materia de educación. Si queremos dar el paso que sigue, consolidar la paz, es necesario una revolución cultural que convierta los colegios, las escuelas y universidades en los principales epicentros de una educación para la paz.
El primero que debería recoger la recomendación del papa es el gobierno y el Ministerio de Educación. Su programa de Educación para la Paz es un verdadero fracaso. Pensado desde la comodidad burocrática y leguleya de creer que basta con expedir una ley o un decreto para que la realidad se transforme. En 2014 el Congreso expidió la Ley Cátedra de la Paz y no ha pasado nada. El gobierno encargado de su impulso y reglamentación se limitó a expedir un decreto, y tampoco ha pasado nada.
La ministra Giha ha desatendido las orientaciones del propio presidente Santos en esta materia. En la posesión de la ministra claramente le dijo: “Quisiera que en los próximos 15 días nos reuniéramos con la comunidad académica, para incluir estándares de lo que a mí me enseñaron y se ha acabado en los colegios: educación cívica. Eso es parte de la educación para la paz, es un elemento que pido pongan en marcha para ser el país mejor educado de América Latina”.
La ministra no se reunió con la comunidad educativa, mucho menos con Fecode, para organizarla estrategia. Lo único que se le ocurrió fue expedir un Decreto, el 1038 de mayo de 2015.
Han pasado dos años cuatro meses y la Cátedra de la Paz no arranca, nadie le para bolas. Los maestros andan muy ocupados recuperando las clases no dictadas durante el paro y no tienen ni tiempo ni manera de ocuparse del asunto por este año. El Ministerio no ha cumplido con sus promesas de capacitación a los docentes, diseñar los programas y planes para todos los niveles educativos y entregar los materiales de apoyo necesarios. A nadie le interesa hoy la Cátedra de la Paz. Quedó convertida en un rey de burlas. El decreto que la reglamentó deambula como un fantasma, ni el ministerio ni los colegios lo acataron. Es un fracaso anunciado y manifiesto.
A nadie le interesa hoy la Cátedra de la Paz.
Quedó convertida en un rey de burlas
Este año la Cátedra de la paz perdió el año en los colegios públicos y en los privados es muy poco lo que se hace, se acata pero no se cumple.
La Educación para Paz que nos propone el papa Francisco es absolutamente urgente y necesaria, pero no como lo está haciendo el Ministerio de Educación. Así no ministra.
Para empezar es necesario No asumir la Cátedra de la Paz como una materia más, como un simple pensum que los maestros deben “dictar” obligatoriamente. Tampoco se debería evaluar, pues resultaría muy deprimente que en un examen un alumno saque 10 en Cátedra de la Paz y sea el mismo que encabeza el matoneo y que su conducta este por debajo de tres. La Cátedra debe formar parte de una acción más amplia, abarcadora y compleja como es la Cultura de Paz. La Cátedra es apenas una herramienta en la construcción de la cultura de paz, que debe remover la convivencia, el sentido de pertenencia, la solidaridad, la disciplina y el horizonte educativo de los colegios y escuelas
De igual manera el educador deber ser educado. Sin un ambicioso programa de formación en la cultura de paz para todos los educadores, no solo los del área de Ciencias Sociales, no es posible pensar en aclimatar tan necesario ideal en los centros educativos. La realidad social y política de los últimos 50 años debe ser estudiada por todo maestro, como condición para responder a las múltiples preguntas que los alumnos harán sobre nuestro pasado reciente y una explicación de porqué vivimos tantos años en guerra.
Es urgente que la enseñanza de la Historia y la Geografía vuelvan a las escuelas y colegios. Una y otra están perdidas en una cosa etérea que han dado en llamar Ciencias Sociales. No se puede educar para la paz con una intensidad horaria de tres horas semanales para la enseñanza de la historia, la geografía y la educación ciudadana.
La educación para la paz no es posible sin que los niños y jóvenes
estudien y analicen nuestra historia reciente de violencia
y cómo llegamos a la firma de la paz
La educación para la paz no es posible sin que los millones de niños y jóvenes de nuestras escuelas estudien y analicen nuestra historia reciente de violencia y cómo llegamos a la firma de la paz, así como un conocimiento renovado y creador de nuestro territorio con todas sus riquezas y miserias inocultables.
También hay que comprometer al magisterio y a Fecode, quienes no deben pedir solo capacitación y recursos didácticos para la cátedra, como si fuera un punto más del consabido pliego de peticiones. Eso es lo de menos. Lo más importante es que los maestros se decidan colectivamente a pensar de manera autónoma, como profesionales de la educación, su propia manera de desarrollar una cultura de paz en las aulas y colegios.
La Cultura de paz y la Cátedra de la paz son una oportunidad excepcional para pensar el sentido y el porvenir de nuestras escuelas, de sus metas y propósitos, para “zarandearnos” de la manera como nos estamos educando, para atrevernos a dar el paso siguiente en educación: una escuela construida sobre la paz.