Estoy triste. Y no me importa que me llamen castrochavista, ingenua, beneficiada de mermelada y todos esos términos que se ha inventado la ultraderecha, cada vez que alguien no piensa como ellos.
Estoy triste porque en Colombia la ultraderecha ha vencido. Porque lograron inocular el odio en la población colombiana, al punto que las Farc que se desarmaron, que cumplieron lo acordado, que finalmente escogieron hacer política por la vía legal y han dado muestras de querer un real camino a la paz, han decidido no hacer política debido a los ataques sufridos recientemente durante su campaña.
Estoy triste, rabiosa. Rabiosa con la clase política de derecha, con los medios de derecha, con toda ese segmento que pedía a gritos el desarme, pero que una vez ocurrido no ha dejado de envenenar (directa o sutilmente) a todos para que odien a las Farc y a todos los que estén por el acuerdo de paz.
Estoy rabiosa porque a Colombia la intolerancia le puede más que cualquier cosa. Rabiosa porque permiten que una persona de cuidado como Álvaro Uribe, Jose Obdulio, El Patriota, periodistas (uno que otro español y muchos de acá), medios y otros, claramente decididos a sembrar dudas, rencores, falsedades y emociones insanas, sigan su reinado de odio y horrores y manejen a su grey para que esta jamás conciba una opción de paz. Esa derecha que estaba orgullosa o calló cuando los paramilitares visitaron el Congreso, que no dice nada ante los congresistas sindicados por parapolítica, que calla ante lo que es Álvaro Uribe y la violencia que ha impulsado, sobre todo con su verbo (que no lo hayan podido juzgar no quiere decir que no sea culpable de muchos horrores). Esa derecha que calla ante la violencia de esos paramilitares así sigan armados y cometiendo masacres.
Mi rabia no quiere decir que no entienda que muchos no estén contentos con que un exguerrillero. Quizás las Farc no debieron lanzarse tan pronto, sino primero haber hecho un camino, ganarse la credibilidad de la gente, el perdón, entrar poco a poco en la vida de la gente desde la nueva etapa que viven. Darle tiempo a las personas de digerir su nuevo estatus, de sobreponerse a la guerra sucia de la ultraderecha, permitirle a cada cual conocer algo del pasado y presente, a perdonar, a entender… Sobre todo en una Colombia donde la gente no reflexiona sino que repite lo que Uribe diga, donde la gente no analiza ni repasa su historia ni investiga y solo escucha una versión.
No me cabe duda: la ignorancia es el alimento de los caudillos del odio.