Hace unas pocas semanas, ya en medio de la cuarentena, recibí la invitación de la comisionada Marta Ruiz, de la Comisión de la Verdad, para que les diera los testimonios y las opiniones sobre mis experiencias a lo largo de los últimos cuarenta años del conflicto.
Por considerarlo un deber ciudadano acepté su llamado y, hasta el momento, hemos adelantado dos sesiones que, aún cuando han tenido referencias a la historia general de violencia de nuestro país, han tenido qué ver, más puntualmente, con la historia del M-19.
Para mí, el ejercicio ha resultado muy interesante. El hecho de recrear historias que ocurrieron hace tantos años, repensarlas, y ver cómo cambian las perspectivas y las valoraciones con el paso del tiempo, constituye también un testimonio de que, al margen de sus tropezones y sus vaivenes, la vida también avanza.
Las preguntas de Marta Ruiz son las que han marcado el hilo de las conversaciones y eso ha sido bueno. Ella es una persona muy inteligente y se nota que está sumergida con mucho rigor en su tarea, luego a cada paso se abren horizontes que el olvido parecía haber dejado atrás.
Me ha resultado, incluso, divertido, hasta el hecho de que mis respuestas no se han agotado en los testimonios que he ido dejándoles consignados sino que las reflexiones que me han suscitado sus preguntas han seguido rondándome la cabeza con el paso de los días.
Recuerdo una, por ejemplo, que me llamó mucho la atención: auscultando, supongo yo, en la estrategia del M-19, me preguntó que cuál era la fuerza social sobre la que nosotros pensábamos que debía soportarse nuestro proyecto revolucionario. En medio de la charla, le pedí que me explicara un poco más su búsqueda, a lo que me refirió los casos de los marxista-leninistas, que consideraban que la fuerza social de vanguardia debía de ser el proletariado, o de los maoístas, para quienes su sustentación debía de radicar en el campesinado.
Me sorprendió un poco la pregunta, por un lado, porque desde hace años uno no escucha que la política se piense ni se haga en términos de las bases sociales; uno ya no ve que los partidos políticos se preocupen por organizar ni representar reivindicaciones de fuerzas sociales de envergadura. Y, por otro lado, porque me puso a recordar cuál era el planteamiento del M-19 en relación a una definición tan estratégica.
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Nosotros éramos la única organización insurgente que no era marxista ni comunista. El M-19 había optado por la democracia
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Después de quedarme callado unos de esos segundos largos, atiné decirle que allí radicaba otra de las particularidades que nos hacían tan distintos de las otras organizaciones: nosotros, más que alinderarnos con una fuerza social específica, teníamos un gran sentido de la opinión en su conjunto. De hecho, la consigna del M-19 siempre fue “Con el pueblo, con las armas, al poder”. Y esta distinción no correspondía, solamente, a lo que algunos nos adjudicaban como un gran instinto de las comunicaciones. No. Esta diferencia tenía mucho qué ver con que nosotros éramos la única organización insurgente que no era marxista ni comunista. El M-19 había optado por la democracia.
El M-19 era el único movimiento que concebía que la lucha por la democracia era la verdadera lucha por la redención de Colombia. Además había otro postulado conceptual que nos determinaba en ese sentido, y es que nos entendíamos como nacionalistas. Esto era muy importante porque con el nacionalismo no nos referíamos, exclusivamente, al rescate de la soberanía y la independencia nacionales, sino que entendíamos que los cambios que buscábamos tenían que servirle a toda la nación y no a algunos sectores sociales en particular. Entendíamos que debíamos tejer una urdimbre de justicia social y libertad como nación y entre todos. Por eso Jaime Bateman convocaba a un “sancocho nacional” y no a un pelotón de fusilamiento para nadie.
Pero, después de recordar la consigna del M-19, también caí en la cuenta de otro detalle, por decir lo menos, llamativo, y es que la palabra “pueblo” desapareció casi por completo del lenguaje de la política colombiana y, me temo que, con la palabra “pueblo” también han desaparecido su concepto, su categoría, su presencia.
De un tiempo para acá los políticos y los medios se metieron en el reino de las “minorías” y ya no hay quien saque la cara por el pueblo en su conjunto, por el sentido de lo popular, que va mucho más allá de lo que daba en llamarse lo proletario o lo campesino o lo estudiantil. Ahora, quien intente salirse de la férula de las minorías por género o etnia o por dolor o por cuantas cosas más se les ocurra por fraccionar y alejarse de lo que antes era el pueblo, cae en el purgatorio de lo políticamente incorrecto.
A estas alturas ya no sé, tan siquiera, si todo esto constituye un avance o un retroceso o o un remolino en la mitad de un río. De lo que sí estoy convencido es de que sin pueblo no hay democracia, sin entender el concepto de “pueblo”, es prácticamente imposible comprender el “abc” de la democracia.
A todas esas, y por lo que la pregunta de la comisionada me dejó pensando pensamientos, me metí en mi biblioteca y retomé algunos libros sobre el M-19. Retomé “Siembra vientos y recogerás tempestades” de Patricia Lara, con el que volví a disfrutar las entrevistas de Bateman, Fayad e Iván Marino, y reparé, sobre todo, en lo fresco y lo popular de sus lenguajes. Tenían eso: un lenguaje que además de hablar de “pueblo” era, en sí mismo, un leguaje muy popular, muy fresco, muy colombiano.
Casi que instintivamente, por ese deleite del lenguaje que estaba gozando, volví a caer sobre las páginas de Cien años de soledad y, como decían las abuelas, “ahí si fue Troya”.
No en vano, la historia del M-19 coincide, en el tiempo, con el boom de Cien años de soledad. Me di cuenta que el lenguaje de Cien años de soledad y el del M-19 tenían mucho de parecido. Tenían una vibración muy parecida.
En la sesión siguiente, le pedí a Marta Ruiz que me permitiera, antes de avanzar hacia otros temas, complementar algo en relación con mi respuesta a su pregunta aquella.
Le dije que ahora estaba convencido de que, además de ser la organización que luchó por la democracia, el M-19 fue el brazo armado del Realismo Mágico.
La palabra “pueblo” desapareció casi por completo del lenguaje de la política colombiana y, me temo que, con ella, su concepto, su categoría, su presencia.