Del genuino arrepentimiento al perdón

Del genuino arrepentimiento al perdón

En la actual coyuntura de la patria mucho se habla del perdón. De una paz definitiva, sin esguinces ni reticencias

Por: Alexis Díaz
febrero 26, 2018
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Del genuino arrepentimiento al perdón
Foto: Jorge Orozco / El País

Hay maridos mala leche que todo lo saben cuadrar con serenata, flores, ir de shopping o una cena. Con un viaje, incluso. A eso se acostumbraron. Las heridas impresas en el cuerpo de una esposa ultrajada y escarnecida parecieran borrarse por arte de birlibirloque con ese tipo de baratijas. Al menos eso creen este tipo de especímenes. Y eso, sin contar las profundas cicatrices ocasionadas en el alma. El acto de toma y dame se mecaniza de tal manera que del cinismo se pasa a la exigencia y al chantaje. Todo en aras de un borrón y cuenta nueva. Una carpa circense y artificiosa disfrazada de reconciliación. Una burda comedia. Una burla.

En la actual coyuntura de la patria mucho se habla del perdón. De una paz definitiva, sin esguinces ni reticencias; más que merecida. En eso todos podríamos estar de acuerdo, ya que el cese de la cruenta guerra exige sacrificios, actos sublimes, valerosos, nobles y desprendidos como el perdón. Perdonar es aprender a vivir con las consecuencias de los errores de los demás. En eso redunda su valor. Muchos recurren a la manida, pero inobjetable afirmación de que "perdonar es divino", para darle connotaciones de superlativa grandeza.

Hasta ahí todo está bien. Aplausos. Pero lo que otros tantos defensores de la paz concertada en La Habana desconocen o miran de soslayo es que la efectividad del perdón también depende del genuino arrepentimiento. La autenticidad del arrepentimiento catapulta el perdón y legitimiza la paz. De lo contrario sería caer en las mismas carnestolendas argucias del marido mala leche.

La imagen de Jesús Santrich abrazado a Iván Márquez, respondiendo con socarronería a la pregunta de si estarían dispuestos a pedir perdón a las víctimas del conflicto en Colombia no deja de ser recurrente. El uno le tira la pelota al otro con todo desparpajo, como si se tratara de responder irresponsablemente a una encuesta farandulera. A Márquez no le estaban preguntando si estaba de acuerdo con las cirugías de Marbel, o con los escarceos lividinosos que se aprecian en el reality de la casa estudio. No. La pregunta era tan seria como pertinente y exigía una respuesta de la misma talante. Al final la respuesta la vomitó Santrich con el desmedido cinismo que el guasón se mofa de los calzoncillos de Batman. "¡Quizás, quizás, quizás!", lo dijo parodiando la letra del tradicional bolero, para luego alejarse triunfante por la alfombra roja.

Abordado para el mismo cuestionamiento Timochenko fue tan lacónico como contumaz. Todo lo minimizó a errores y a la dinámica de la guerra, por lo cual expresó no arrepentirse. Asumió una actitud justificativa, no sé hasta donde arrogante, desconociendo el dolor causado. Es la misma finta escurridiza e indolente que el gobierno y el partido de los excombatientes farianos le hacen a las víctimas aglutinadas en la corporación Rosa Blanca. Mujeres reclutadas forzosamente desde niñas; vejadas, violentadas, violadas sexualmente y maltratadas a la enésima potencia de la humillación. Reducidas a la mínima expresión de su dignidad. Hoy un aura de silente impunidad las rodea sin que el " Nobel de paz " ni los demás "energúmenos pacifistas" les tiren un hueso para roer. Sometidas a la misma indiferencia con que Timochenko aplasta a los niños reclutados para la guerra.

Cavar profundo sobre estas complejidades es un acto riesgoso y todo lo que se diga puede ser usado en contra. Imputable como odio, enemistad contra la paz y defensa de la guerra. Estamos sumidos en una retórica bélica, condenatoria y sin concesiones. Pareciera ser el espectro de un acuerdo de paz egoísta, sin un arrepentimiento veraz, pero sí de un perdón tan necesario como obligado.

Tampoco se trata de ese arrepentimiento oportunista que enarbolan algunos corruptos pillados en flagrancia, y que ahora a punta de "sapería" buscan cobijo en el principio de oportunidad. Togados de imagen impoluta que como "ñámpiras hambrientas" atracaban la ley y el derecho, que se suponía defendían. No sé si menos grave, pero censurable como su arrepentimiento y el mío, después de "comernos" el semáforo en rojo y desgañitados, jurarle al guarda no volver a hacerlo.

Las diluvianas afrentas a punta de huevos, para no hablar de palos y piedras, que por estos días son noticia tienen tanto de ancho como largo. Las diferencias de un ideario político a otro, seguramente no deberían ser expresadas de una manera tan "tortillera". De hecho, tienen huevo. Es muy posible que esta puesta en escena cuente entre bastidores con directores y escenógrafos radicalmente opuestos a todo lo que huela a Farc. Orquestadores que fieles a un libreto preestablecido, sean de aquí, o sean de allá, tengan como cometido sabotear cualquier intento demagógico de Rodrigo Londoño y sus comisionados.

Pero también antoja irrebatible el hecho que tal tarea también la emprendan ciudadanos espontáneos, sinceramente indignados por la inconmovible posición de los exguerrilleros frente al dolor causado a sus víctimas. Colombianos que disciernen la ausencia de decoro y humana contrición de estos por los horrores cometidos. Por la falta de un sincero arrepentimiento. Seguro que nadie quiere la guerra. Hay un hastío cantado en toda la nación por la barbarie, pero Santos, en un frontal insulto contra las neuronas del colombiano promedio, tilda de amantes y defensores de esta a quienes encuentran reparos y llagas ocultas en el proceso. Ha pretendido feriar dentro y fuera del país un embeleco que coadyuva a robustecer la indolencia de los farianos y a que desconozcan cualquier atisbo de arrepentimiento.

La señora del malmarido podrá recibir las flores, escuchar la serenata y hasta empujarse unos vinos luego de la cena conciliatoria. "Quizás, quizás, quizás" . Se tomarán fotos, harán vídeos y hasta los colgarán en Facebook para que amigos y fisgones se admiren. Pero tales acrobacias no garantizan que las heridas dejen de supurar y que el resentimiento siga entreverado en los riscos del alma. Se necesita un arrepentimiento verídico, sin bellaquerías, para un perdón tan excelso como efectivo, y para eso se necesitan "huevos". De resto la esposa del marido mala leche seguirá con el "atorado" por más que le compren sus Ferragamo o le manden a hacer la lipo.

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