Del galeón Atocha y la historia de Cáceres (Antioquia)

Del galeón Atocha y la historia de Cáceres (Antioquia)

¿Qué hizo que este lugar fuera escogido por los españoles como uno de sus principales enclaves en estas tierras? Acá la respuesta

Por: Carmelo Antonio Rodríguez Payares
agosto 03, 2020
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Del galeón Atocha y la historia de Cáceres (Antioquia)
Foto: Pixnio

Las primeras noticias que se conocieron en el exterior acerca de las grandes riquezas auríferas que guardaba el Bajo Cauca antioqueño en sus entrañas datan de una fecha todavía no precisada en las nebulosas de la historia, y fue cuando se descubrió el relato donde se reportaba el hallazgo de unas monedas de oro que habían sido acuñadas en Cáceres, un desconocido caserío de los primeros fundados en la región. Se dijo que aquella fortuna era parte del fabuloso tesoro que cargaba el galeón Nuestra Señora de Atocha como integrante de la Flota de Indias, el cual fue herido de muerte por los vientos huracanados que, como perros de caza, lo azotaron sin misericordia ni clemencia alguna en la mañana del año 1622 frente a las costas de La Florida en los Estados Unidos, mientras cubría la ruta trazada en su bitácora desde la ciudad de La Habana, en la isla de Cuba, hasta su destino final en el Reino de España. Narran los historiadores que los restos de su maderamen, al igual que el tesoro que llevaba consigo, fue encontrado en los estertores del siglo pasado en los cayos de La Florida por Mel Fisher, cuando aquí se festejaba un año más de nuestra Independencia: el sábado 20 de julio de 1985.

El galeón Nuestra Señora de Atocha navegaba como el almirante o retaguardia de la flota de Indias y como tal seguía al resto para evitar un ataque de la flota, razón por la cual era uno de los mejores armados de la época. Había sido construido para la Corona de España en La Habana en 1620 y desplazaba 530 toneladas de registro. Tenía 56 codos de eslora, 17 codos de manga y 9,5 codos de calado. El Atocha tenía un castillo de proa alto, y otro castillo de popa alto de un galeón típico de comienzos del siglo XVII. Había hecho solamente un viaje previo a España, durante el cual su palo mayor se quebró y tuvo que ser reemplazado, dicen los textos de aquellos tiempos.

Por su parte, Mel Fisher nació en Indiana 300 años después de aquel naufragio, el lunes 21 de agosto de 1922 y se fue de este mundo el sábado 19 de diciembre de 1998 y se le tiene como un pionero del buceo en California, además de ser un consagrado cazador de tesoros que pasó a la historia por haber encontrado, como ya se dijo, los restos del naufragio del Nuestra Señora de Atocha. Por esas andanzas perdió a su hijo y a su nuera cuando su bote se volcó y se hundió en un accidente ocurrido en 1975.

Se cuenta que para el viaje de regreso de 1622, el Atocha llevaba 24 toneladas de plata en 1,038 lingotes, 180.000 pesos en monedas de plata, 582 lingotes de cobre, 125 barras y discos de oro, 350 cofres de índigo, 525 fardos de tabaco, 20 cañones de bronce y 1,200 libras de platería trabajada. A todo esto habría que añadir artículos que eran pasados de contrabando, actividad que se volvió costumbre para los criollos con el fin de evitar los altos impuestos conque cargaba el reino Español a los productos del Nuevo Mundo para sostener sus guerras.

El galeón se hundió con 265 personas a bordo y solo cinco de ellas, tres marineros y dos esclavos, sobrevivieron al aferrarse al tocón del palo de mesana, que fue la única parte de la nave que no se hundió. Una vez en tierra, estos señalaron el lugar donde había zozobrado y pasaron a rescatar a la gente, así como el tesoro de la Santa Margarita y Nuestra Señora del Rosario, las otras embarcaciones que también sucumbieron en la mitad de aquella tormenta de madre.

El 5 de octubre un segundo huracán azotó la zona y destruyó aún más los restos del Atocha, razón por la cual durante los siguientes 60 años, equipos españoles de salvamento buscaron el galeón, pero nunca encontraron rastro alguno. Todo parecía indicar que había desaparecido para siempre hasta cuando hizo su aparición en el relato, en 1969, año en el que Mel Fisher y su tripulación del Treasure Salvors, se dieron a la tarea de buscar el tesoro del Atocha, la cual duró 16 años.

En la actualidad, tanto los artefactos y tesoros del Atocha y del Santa Margarita constituyen la parte principal de la colección del Mel Fisher Maritime Heritage Society Museum, cuyos artículos encontrados suponen una fortuna en lingotes y monedas de oro y plata que estaban destinadas a los cofres de España; tales como un cinturón de oro sólido y un collar engastado con piedras preciosas; un cáliz de oro diseñado para prevenir que los que tomaban de él fueran envenenados; una placa de oro con elaboradas decoraciones; una cadena de oro que pesa más de tres kilos; una multitud de esmeraldas de contrabando, entre ellas un impresionante cristal hexagonal sin cortar de 77,76 quilates que los expertos han determinado que proviene de la mina Muzo en Colombia; joyas religiosas y seculares; y las mencionadas monedas acuñadas en Cáceres, Antioquia.

De allí la siguiente pregunta: ¿qué hizo que Cáceres fuera uno de los sitios que escogieron los españoles como uno de sus principales enclaves en estas tierras? La respuesta no parece fácil, pero los hechos narrados al comienzo sucedieron muchos años después de que Don Gaspar de Rodas, el hijo de don Florencio de Rodas y de doña Guiomar Coello, le diera por fundar a esta población en el año de gracia de 1576, luego de haber hecho un amplio recorrido por la región en donde además fundó a la comarca de Ituango, que ya había sido visitada por los primeros conquistadores españoles que llegaron al Nuevo Reino de Granada, pero cuyos habitantes, pertenecientes a las etnias de los Catíos y los Nutabes, no habían podido ser apaciguados ni cristianizados, razón por la cual llegarían a la zona Don Gaspar de Rodas y Andrés de Valdivia, quienes se encargaron de escribir la historia de buena parte de la región que hoy conocemos como el Bajo Cauca.

Imbuido en las fabulosas historias del oro, este conquistador español nacido en 1518 en Trujillo, de la provincia de Cáceres, se trazó el rumbo por el cañón de Iglesias y el río Tarazá, cruzó el río Cauca y luego siguió por el río Nechí para poner en la historia a Zaragoza de las Palmas y de la Piña de Oro en 1581, hechos que demuestran que la codicia del oro pudo más que las endemoniadas fiebres que comenzaron a hacer presencia con el nombre de malaria o paludismo, las que arrasarían a buena parte de sus habitantes. Producto de sus ricos aluviones de oro explotados a lo largo de los años por la gente de la región, Cáceres, enclavado en un claro a orillas del Cauca, en la gran selva que cubría entonces las vegas y colinas del Bajo Cauca antioqueño, adquirió gran importancia para la Corona Española, que para la época era un Imperio, llevándola a ser territorio ocupado por personas de alta jerarquía social que se alojaban en las residencias bien construidas, la que tiene a su haber el que allí haya funcionado la primera Casa de Moneda que tuvo el Nuevo Mundo, en donde se acuñaban monedas de oro bajo la técnica propia de las prensas con tornillo manual, de donde salieron los primeros embarques como el de Nuestra Señora de Atocha. La otra agencia que emitía monedas se instaló en un pequeño caserío que con el transcurrir de los tiempos y por la fuerza de la costumbre se llamaría El Real, a escasos minutos de lo que hoy es el municipio de El Bagre.

Antes de la llegada de los españoles, el territorio donde se asienta Cáceres, el cual hoy se conoce en Antioquia y en el resto del país como el Bajo Cauca, estaba habitado por los indígenas de las etnias Nutabes y Tahamíes. Se le considera como uno de los más antiguos pueblos de Antioquia y su historia está ligada a la explotación de oro y sus habitantes son, en buena medida, descendientes de los negros llegados desde Cartagena de Indias en los años de la Colonia. Fue fundado, como ya se dijo, en el año de 1576 por el capitán don Gaspar de Rodas, quien llegó a las riberas del río Cauca avanzando por la margen derecha. Una vez escogido el lugar, ordenó la instalación de 30 ranchos y con una ceremonia muy animada, aquel poblado recibió el nombre de San Martín de Cáceres. Desde sus comienzos, el territorio que ocupa Cáceres fue fragmentado de zonas históricamente pertenecientes a los actuales municipios de Caucasia, Nechí, Tarazá y parte de Valdivia.

Los circundantes ríos Tarazá, Rayo, Man, Corrales y Tamaná, que desembocan en el río Cauca, fueron definitivos para el poblamiento de la región ya que por allí ingresaron y salieron los buscadores de oro, las cuadrillas de esclavos, los abastecedores de los distritos mineros, las canoas y barcos a vapor, los comerciantes antioqueños, las manadas de ganado con destino a Medellín, y toda clase de trabajadores de la economía minera. Uno de sus más reconocidos personajes de su larga historia es el sacerdote jesuita, José de Urbina, nacido en 1610, quien llegaría a ocupar la rectoría del Colegio Mayor de San Bartolomé y de la Universidad Javeriana en Santafé de Bogotá. De allí data su fama de ser reconocido como la "Capital católica del Bajo Cauca", además por haber sido la sede del clausurado Seminario Menor La Inmaculada.

Entonces, como si fuera producto de una peste o de una maldición, Cáceres cayó en el olvido extremo en donde parecía haberse amañado, porque comenzaron a brillar con nombre propio las poblaciones de Zaragoza, Remedios y el propio Cañón del Porce, concebido como una verdadera joya por los mineros recién llegados. Y fue tal el abandono en el que quedó Cáceres, que con el tiempo fue olvidado como si se lo hubiera tragado la manigua y el propio río Cauca lo hubiera apartado de una de las vías que con los años se convirtió en el eje del transporte terrestre para el país: la Troncal occidental, que lo puso a 230 kilómetros de distancia de Medellín.

Vale la pena contar que en un momento las únicas rutas de comunicación fueron río abajo por el torrentoso Cauca, cuyos viajes se hacían en piraguas conducidas por bogas, o por la tortuosa trocha de muchos días y noches de camino que comenzaba a abrirse paso a través de la selva de Yarumal. Fue entonces cuando Cáceres volvió a estar en la agenda comercial, esta vez como región ganadera, por allá en los años cincuenta del siglo pasado, cuando llegó el tramo de la carretera que unía al sitio de Ventanas, en pleno centro del Batolito antioqueño que atraviesa la región desde el Altiplano de Oriente en Sonsón, hasta Santa Rosa de Osos en la meseta del norte antioqueño.

Cuando apenas la nueva vía llegaba hasta Puerto Bélgica, estrecha, peligrosa y sin pavimentar, afectada por la naturaleza y por el batolito antioqueño que duerme apacible en plena cordillera, muchos de sus habitantes apenas se acostumbraban a la novelería de ser pueblos con carretera como ya lo eran los del frío del Alto de Ventanas, Valdivia, Puerto Valdivia y el mismo Cáceres que se resistía con todas sus fuerzas al olvido eterno.

Y fue mucho antes de que apareciera el hacha de mis mayores con su devastador vendaval de tala de bosques, que comenzó otra historia más sombría que la anterior, porque la zona era el hogar de enormes y frondosos árboles de maderas finas como el cedro, el guayacán amarillo, el laurel, el olivo, el trébol y el palo santo, árboles milenarios que bajo los hachazos caían acompasados por el estruendo causado en el húmedo piso de la selva y con ellos huían los monos cotudos y otra clase de animales todavía sin clasificar para este relato.

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