La pandemia llega por oleadas en alas de las conjeturas y opiniones de la radio, prensa, televisión y redes sociales, y agrieta la continuidad del espacio doméstico y el público. El virus quiebra el equilibrio de la totalidad de la esfera doméstica y el mundo que se extiende más allá del umbral de la casa. El puente entre el hogar y el exterior se debilita ante el miedo de infectarse. La morada, sujeta a la necesidad —comida, vestido, cobijo— se aísla de la sociabilidad. El encierro suspende la relación con el mundo. En la calle la incertidumbre: el tapabocas, la distancia, lavado de manos…
El animal social se realiza en el espacio doméstico, pero la necesidad se hace más estrecha por la pobreza, la enfermedad o la cuarentena. Y, desde el exterior, la exhortación a permanecer en el contorno cuando la apariencia y lo que se busca no es otra cosa que el tren de la economía siga su curso consumista. En las calles las patrullas de la policía y el ejército intentan imponer la autoridad y la obediencia, dizque como elemento de la democracia.
Bien vale considerar que la construcción de la moralidad lleva a la máxima que todos deben ocuparse de sus propios asuntos y que lo que constituye la res pública es una carga que no debe preocupar. Y de esta manera se es indiferente a la toma de decisiones políticas porque la necesidad lleva a resolver lo inmediato sin que haya lugar ni preocupación por lo que atañe a la política pues está se delega.
Mas la escisión se hace presente cuando la cuarentena se impone ante la amenaza peligrosa a la sociabilidad. Entonces se diluyen los espacios comunes: las tabernas, cafeterías, restaurantes, templos, estadios, cines, clubes, comercio, en fin, sitios de reunión. Y quedamos en cierto modo mutilados de la vida comunitaria. Así, en el seno de la familia se está sujeto a la necesidad y a permanecer encerrados. El yo que es un nosotros y el nosotros que es el yo se encuentra dividido. Y nos pasamos a la otra acera o nos hacemos a un lado y le huimos al apretón de mano y nos tratamos a codazo limpio. El estar encerrados en los límites y alcances de la necesidad lleva a estar fuera de todo lo que se puede ver, oír y compartir en la vida social.
Solo que la profunda relación entre lo público y lo privado encierra la proporción en la cual la propiedad privada es a la riqueza lo que la carencia de propiedad privada es a la pobreza. El rico puede subirse a su avión y volar hacia una isla, mientras que el pobre no se puede quedar en cuarentena sino que tiene que salir para conseguir lo mínimo y resolver las carencias. Así que la riqueza significa, ni más ni menos, que tener un sitio para guarecerse del contagio mientras que quien carece de propiedad tiene que asumir el riesgo de salir a la calle.