Si hay algo que nos está quedando claro en el brevísimo lapso de estas dos semanas de confinamiento planetario es que el mundo entero está obligado a cambiar los fundamentos sobre los que ha venido sustentando sus relaciones económicas y que dichos cambios no podrán seguir siendo discutidos y decididos a puerta cerrada, en los olimpos inalcanzables de las juntas monetarias o de los centros de poder financiero, sino que deberán ser expuestos, debatidos y decididos de la manera más abierta, ojalá lo más democráticamente posible.
Se acerca, entonces, lo que podríamos denominar un rescate social de la discusión sobre economía, como cuando se la llamaba Economía Política. Vuelve la Economía Política y vuelve, como es natural, innovando a partir de las actualizaciones que nos exigen los cambios que hemos vivido desde cuando la abandonamos, sobre todo teniendo en cuenta los cambios derivados de las nuevas tecnologías.
Y me refiero a su rescate porque, aunque las nuevas generaciones se sorprendan, durante los siglos XIX y XX la Economía Política constituyó uno de los ejes del debate social a través de la política. Buena parte de la contienda política en el contexto internacional y al interior de las naciones se libraba en torno a las diferentes propuestas que ella ofrecía. Era cuando resultaba inconcebible desligar, tal como ocurrió en los últimos treinta años, el debate económico de la política, de la filosofía, de la antropología o del sentido moral, por ejemplo.
Y veremos cómo, en esta reapertura, estaremos obligados a innovar constantemente en las categorías clave. Tierra, Capital y Trabajo, los tres ejes sobre los que que se articuló desde el comienzo el cuerpo de la Economía Política, deberán ser revisados en sus significados a propósito de las transformaciones que han venido sufriendo respecto de sus funciones económicas y sociales. Muy probablemente la tierra no podrá continuar sus resignificaciones sin incorporarle a cabalidad todas las consideraciones atinentes al medio ambiente y a la lucha contra el cambio climático, o el concepto de trabajo no podrá abordarse sin tener en cuenta el impacto que le ha sobrevenido a propósito de la inteligencia artificial, la robótica o las Tics, o la categoría de capital no tendrá mayor utilidad sin reconsiderarlo teóricamente desde las perspectivas de la globalización, la digitalización o la multiplicación de instrumentos y modalidades del sector financiero.
En este orden de ideas, el dinero será uno de los temas que nos exija una concentración especial dado el protagonismo omnipresente que ha adquirido en el ámbito económico y en el de los valores sociales. No me cabe la menor duda de que su abordaje va a superar los límites del campo monetario y financiero adonde se le ha circunscrito y temas como su función social, las instituciones que puedan producirlo -léase emitirlo-, los criterios desde los cuales sea posible y sano emitirlo, las reglas del juego para acceder a él, van a invadir la controversia política, la investigación académica, la reflexión teológica y, en general, la discusión social.
Y no es para menos. Es imposible incursionar en los cambios económicos que nos urge emprender sin innovar en las doctrinas y las recetas monetarias con que hemos venido asumiendo la generación y la distribución del dinero hasta hoy.
Como pienso que la calidad de los cambios que vendrán sobre el dinero dependerán, sobre todo, del grado de fuerza moral, libertad creativa y amplitud social que alcancemos en su discusión, la pedagogía que nos conduzca a su mejor conocimiento es una tarea necesaria. Entre más y mejores conocimientos logremos en nuestros ciudadanos sobre el dinero, más y mejores reformas lograremos de su ejercicio democrático. De allí que me proponga, en la brevedad de este artículo, contribuir con algunas premisas importantes para incursionar en estos terrenos que se nos abren.
1- El dinero tiene tres características básicas:
a- Es un “medio de cambio” porque a través de él podemos acceder a los distintos bienes y servicios. Quienes ofertan sus bienes o sus servicios están dispuestos a entregarlos a cambio de dinero.
b- Es un “patrón de valor”. Muchos lo llaman “unidad de cuenta” porque cumple la función de ser un referente para medir las equivalencias de valor entre distintas mercancías. No tenemos que detenernos a evaluar si nuestra casa equivaldría a tres camperos porque las referencias las hacemos en términos de dinero. Es por ello que el dinero permite algo tan importante en la economía como la configuración del sistema de precios.
c- Es un “depósito de valor”. Podemos conservarlo confiando en que conserva su valor a fin de gastarlo o invertirlo con base en decisiones que podremos tomar en el futuro. Siempre queremos tener parte de los ahorros en dinero.
2- No siempre el dinero fue emitido por los Estados.
El monopolio de los Estados para la emisión de dinero data desde la Modernidad. Antes, era común que hubiera dineros emitidos por instituciones privadas, tal como ocurrió en Venecia o Florencia durante el Renacimiento o como sucedió en Holanda, Escocia o Colombia en el siglo XIX.
3- El dinero actual se emite fundamentalmente con base en la discrecionalidad propia de la decisión política de las juntas monetarias de los bancos centrales.
El dinero perdió su referente de valor con base en el oro y se desligó de la “obligatoriedad” que determinaba que las emisiones tuvieran que contar con el respaldo “depositado” en los bancos centrales.
Desde la cumbre monetaria y financiera mundial de Bretton Woods, en 1944, se desligó el dinero de la referencia del respaldo en oro y se adoptó al dólar, con la condición de que estuviera respaldado en oro. En 1971, en medio de la Guerra de Vietnam, Estado Unidos comenzó a emitir dólares con base en la figura de la deuda pública, es decir que comenzaron a emitir dinero con base en la discrecionalidad de la decisión política.
4- En términos reales los bancos privados, más allá de ser intermediarios financieros, podría afirmarse también emiten dinero en tanto giran con base en “cupos” asignados por los bancos centrales y deben respaldarse solamente en el encaje que corresponde a un bajo porcentaje del dinero que colocan, cuyo sistema básico de controles radica en el manejo contable de sus operaciones.
Estas premisas básicas con el fin de llegar a lo que podría ser una aproximación: el dinero actual es otra nueva tecnología.
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El dinero actual es otra nueva tecnología
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Si tecnología es un objeto artificial, creado por el hombre, para resolver problemas o necesidades, podemos afirmar que entre otros muchos significados, el dinero es, también, una tecnología.
Recuerdo el mito del rey Midas, aquel rey que tuvo el don de convertirlo todo en oro.
Con el tiempo, nos hemos dado cuenta de hasta qué punto nuestra cultura se convirtió en idólatra del rey Midas queriendo convertirlo todo en oro, y por ese camino hemos venido convirtiendo las relaciones humanas en dinero, el medio ambiente en dinero, la justicia en dinero, el conocimiento en dinero, el dinero en dinero.
Ahora se trata de pensar los caminos en contravía del rey Midas.
Ya sabemos cómo crear dinero de la nada y hacerlo aceptable por las sociedades.
Ahora se trata de pensar cómo convertir el dinero en humanidad, en medio ambiente, en justicia, bienestar y dignidad para todos.