Estoy sorprendido por las voces que defienden la pírrica, oprobiosa y ofensiva elección de los Consejos de Juventud en Colombia. Porque ciega ha llegado la bestia a su destino. Y le ha faltado la pieza fundamental para el análisis, el régimen electoral clientelista colombiano, cargado y recargado de vicios, que algunos cegatos y maquiavélicos sujetos, interesados en la defensa del statu quo, quieren identificar como democracia.
Votar, solo votar, es un remedo, una máscara de uno de los modelos de vida más importantes y considerables del mundo; un modelo de vida, repito, respetuoso de la dignidad humana. Aquí no, aquí las mayorías relacionan la democracia con elecciones. Craso error. No hay que irse por las ramas creyendo que fue santamente positiva las elecciones del domingo.
Hay que reconocer que los adolescentes y los jóvenes fueron utilizados, instrumentalizados por el régimen. Los chavales, como gallitos domésticos, les comieron maíz a los amos de la nación. En primer lugar, atentos, el movimiento explosivo de los jóvenes en el paro nacional, ¿aceleró la fecha de elección de los Consejos de Juventud con el objetivo de construir una línea de pensamiento institucional participativo? Quiero decir, permitirle al gobierno más nefasto de los últimos cien años sostener que a los jóvenes se les dio la oportunidad de participar como actores protagónicos de las soluciones del país, después de matarlos, violarlos y sacarles los ojos en el estallido del paro nacional reciente.
Sí, la intención era institucionalizarlos y para eso estaban los podridos partidos políticos colombianos, y también para socializarlos en las porquerías del sistema como en esas maniobras mochileras de la compra y venta del voto. Sí, fueron capturados y secuestrados por el orden imperante. Observé trasportando votantes como en las elecciones de mitaca y escuché y leí las denuncias de la compra y venta de la conciencia de los pelaos como quien compra carne para el sancocho de una fiesta fraudulenta.
La votación del 10 % de los habilitados no representa absolutamente nada si fueron invitados a votar en el mismo régimen electoral y desprestigiado donde también se eligen senadores y presidentes de la república, elecciones viciadas, ilegales e ilegítimas. No olvidemos que es un modelo de vida cultural que nos permite explicar por qué unos chavales aceptaban entre 10.000 y 15.000 pesos y una Coca Cola para poder sufragar y por qué algunos mochileros de los partidos tradicionales –todos lo son– les ofrecían a los pelaos sin la más mínima vergüenza comprarles los sufragios como en la rebatiña del mercado de las pulgas. Crimen institucional con los apellidos de los partidos. La celebración terminó siendo una afrenta a la inocencia de los chicos y una burla a la búsqueda de seriedad de la nación.