Del COVID-19, el M-19 y Epa Colombia

Del COVID-19, el M-19 y Epa Colombia

Una perspectiva que sin mucho esfuerzo logra unir tres temas que aunque parecen no tener que ver, están más cerca de lo que cualquiera imaginaría

Por: Dionisio Cheveroni
abril 03, 2020
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Del COVID-19, el M-19 y Epa Colombia
Foto: Pixabay

La reciente crisis del COVID-19 pone de manifiesto la crisis estructural que vive Colombia. La falta de presupuesto para la salud pública, la carencia de equipos necesarios para las pruebas, la explotación laboral a los enfermeros y médicos, la falta del sustento diario para los trabajadores informales, las nuevas dinámicas de explotación del teletrabajo, etc. No es secreto para nadie que la mayoría del presupuesto nacional se ve diezmado por la corrupción latente que existe en las altas esferas del gobierno y la sociedad. La desigualdad pasa a un primer plano con esta crisis. Un ejemplo claro de esto es la situación de las regiones en el país. ¿Con qué insumos se va a combatir el virus cuando ni siquiera hay alcantarillado en ciudades como Tumaco?

Todo esto hace desear una profunda transformación política y social en Colombia, lo cual no solo es un deseo infantil, sino estúpido. Las pocas esperanzas políticas que tiene este platanal, a causa, tal vez, del sistemático exterminio político que desde los 90 se va gestando a las disidencias políticas, hacen que la juventud acudan al llamado del “no futuro” como única salida a las situaciones actuales.¿Transformación política y social cuando la juventud está esclavizada a deudas de por vida a cambio de su educación? ¿Transformación cuando el desempleo es cada vez más alto y solo se puede subsistir vendiéndole el alma a los call centers y al narcotráfico?

Es aquí donde veo la importancia de repensar el legado del M-19, que a diferencia de otras guerrillas sí ha dejado cambios tangibles en la sociedad, cuya máxima expresión fue (o es) la constitución del 91. Ahora bien, pienso que la lucha armada está completamente deslegitimada y si hay algo que vale la pena resaltar del accionar político del EME es su efectividad mediática. En hechos como el robo de la espada de Bolívar, el robo de armas al cantón norte, las múltiples entrevistas que se hicieron a Bateman y Pizarro, la propaganda en medios masivos de comunicación, se puede ver algo no del todo “mamerto” sino lúcido e inteligente.

Este es el punto en donde la relación entre el COVID-19 y el M-19 se manifiesta. Con la llegada del virus hubo una proliferación filosófica y escritural por parte de los “grandes” pensadores mundiales. Se volvieron virales sus textos, del mismo modo como se hicieron virales las imágenes de Wuhan y el virus, como tal. Con todo esto, vale la pena preguntarse, ¿fue la propaganda del M-19 viral?

La importancia de los medios de comunicación como Caracol y RCN en la creación del pánico colectivo, así como las estrategias para combatir la pandemia, es indudable. Lo que suscita preguntas es la legitimidad de la información que estos medios mantiene. Existe un rumor de subregistros en las muertes y contagios en el país, pero son estos medios quienes crean y permean el imaginario social que el país tiene del virus. De alguna forma, el miedo y el pánico se han dado por el manejo que los medios de comunicación han tenido respecto al tema.

Otro punto que hay que tener en cuenta es la creciente censura que vive el país. Me refiero concretamente al despido de Daniel Coronell de Semana, el cambio (o erradicación) del grupo editorial de Arcadia, el cambio de dirección del Centro de Memoria Histórica (además de la violenta y polémica coalición entre Fedegan y el CNMH), el asesinato selectivo de líderes sociales, la persecución a los periodistas que denunciaron la ñeñepolítica, etc. Con estos casos se puede ver el afán que hay de acallar la oposición y dominar, al menos en el campo de la información, la cultura y los medios comunicativos, el panorama ideológico.

Si se acepta la tesis de Burroughs de que el lenguaje es un virus, se puede vislumbrar el vínculo que hay entre la propaganda y los medios comunicación, por un lado, y la pandemia del COVID-19, por el otro. La información se despliega de la misma forma como avanza el virus y los principales propagadores de esta enfermedad son Caracol y RCN.

Como posible solución a este escenario de propagación ideológica virulenta, aparece el término de mediactivismo. Este término implica una apropiación de los medios de producción cultural para generar nuevos espacios de enunciación y derrumbar ideológicamente, simbólicamente, lo que los grandes medios de comunicación de Colombia, que están al servicio de los grandes banqueros del país, quieren propagar y ocultar.

No sé qué diría un Jaime Bateman si tuviera las herramientas de difusión que las redes sociales posibilitan. O qué diría un Carlos Pizarro ante los influencers políticos que, según creo, se quedan cortos en el accionar político. Casos como el valluno Levy o Pirry o Polo Polo o Vicky Dávila o Daniel Coronel o Duque jugando fútbol en Suso's Show, dicen algo acerca de las redes sociales, la posverdad y la política que no parecemos comprender.

Un caso paradigmático de lo que puede ser este mediactivimo es el video de Epa Colombia destruyendo estaciones de TransMilenio en Bogotá. Hay una verdad oscura acerca de la acción política, las vías de hecho, los medios de comunicación y las redes sociales. Parece legitimada la acción de hecho cuando está ligada a la búsqueda de seguidores en las redes, pero cuando es una acción de contundencia política, no. Esta visión mitológica de la acción directa apunta a una verdad extraña y libertaria. En cierta medida, Epa Colombia es a Jaime Bateman lo que la juventud de los 80 es a los seguidores de Instagram.

La relación entre el M-19 y el COVID-19 está en su propagación mediática. Lo letal, lo efectivo, lo moralmente correcto o incorrecto de ambos ya es otro tema. ¿Pero no es ya tiempo de una nueva forma de subversión simbólica en nuestro país?

 

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