La exsenadora de la Alianza Verde Claudia López oficialmente se hizo candidata a la alcaldía de Bogotá, ilusionándonos con la idea de “construir la ciudad que soñamos”, prendió motores e inició con discursos moderados. Muchos la veían como una “berraca”, que en varias ocasiones cuestionó al expresidente Uribe: una mujer, abiertamente lesbiana, “hija de maestra”, “pujante” y de “clase media” izaba orgullosa la bandera anticorrupción que cambiaría a Bogotá.
Convenció a los gais, lesbianas, bisexuales y transgeneristas de que era de centro e iba a ayudar, y que debíamos confiar en ella. Se ganó con sus discursos progresistas a su público objetivo, porque vio en nosotros un maná de votos: una fuente inagotable de oportunidades. Por eso, casi todos votaron por ella. ¿Nos utilizó? ¿Fue para Bogotá la mayor proeza de inclusión en una sociedad machista, misógina, patriarcal y homolesbobitransfóbica?
La gente, decepcionada de Peñalosa por sus enormes desaciertos y cero avances en la Política Pública LGBT (que, entre otras por cuotas políticas no incluye a la I), creyó que habría un cambio y mayor eficiencia eligiéndola. La “heroína” de la diversidad, como un hada madrina en un campo de girasoles, después de ganar las elecciones se casa con su mujer trofeo y se exhiben el primero de enero de 2020, en el Parque Simón Bolívar, con shows musicales de paz y amor, donde toda la ciudad estaba invitada para escuchar su discurso de posesión. Ese día hizo sol, venteo rico… Hasta el clima estaba a su favor.
Un plan de gobierno plenamente socializado, por el cual se votó; empezó el primer año de mandato con la novedad de una pandemia que no estaba escrita y frente a la cual se empiezan a tomar medidas: cuarentenas preventivas, cuarentenas estrictas, ley seca, restricciones de movilidad, pico y cédula y el desafortunado pico y género. Se desdibujó la idea inicial que terminó convirtiéndose en otro espejito como los que nos vendían los españoles para extraer nuestro oro.
Cuando ya se había evidenciado que en otros países de Latinoamérica la medida de pico y género ponía en riesgo a las personas de los sectores LGBTI, nuestra hada madrina nos impone con su varita mágica autoritaria este patrón hegemónico, cisgenerista, cissexista y binarista, trayendo con ello la angustia, el desasosiego y la desesperación. Se trató de una puerta abierta premeditadamente a la máxima agudización de situaciones de discriminación, exclusión y abusos policiales; cuando la fuerza pública corresponde al mayor perpetrador social de violencia en contra los maricas, y con sevicia hacia las personas trans. Mostró su verdadero rostro: como si se tratase de una gorgona, comandó a las fuerzas policiales a humillar y atropellar a las personas Trans de todos los territorios de nuestra ciudad.
Los gritos de auxilio no se hicieron esperar. El abuso policial emergió de las calles y los reclamos inundaron las redes sociales; mientras nuestra alcaldesa con su ruana, y con sus manos bien lavadas, impolutas, como una parca cundiboyacense se dedicaba a dictar prohibiciones “administrando” la ciudad, enterrándonos como papas al cultivo, con un silencio sepulcral y frío frente al dolor que había ocasionado: un olvido a los años de lucha por el reconocimiento identitario de las personas trans y no binarias.
Se destruyó el castillo de naipes de la reina de corazones. El viernes 29 de mayo del 2020, Alejandra Monocuco, una trabajadora sexual transgénero del barrio Santa Fe en Bogotá, murió después de que paramédicos se negaran a atenderla. Uno de tantos casos de transfobia institucional y serofobia; abriendo desencadenantes de exclusión durante la pandemia y sus medidas correctivas.
Pese a la voz unida del movimiento social LGBTI de Colombia con el hashtag #JusticiaParaAlejandra, exigiendo la verdad en el caso, solo encontramos nubes de polvo con la excusa del COVID-19, en esta ocasión ventiladas también por sus secretarias; que no daban una razón clara y precisa de lo sucedido. El cuerpo de la Monocuco se volvió un juego de excusas y culpas entre la Secretaría de Salud y la Secretaría de (Des) Integración Social. A la fecha, ¡aún exigimos la verdad!
Hechos que dolieron, que movilizaron e indignaron frente a la muy expectante Política Pública LGBTI de Bogotá, que tambaleaba como herramienta para la garantía de derechos, a 12 años de su implementación. Bogotá fue la primera ciudad de Colombia que le apostó a la diversidad sexual y se podría decir que era un referente nacional. Hoy en día es un chiste. Índices de discriminación maquillados en cada encuesta bienal, abusos policiales exacerbados por el silencio cómplice de nuestra “heroína”, bares y lugares de esparcimiento elegebetunos clausurados y quebrados. La ideación suicida a causa del acoso y persecución por orientación sexual e identidad de género, ahora vinieron desde la institucionalidad, trasladándonos directamente del clóset al mausoleo.
Entonces, ¿qué esperar de la disonancia cognitiva de una alcaldía sociópata? En campaña la “Diversidad es imparable”, en la práctica, nombramientos en cargos visibles a sus esbirros: lesbianas en el IDRD, gais en Secretaría de Planeación, transgéneros alcaldesas locales y subdirectoras para asuntos LGBTI, quienes solo reafirman el amiguismo y el clientelismo al que ya nos tienen acostumbrados nuestros gobernantes, cuando lo que realmente necesitamos son acciones claras y liderazgos reales frente a la implementación de una política pública, que en el papel vela por la garantía plena de los derechos de las personas LGBTI.
Esta administración narcisista y paternalista saturó con mercados y bonos la miseria que ocasionó con sus desmedidas anticovid; una danza macabra hacia futuras elecciones. Hoy las personas LGBTI de Bogotá pasamos orgullosas de las urnas de votación a la celebración, luego a los comparendos, a las judicializaciones, nuevamente al clóset y finalmente, a nuestras propias tumbas.