Aunque era el rey de la industria automotriz, a la justicia japonesa no le tembló la mano para ponerlo en la cárcel durante 108 días, tras acusarlo de fraude fiscal —$ 88 millones de dólares— y abuso de confianza —$ 14.5 millones dólares—, antes de otorgarle la libertad bajo fianza, previo pago de 8 millones de euros e imponerle condiciones draconianas: sin pasaporte, sin teléfonos, ni recibir mensajes de texto, acceso a internet limitado, obligado a residir en Tokio y con cámaras de vigilancia a toda hora y por todas partes, a la espera del juicio.
Fue el arquitecto de la alianza entre los constructores de autos Renault y Nissan, que era modelo de sinergias, de intercambio de tecnologías e imbricación de culturas diversas. Oriente y occidente trabajando de la mano juntos. Hasta que la desconfianza, las sospechas y los celos industriales hicieron añicos lo que hasta ese momento era considerado el prototipo del éxito de la globalización. Los japoneses prefirieron un final horroroso: el 19 de noviembre de 2018, en el aeropuerto Haneda de Tokio, adonde había llegado para un episodio de trabajo, nada más descender del jet privado, Ghosn fue, inopinadamente, esposado y llevado a una tétrica prisión que lo despojó de sus luces, boatos y su omnímoda autoridad, que detentó durante 20 años, cuando se unió a Nissan. Desde ese día se inició un proceso donde pululan las insinuaciones que han fecundado miles de embrollos, cábalas, desaguisados.
¿Qué quebró tan hermosa construcción? El pasado miércoles 27 marzo un informe de gobierno en Nissan mencionó que Carlos Ghosn se había “deificado dentro de Nissan”. Desde su llegada en 1999 empezó a levantar su imperio personal. Hasta el punto de mover todos los hilos a su arbitrio, voluntad y placer. Sustituía gerentes que no estaban de acuerdo con él, vendió activos, despidió miles de empleados, fomentaba rivalidades entre ejecutivos y dejaba de lado a los que se oponían a él. Un nuevo emprendimiento bajo las viejas normas. ¿Mientras él actuaba de manera desahogada, imponiendo sus directrices empresariales y económicas, dónde estaban los órganos de control y los comités de empresa de una constructora de la magnitud de Nissan?
Él reinaba y gobernaba sin ojos que lo escrutaran. Su ambición sin tasa era lo más llamativo. Borró los límites entre lo corporativo y sus fines personales. El diario francés Liberation reveló que desde 2012, estableció su residencia fiscal en Países Bajos, para librarse del impuesto a las fortunas establecido por el presidente francés de la época. Gérard Depardieu se fue a Rusia, y así decenas de franceses más. Su ego desmesurado se agigantaba a medida que los números verdes sobrepoblaban los balances de Renault y Nissan.
Estableció, quizás desde 2002, la sede Renault-Nissan BV (RNBV) en Amsterdam, una empresa conjunta de los dos constructores, responsable de gestionar y administrar la estructura de la alianza y financiada a partes iguales por las dos empresas. Pero la característica de esta sociedad se basaba en su opacidad, y hasta cierto punto en el secretismo. El diario L’Express cuenta, sin afirmar ni negar, que RNBV funcionaba como la hucha personal de Ghosn, donde se exploraban formas legales de administrar ingresos no revelados.
Según documentos consultados por AFP, a una abogada iraní y especializada en fusiones en Nueva York, Mouna Sepehri, cercana y leal a Ghosn, a quien había nombrado directora delegada de la presidencia de Renault, pagó casi 500.000 euros en 5 años como miembro del directorio de la alianza Renault-Nissan. Mouna “es la única” integrante del directorio que recibió una remuneración por parte de la sociedad RNBV.
De esta misma sociedad, hay residencias de lujo en Beirut, París, Río de Janeiro, a expensas de Nissan. Igual el pago a una tal Claudine Oliveira, desde 2003, por un trabajo ficticio de asesoría y sueldo anual de 87.000 euros, revelada por el Financial Times. Pero resultó que Claudine era en realidad la hermana mayor de Carlos Ghosn. Así mismo pagó 800.000 euros a su amigo libanés, el escultor Nadim Karam, por la escultura Las ruedas de la innovación, instalada en Yokohama, oficinas centrales de Nissan.
“Renault y Nissan han pagado 600.000 euros por los 60 años de Carlos Ghosn”, este fue el titular del diario Les Echos, que encadenaba la serie de hallazgos sobre el expresidente de la Alianza. Fue una fiesta el 9 marzo 2014 para celebrar los 15 años de la alianza. Pero la alianza nació el 27 marzo 1999. La fecha del 9 marzo, sin embargo, corresponde al cumpleaños 60 de Carlos Ghosn, nacido el 9 de marzo de 1954. Esta recepción, reunió 200 invitados, entre ellos Cherie Blair, actual miembro del Consejo de Administración, en honor de los socios que apoyaron la Alianza, según dice la carta de invitación. La cena fue preparada por el chef Alain Ducasse. Los invitados disfrutaron de un recorrido por el castillo y de los fuegos artificiales. Costo del evento 600.000 euros, financiados, según Les Echos, por RNBV. Lo más llamativo de este festejo es que había muy pocos representantes de Renault y Nissan para un evento que se suponía celebraba la alianza. Suficiente para poner en duda las razones reales de la fiesta.
Por donde se desplazaba Carlos Ghosn había gastos a tutiplén. Asombra que esos gastos, tanto los personales como los empresariales, eran una sola amalgama. ¿Así actúan algunos de los CEO de las grandes empresas multinacionales? ¡Preocupante! De su segunda boda —a los 62 años—, fastuosa, con ribetes reales, en la que no se eximio de mostrar su grandeza —parecía un acto de culminación— los gastos de financiación intrigan a la justicia francesa. Renault terminó pagando 50.000 euros por el alquiler del salón del Palacio de Versalles en el otoño de 2016 y no Ghosn como debía ser.
Es una lista interminable de gastos misteriosos. Como el revelado el 26 de marzo por Bloomberg. Nissan Motor Co. pagó la matrícula de los cuatro hijos del presidente Ghosn cuando fueron a la universidad de Stanford entre 2004 y 2015. El beneficio hacía parte del contrato de empleo de Ghosn en 1999, cuando fue contratado como director ejecutivo por el fabricante japonés, dijo uno de sus abogados. El beneficio, inusual entre altos ejecutivos, ascendió a $ 601.000 dólares.
O el que el 1 de abril ha descubierto las auditorías internas de Renault y que ha revelado toda la prensa francesa: Se entregaron varios millones, $ 32 millones, a una empresa que distribuía autos de Renault y Nissan en el sultanato de Omán y se sospecha que este dinero se utilizó en la compra de un yate para beneficio de Gohsn y su familia. Este dossier ya está en manos de la fiscalía de Nanterre que investiga el asunto.
Todas estas revelaciones y hechos divulgados desde su encarcelamiento en noviembre pasado, están por verse si son legales o ilegales, si quebrantan o no normas éticas, si corresponden a venganzas personales de las altas cúpulas de ejecutivos, o, porqué no, a los resquemores o intrigas palaciegas por una posible fusión de las dos compañías que, especialmente Nissan veía con amargura, o, finalmente, por intereses nacionalistas entre franceses y japoneses. Aquí no se presume nada, todo está por verificarse.
Luego de salir de la cárcel bajo fianza, Ghosn repite que es inocente y que se trata de una “oscura conspiración”. Un alto ejecutivo de Nissan, que no dijo su nombre, al diario Asahi Shimbun declaró para justificar su encarcelamiento: “En vez de ser un golpe de Estado, esto muestra que habíamos llegado al límite de la capacidad de soportarlo. Aunque creo que Ghosn era un excelente gestor empresarial, dejaba mucho que desear como ser humano. No podemos hablar de él si ignoramos este aspecto”.
Cuando el señor Ghosn cumplió 100 días de estar en esa celda ignominiosa, impropia para su dignidad —20 años llevó sobre sus hombros las responsabilidades de la Alianza— Hiroto Saikawa, su sucesor en Nissan, en la revista Nikkei Asian, expresó su lamento a que Nissan no hubiera prestado “mayor atención al gobierno corporativo”. Saikawa lleva más de 40 años unido a Nissan y casi que perplejo habla de que en Nissan existía una “total dependencia” de Ghosn.
Pero era de tales dimensiones esa dependencia que, Takeshi Yamagiwa, exfuncionario de Nissan de tres décadas, exclama: llegó un punto en el que solo un clon del señor Ghosn podría sucederle.
Es decir, como si tuviera el don de la ubicuidad. El arte o la astucia y sagacidad desbordante de Ghosn estribaba en que construyó un entramado donde todos los aspectos de su vida íntima y personal, lujos y extravagancias, caprichos, excesos, inversiones personales fallidas, donaciones por vanidad, obras filantrópicas en Líbano y portar el rol de mecenas que lucía con orgullo y que todo el mundo le prodigaba, logró aglutinarlos y hacerlos funcionar y sufragarlos a expensas de la alianza Renault-Nissan. Lo que en castizo se describe como: ganarse indulgencias con avemarías ajenas.
Era como si hubiera un extraño sortilegio. Todos lo sabían pero nadie lo decía. “La junta tiene algo de culpa por una cultura corporativa que no podía mantener bajo control al señor Ghosn”, opina Takeshi Isayama, exvicepresidente de Nissan.
El Wall Street Journal, edición 28 marzo, se pregunta: ¿Por qué cayó Ghosn? Proteccionismo, tal vez. Habla de que Nissan tenía temor de que Francia se adueñara de una de las principales compañías de Japón. Dos ejecutivos de Nissan, decididos a detener una mayor integración corporativa, instigaron la investigación de Carlos Ghosn, y como perros hambrientos, se dedicaron a perseguir rumores de irregularidades de larga data hasta que encontraron evidencia de presuntos delitos financieros que entregaron a los fiscales japoneses. La investigación se inició en abril 2018, el mismo día en que el gobierno francés habló de que quería ir más allá de la alianza establecida hacía dos décadas. Quería la fusión. ¿O era Ghosn el que estaba obsesionado con la fusión, al precio que fuera, así le tuviera que vender su alma al diablo?
La palabra fusión despertó todos los demonios. Queda la pregunta del millón, como dice Hiroko Tabuchi, en el NYT, el gran interrogante es saber si las grietas abiertas en Renault y Nissan son demasiado profundas para reparar y podrían dejar a la deriva a 450.000 trabajadores.
Precisamente aquello que lo aupó a reinar sin rival, es ahora mismo su acusador y le hace vivir un viacrucis extenuante —el horror sin fin—que fue incapaz de vislumbrar, a pesar de la destreza que había exhibido como gestor. Estaba tan lleno de sí mismo que no pudo ver acercarse la figura siniestra de su verdugo. Ahora anda en la angustiante espera del juicio que, según el Financial Times, podría comenzar en el otoño, antes de lo esperado. ¿Podrá resistir el tamaño de la avalancha de acontecimientos que se le vienen encima en los próximos meses? ¡El conjunto de esta historia es abracadabrante!