Del cielo al infierno

Del cielo al infierno

Crónica de la perdición.

Por: Kevin Steven Bohorquez
mayo 04, 2015
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Del cielo al infierno
Imagen Nota Ciudadana

Con las manos llenas de tierra y abono desenvolvió la papeleta, metió un pitillo de siete centímetros de largo, lo cubrió, y en forma de agujero lo dejó. Armó una pipa y al colmo de unos segundos le metió bazuco. !3,2,1! Fueron los segundos en los que aspiró ese polvo. Repitió su consumo de cuatro a cinco veces, guardo la dosis en una maleta y se la montó a los hombros. Padre, hijo y espíritu santo fue la señal que le dio paso a su objetivo.

A 500 metros se encontraba una mujer joven, alta, con cabello negro y bien vestida. En su bolso guardaba más de 12 millones de pesos, suma que sería consignada al voltear la cera. Menos de cinco pasos dio la mujer, cuando por atrás la cogió por la espalda. Con una patecabra del tamaño de una mano de bebé, abrazó su cuello y le gritó : ¡Suéltelo ya, perra! Sin ninguna salida, la mujer soltó el bolso, se cayó al suelo y este salió a correr. Mientras tanto, un policía de turno observaba la situación. Sin pensarlo sacó su arma, apuntó y disparó. Tendido en el suelo este ladroncillo a sueldo terminó.

De inmediato, fue auxiliado por un vendedor y su esposa. Trasladado a la Clínica San José —justo a 12 cuadras del hecho— entro a cirugía y reconstrucción del cigomático, mayor y menor, risorio y borla del mentón. Todos músculos de la cara. Sin embargo, luego de unas cuantas horas de cirugía y meses en tratamiento, su rostro, especialmente su boca y nariz, quedarían deformes de por vida.

El 12 de abril de 1983 Mario Cifuentes cumplía diez años de edad. Nacido en Santa Inés, antiguo barrio de lo que se conocía como cartucho, era el segundo de dos hijos. Su mamá, una mujer ama de casa, lo acompañaba todos los días a la escuela. Su papá administraba un hotel en la zona. Al regresar de su jornada de estudios, Mario, jugaba con los niños al frente del hotel de su padre. Su amor por el microfútbol y su destreza con el balón hacían que este joven se quedara hasta muy altas horas de la noche en la calle.

A pesar de sus notas en la escuela, le gustaban las matemáticas y la geometría. Decidido a estudiar alguna ingeniería o contaduría, desde muy pequeño soñaba con tener orfebrería, vestir de marca y conseguir un auto de lujo: Audi o Mercedes eran los preferidos en su lista. Sus amigos le decían 'el topo'. A pesar de su corta edad, era el más bajo de su clase. Sin embargo, tenía una gran habilidad en las piernas, era el 10 del equipo del salón, y hasta el momento, había alzado tres títulos al hombro.

Una gran ola de vandalismo y drogadicción azotaba al barrio Santa Inés. Pequeños grupos de jóvenes se unían para crear bandas de extorsión. Todos ellos, dirigidos por sayayines o capos, eran los que manejaban el micro tráfico de droga, el cual, para ese momento, se estaba gestando. Se aproximaba abril de 1985, Mario cumplía 12 años, cursaba séptimo grado de primaria y su rebeldía ya estaba dejando sus primeros rastros. Las precarias situaciones del barrio dejaban a este niño indefenso y mal parado.

Era viernes por la tarde y todo su combo se reunía para concluir la deuda. En el campo se arreglaban los problemas. Sin conflicto ni discusiones, solo fútbol. Confiado por su habilidad con la pelota, Mario marco 3 de 5 tantos del partido. La victoria lo favoreció y al final solo faltaba la celebración; entre risas, golpes y pequeñas chanzas se dirigía a casa con sus amigos. Un joven no muy alto, pero sí musculoso, se le acercó y al cabo de unos segundos le dijo:“Socio, vea, pa' que siga celebrando, fúmese un baretico y siga volando, siga festejando”.

Impactado por el momento e influenciado por su grupo de amigos, Mario accedió a consumir. A la primera inhalación, Mario toció. Sin ningún temor continuó una y otra vez, mientras que sus compañeros se reían y le decían: “Hágale, parcero, que eso no pasa nada”. Asustado, inconsciente y mareado, Mario entró en colapso nervioso luego de que sus ojos rojizos se reflejaran en una ventana de vidrio. Debía entrar en silencio a su casa.

Al pasar los días, el químico psicoactivo viajó por toda su sangre hasta llegar a su cerebro. La necesidad de consumir era pequeña, sin embargo, su fuerte deseo por continuar seguía en pie. Así, al cabo de unas semanas empezó a consumir todos los viernes, luego siguió los martes y viernes y, finalmente, consumía tres veces por semana. Sus padres, inocentes de la situación, y al ver la edad de su hijo, decidieron darle más libertad en las salidas y en el fútbol. No obstante, Mario tomó la decisión de no entrar a algunas clases y, aún peor, quitarle las pertenencias a sus compañeros.

Meses después, luego de tres dosis por semana, Mario iniciaba como un consumidor activo. La gente que lo rodeaba acostumbraba a consumir en el parque central de Santa Inés, carrera décima con novena, a cuatro cuadras de su casa. Inmerso en el conflicto y en los pequeños consumidores que se estaban gestando en la zona, Mario conoció a 'el chinche' con tan solo 13 años de edad. 'El chinche', quien era un capo de la droga, le enseñó a manejar un arma y le regaló su primer cuchillo Santoku, famoso por ser muy caro y de fácil agarre. De esta forma, a muy temprana edad, Mario empezó a delinquir en el sector.

Sus padres, al darse cuenta de la situación en la que se encontraba su hijo, decidieron castigarle por unos cuantos meses. Mario, obstinado por salir y consumir marihuana, no cumplió el castigo y al cabo de 4 meses estaba en las calles con su gran amigo 'el chinche'. Sus padres y hermano, al ver tan desafortunado hecho, decidieron sacarlo de su casa, sin corazón y sin sentimientos. Mario, con un dinero que había conseguido por el robo de una billetera, se alojó en la casa de 'el chinche' y, sin ninguna restricción, este le entregaba papeletas a cambio de sus servicios como extorsionista.

A sus 17 años de edad, consumido en el mundo de las drogas y la delincuencia, no tenía opciones de dejar a 'el chinche'. La fuerte pelea con las bandas que delinquían en el sector dejaba al capo indefenso, pues su arsenal de compañeros eran muy pocos. 'El chinche', quien se caracterizó por ayudar y apadrinar a Mario, cayó luego de que dos sicarios de la zona le dispararan con un revolver S&W 60. Sin ninguna salida, y con unos cuantos enemigos encima, Mario terminó en la indigencia con una ropa vieja y unas cuantas cobijas.

Para conseguir su sustento, Mario consumía bazuco antes de cometer sus crímenes. Luego se persignaba como símbolo de seguridad. Así continuó 20 largos años de su vida, hasta que un día, por extrañas razones, desenvolvió una papeleta, le metió un pitillo de 7 centímetros de largo, armó una pipa, se hecho la bendición y al cabo de 20 minutos estaba en el suelo con un tiro que traspasó algunos músculos faciales.

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