Cincuenta y tres mil votos de un país con cuarenta y ocho millones de habitantes determinaron una estrategia electoral con posibilidades de definir, a su vez, la elección presidencial de 2018. Esa fue la sorpresa de un plebiscito en el que la población de los territorios devastados por la guerra votó Sí a la paz, y la alta burguesía y buena parte de las clases media y popular de las ciudades donde no se padecieron las atrocidades del conflicto votaron No.
Un eslogan sugestivo y propicio para la coyuntura abrió plaza: “El que diga Uribe”. Ni mandado a hacer para el ego gigantesco del acucioso explotador del No, sintonizado siempre con el fanatismo de sus idólatras, que nunca le encuentran al caudillo, el Grancolombiano, ni un defecto ni un error que afecte su perfección. Pocos carismas tan exculpatorios de corruptelas administrativas y políticas como el de este paisa jactancioso que aspira a gobernarnos, en cuerpo ajeno, por cuatro años más de los ocho de sus dos mandatos.
Venezuela tuvo presidentes títeres con Juan Vicente Gómez. Los llamaban presidentes del presidente, y los dos más conocidos gobernaron “felices” de su sumisión al Benemérito. Si “el que diga Uribe” llega a coronar, Colombia repetiría la historia de Venezuela ochenta años después, y la de Argentina setenta años después de que sindicatos y montoneros le acuñaran el slogan “Cámpora al Gobierno y Perón al poder”.
Sin embargo, el Grancolombiano no podrá negar que los presidentes del presidente tuvieron la desventaja de que el Benemérito era el titular del mando y controlaba el Estado a su antojo. “El que diga Uribe” tendrá la ventaja de que la investidura y los controles del Estado serán suyos y no de su jefe. Dentro de esa lógica, no lo considerarían presidente del presidente sino presidente del expresidente. Como para pensar dos veces si toleraría que lo llamen gobernante gobernado, a sabiendas de que las instituciones le dan legitimidad por haber sido mayoritariamente ungido.
¿Del ramillete de “los que diga Uribe” hay un precandidato con madera para resistirse a ser presidente del expresidente?
Creo en Iván Duque Márquez porque es un hombre que piensa, estudia y tiene personalidad, y es incapaz de atrofiar su cerebro y de hipotecar su independencia al momento de ejercer sus potestades constitucionales. Él sabe que son intransferibles. Quien piensa y tiene personalidad imparte órdenes desde dentro del poder y no se sienta a esperarlas de fuera, de un intruso. La banda presidencial y el bastón son para portarlos con dignidad. Duque, en eso –estoy seguro–, no será inferior al Juan Manuel Santos que se abstuvo de endosarlas obedientemente. Asumiría sus funciones con respeto por su jerarquía.
Conozco también a Carlos Holmes Trujillo, y me satisfizo su carrera como liberal (alcalde de Cali y dos veces ministro), pero su cambio de partido por las lentejas de una embajada no augura verticalidad si clasifica como fórmula del Grancolombiano. Dudas, muchas dudas.
Las encuestas y la popularidad no le confieren la propiedad del Estado
y sus instituciones a ningún jefe político,
ni en forma directa ni a través de delegatarios
Las encuestas y la popularidad no le confieren la propiedad del Estado y sus instituciones a ningún jefe político, ni en forma directa ni a través de delegatarios. La fauna de los Gómez y los Perón es historia superada, vergonzosa y nefasta para nuestro continente en épocas aciagas. Revivirla en democracia, tantos años más tarde, sería humillante, aun para la Colombia emasculada por gobernantes caprichosos e irresponsables, cosecheros de odio y proveedores de violencia.
Piensen más bien los colombianos sensatos en una solución nacional (un buen candidato) que conciba una política macroeconómica que nos saque de la desaceleración y sitúe el debate en cómo aumentar la producción, estimular el consumo, impulsar el crecimiento, racionalizar el gasto, reducir la inflación, nivelar la balanza comercial y la de pagos y alcanzar un desarrollo sostenible. Alguien que construya futuro y no que prolongue pasado.