El aislamiento preventivo obligatorio es una situación estresante y un hecho psicológicamente agotador. Su impacto negativo se da a través de un inmenso abanico de acontecimientos sociales e individuales que transgreden el bienestar, los equilibrios internos y la capacidad de regulación de los humanos. La afectación que genera está condicionada por la intensidad y duración de la exposición a los estímulos estresantes, así como por la forma en que se confrontan.
Su influencia se evidencia en: la construcción de pensamientos, la alteración en el funcionamiento de un buen número de órganos del cuerpo, cambios abruptos de comportamiento y sobre todo, en reacciones emocionales muy fuertes. Reconocer cómo funciona el estrés y los cambios que puede generar es el primer paso para intentar manejarlo, más en situaciones como la que impone la pandemia que actualmente enfrenta el mundo.
Más allá de no querer estar estresado
No basta solo con la buena voluntad. El estrés es un estado de alerta y tensión aguda, caracterizado por el gasto de energía. Se consolida por eventos abruptos de gran magnitud que sobrepasan la capacidad de regulación de las personas y también, por la sumatoria o acumulación de eventos minúsculos; en algunas ocasiones por excesos y en otras por ausencias desafiantes. Algunos lo llaman sobrecarga por estimulación o privación que incrementa la activación en una persona, lo cual se refleja en los cambios de hábitos y condiciones de vida.
Frente a un agente estresor, el organismo humano vive tres momentos: alarma, resistencia y agotamiento. En el primero la estructura y órganos se alistan para responder al estímulo. Luego, el cuerpo repara los daños provocados por el estado de alarma y empieza a construir nuevos estados de equilibrio. Por último, si se prolongan los factores estresores, se deterioran capacidades y producen daños devastadores. Sin embargo, el estrés ha permitido confrontar situaciones conflictivas que han facilitado la supervivencia humana, por ejemplo, llega a embotar el dolor en situaciones que eso puede llegar a ser útil.
Sí, a más tiempo de asilamiento, mayor riesgo y probabilidad de ser presa del estrés. Cuando la exposición a una situación estresante se prolonga, su capacidad de trastornar los organismos se puede multiplicar a un número casi infinito de formas. Pueden aparecer súbita y esporádicamente, con una evolución rápida; también se impone desde condiciones crónicas, lentas, acumulativas y prolongadas en el tiempo y usualmente, se relacionan con reacciones afectivas, cognitivas y conductuales que se manifiesta de forma individual y llegan a trascender en el universo social. Todas ellas están coordinadas y dirigidas por un órgano rector: el cerebro. Por eso es importante alimentarlo cuidadosamente, liberarlo de relaciones tóxicas y entrenarlo para los desafíos y conflictos propios de la vida cotidiana.
Ante lo que se menciona, es claro que las personas reaccionan y viven de forma diferente al estrés. Más aun cuando hay incidencia de variables sociales, pues en contextos caracterizados por la precariedad económica, la inseguridad y la limitación en el acceso a oportunidades, bienes y servicios se profundiza la vulnerabilidad ante los daños que puede producir. Esto preocupa mucho porque el estrés agudiza habilidades cognitivas y sensoriales, lo que supone un grado más alto de susceptibilidad respecto a los estímulos que presenta el medio. En esa medida como medida de contención es importante sofisticar y mejorar la focalización, priorización y atención de acciones públicas basadas en subsidios, intervenciones y acompañamiento en esos grupos poblacionales.
Estrés y emociones
En contextos o situaciones estresantes las emociones aparecen como una vocecita que retumba en todo el organismo para dictar hacia donde ir y qué hacer. Irrumpe como un gran elefante afectivo que aplasta hasta el más diminuto intento o cálculo racional que permita parar, buscar otro rumbo e incluso, modificar las formas de interpretar y valorar lo que sucede alrededor de cada uno, lo cual, a pesar de sonar fácil, no lo es. Pocas veces las personas imbuidas en una turbulencia emocional, marcada por la ira, la rabia o la tristeza logran autorregularse, contenerse, ser asertivas y dar manejo a su afectividad respecto a una situación estresante.
Las reacciones emocionales dejan ver cómo el estrés ajusta la vulnerabilidad de todo organismo. Desde ahí hay una relación estrecha con la aparición de sintomatología asociada a una amplia gama de enfermedades; cuál sea, depende de factores como la alimentación, porque ahí por ejemplo se condiciona la interacción entre el hígado y el colesterol; o de la composición de las células grasas y los defectos congénitos; tanto como de la personalidad, la historia de vida, los recursos de afrontamiento y experiencia de situaciones estresantes previas, tal como el grado de exposición a él y las no menos importantes redes de apoyo.
Ante eso cuide su alimentación: el consumo de alcohol, tabaco, azúcares refinados, azúcares blandos, golosinas y harinas, grasas animales, café, fritos, alimentos conservados y colorantes favorecen el desencadenamiento de estrés y este a su vez genera vulnerabilidad ante la depresión, influye en la velocidad de envejecimiento de las personas y afecta el funcionamiento de la memoria.
No olvide que el estrés dificulta el sueño. Con plena seguridad, la probabilidad de ocurrencia de las preocupaciones diarias que rondan su cabeza en estos momentos es baja, piénselo. Así es que sus noches dedíqueselas a un descanso profundo y no a las inquietudes nocturnas que suele magnificar. Además de no hacer nada rumiando ideas inútiles, puede que termine afectando negativamente su rendimiento cognitivo.
Frente a lo que se menciona hay un consenso sobre la relaciona del estrés con respuestas fisiológicas marcadas por: hipervigilancia, la resequedad de piel, boca seca, la dilatación de las pupilas, aumento de lípidos en la sangre, estados de alerta, hipertensión arterial, taquicardia y la contracción muscular generalizada. Un amplio cúmulo de síntomas que dificultad el diario vivir en aislamiento.
A estados complejos, repuestas integrales
Biología, psicología y contexto social están finamente entrelazadas. Constituyen una relación que se vive como estímulos sociales que condicionan las expresiones emocionales y particularidades psicológicas que pueden llegar a posibilitar las obstrucciones de vasos sanguíneos, el entorpecimiento de la circulación y con el tiempo, hasta la aparición de diabetes. Ante el reconocimiento de esta interacción, los análisis de los estados de salud son segregados, independientes y fraccionados. Lastimosamente, existe una profundo y casi exclusivo interés en concentrarse en el síntoma físico, su enorme preponderancia se relaciona con una pauta histórica que ha reproducido sistemas de salud bastante deficientes frente al logro de un concepto integral de bienestar biopsicosocial en las personas.
Por lo que se menciona, más que introspección durante el reposo que impone el aislamiento, el ser humano necesita domesticar el sufrimiento. Debe reconocer que si la activación que produce el estrés en su organismo se prolonga mucho tiempo, más del límite adaptativo, generará graves problemas, caracterizados por crisis, traumas y trastornos plagados de rupturas negativas en el estilo de vida, en el bienestar individual y en la sociedad. La fórmula es básica, frente al estrés hay dos opciones: adaptación para superarlo o enfermedad. No hay condiciones, ni formas, tampoco recetas secretas o mágicas para lograr que esté período sea asumido como unas agradables vacaciones, un tiempo de crecimiento personal o de recogimiento productivo.
En esa medida es vital mantener claras las expectativas y no sobredimensionar las posibilidades del aislamiento. Más, reconociendo que el ser humano siempre quiere disfrutar los resultados, los desea, pero no quiere pasar por el sacrificio inherente al estado que desea alcanzar: todos quieren estar sanos, pero no toman las medidas necesarias para proteger su vida.
La reflexión
Independientemente del desarrollo de la pandemia, el aislamiento ha llevado a concentrar cada vez más la atención en el funcionamiento de relaciones familiares, la disponibilidad de alimentos y la capacidad adquisitiva. El empobrecimiento o reducción de la vida social sucede mientras empiezan a aflorar tensiones y las consecuencias negativas de la pandemia.
Al mismo tiempo mucho se dice de la limitación sanitaria, la precariedad hospitalaria, de la hipervulnerabilidad de los siempre vulnerables y la nunca ausente desidia política de varios gobernantes al momento de responder con decoro y agilidad a las circunstancias. Algunos, con más ganas que rigor científico, llaman la atención sobre la necesidad de atender y responder a la salud mental de las personas. Y sí hay un acuerdo más o menos generalizado sobre lo vital de estos asuntos. Más en un contexto global, donde hay una ocurrencia de intentos de suicidio asociados a personal médico, ciudadanos y hasta políticos abrumados e impotentes ante los estragos de la pandemia. Sin olvidar, que como sociedad es necesario prepararse para confrontar la crisis económica y el desempleo, hechos que históricamente han demostrado que aumentan de la tasa de intentos de suicidio en el mundo.
No hay control en los factores de riesgo asociados al estrés. Por eso, es importante no permitir que la tecnología genere nuevos problemas psicológicos. Lo saben hacer muy bien y lo hacen intensamente. Las redes sociales, por ejemplo, propician ambientes de desinformación e inseguridad que exponen a la vergüenza, al ridículo, la desconfianza y tienen la capacidad de activarse conforme se agudiza el desencadenamiento de estresores.
Lo que ha leído se basa en juicios cuantificables, verificables, categorizados y con rigor y credibilidad científica. Si nada de lo leído le suena o le convence en su inmensa sabiduría, por lo menos tenga en cuenta que las medidas tomadas no son cliché, no pueden abandonarse a la protección divina, recuerde: “ayúdate que yo te ayudaré”. Cuando menos reduzca su irresponsabilidad a su mínima expresión y ayude a cuidar a los otros.
Lea esta columna en voz alta y repita: “mi sistema inmunitario se debilita durante el estrés y en estos momentos es mejor fortalecerlo que debilitarlo”.