En Colombia alrededor de unos 20 millones de personas cuentan con un trabajo, la mitad de manera informal y la otra mitad de manera formal, para los formales los días de pago pueden ser mensuales o quincenales, mientras que para los informales es de manera diaria. Sin importar el monto del salario, creo que la sensación de recibir el pago del trabajo es única, porque una vez llega a nuestras manos nos sentimos valorados y con un cierto poder para proyectarnos a todo tipo de aspiraciones.
Los usos que le podemos dar van desde pagar por la comida, vivienda, vestuario, uno que otro gusto, los cuales nos generan satisfacción y están también los que nos generan esa sensación que nos están quitando lo ganado, como lo son el pago de deudas e impuestos este último fundamental para que el Estado colombiano pueda satisfacer la demanda de necesidades (derechos) de sus ciudadanos.
Es así que el nivel de impuestos que se paga depende entre otras cosas del tipo de Estado que se quiere, si se miran los países del mundo, van desde los grandes que garantizan absolutamente todo (casa, carro, beca) hasta los que buscan ser pequeños porque se enfocan en proveer unos mínimos para que funcione la sociedad como la seguridad, justicia y obras públicas que un privado jamás haría.
Sin duda lo que hemos vivido estos días con la reforma tributaria ha evidenciado el consenso sobre el tipo de Estado al que la mayoría de los políticos en Colombia le apuestan, y es uno que provea a diestra y siniestra, el cual cuesta y mucho, por eso la necesidad de recaudar más dinero.
La discusión ahora se centra sobre quienes van a financiar esto, si los ricos, las empresas, o los asalariados, y con qué tipos de impuestos, es así que el retiro del proyecto de reforma tributaria deja la hoja en blanco para que se comiencen a plasmar todo tipo de propuestas, cuando se hace un barrido rápido de las mismas la mayoría concuerda en lo mismo, los impuestos como solución.
Pero qué tal si en vez de esto, aparte de la muy buena idea de reducir el tamaño del Estado que han tenido algunos, exploramos algo que casi nadie se ha atrevido a plantear y es no colocar ninguna clase de impuestos (dejar las cosas como están), ni a ricos, ni a clase media, ni a empresarios, ni a asalariados, ni a pobres, ¡a nadie!
Por una elemental razón nadie es más eficiente y sabe gastarse mejor su dinero que las propias personas. Ellas saben el esfuerzo que les representó ganarlo y por ende le van a dar el mejor uso posible, bien sea consumiendo, donando, ahorrando o invirtiendo. Bien lo decía el presidente Ronald Reagan: cuando las personas tienen la libertad económica para manejar y decidir sobre su dinero, y se confía en ellos, en vez del control del gobierno, las fuerzas creadoras de la humanidad se liberan y las sociedades se vuelven dinámicas y prosperan.
No sigamos siendo víctimas de esa creencia ciega que, si el Estado nos maneja la vida, nuestra sociedad será mucho mejor, por eso en los últimos 20 años hemos tenido un sin número de reformas tributarias, donde una tras otra hemos cedido poco a poco a nuestra libertad entregando cada vez más dinero vía impuestos, a un Estado que parece no saciar su apetito, ayer era la paz, hoy es la crisis, mañana será carro particular para todos, y así más y más.
Cambiemos la mentalidad. ¡Dejemos que la gente se gaste la plata como quiera!