En el grupo de WhatsApp de mi barrio, en el cual nunca participo, veo un video de una “denuncia” que está acompañado del emoji de las manitas rezando y un texto que dice: “En el lote desocupado de al lado del conjunto hay unos pelados metiendo vicio, ¿cuál es el número del cuadrante?”. Me asomo por la ventana y veo a unos pelados tranquilos, ríendo y contándose cosas. No están peleando ni viendo a quién robar, nada. Obviamente me llega el olor dulzón a marihuana y pienso: ¿cuál es el verraco problema? Si estuvieran tomando trago y dándose en la jeta, ¿preguntarían también por el número de los tombos?
La doble moral y el prejuzgamiento en este país son enfermedades hereditarias y también un reflejo de la doble moral. Para la muestra, muchos sufren violencia en sus hogares, en múltiples ocasiones influenciada por el consumo de alcohol, pero no hacen nada. No denuncian, se lo guardan, tal como se lo enseñaron sus padres. Aun así, piensan que el que se fuma un bareto sale enloquecido a matar o a violar. ¿No pasa esto más bien con un borracho violento y maltratador? Ah no, no importa. El trago es legal y hay una aceptación tácita de esa violencia. Les lavaron la cabeza.
Además, meten en un mismo saco la heroína, la marihuana, las pepas y el bazuco. Por eso cuando les preguntan cuáles creen que son las causas de la inseguridad responden sin titubeos y con total conocimiento: “Esos verracos mariguaneros (sic) que se la pasan en el parque metiendo vicio y corrompen a los niños que juegan ahí”. Igualito a los miembros del grupo de WhatsApp de mi barrio, con la diferencia de que en el chat piden a gritos “paloterapia y limpieza social”.
Pongámonos serios, hay argumentos en pro de la salud pública si se legaliza su consumo recreativo en adultos. Si el gobierno toma control del mercado, toma control de la calidad. Por ende, ya no se seguiría fumando “pastoloco”, el cual estuvo toda la mañana en los calzoncillos sudados de un ñero en un parque, y se evitaría el dolor de cabeza y el embotamiento derivado de dicho "cafuche". En ese sentido, se compraría bareta sellada en empaque hermético y con sello del Ministerio de Salud. Igualmente, si el gobierno absorbe la demanda, coge el mercado y la distribución. En consecuencia, se generarían recursos fiscales importantes que se podrían destinar a prevenir el no consumo, a negarles el acceso a menores de 18 años, a detectar si alguien está muy trabado y maneja, etc.
En esta cadena de producción se acabarían los intermediarios, jíbaros en este caso, ya que se le compraría directamente a los cultivadores. No más ñeros en los parques y calles ofreciendo cualquier porquería. Sin embargo, queda un problema por resolver: la estigmatización social al consumidor. Desde hace décadas existe muchísima gente a la que le toca fumársela a escondidas, a pesar de que son consumidores funcionales (abogados, matemáticos, ingenieros, etc.). No es cierto del todo que la bareta es una puerta a drogas más duras como la cocaína. Hay predisposiciones desde genéticas hasta psicológicas para que alguien caiga en adicciones más dañinas y fuertes.
Por consiguiente, estas deberían ser examinadas y avisadas a la gente que por primera vez fumaría. Subrayo la palabra avisar, porque el Estado no es mi papá ni mi mamá. Si yo decido (con cédula en la billetera) reventarme esnifando cocaína o chuteándome heroína, lo único que el Estado puede hacer reducir los daños. ¿Cómo? Al permitirme conseguir parafernalia lo menos dañina posible (agujas desechables, agua destilada, pitillos desechables), acudir a centros de consumo regulado (en vez de tener que consumir en los parques) y acompañamiento psicológico cuando por voluntad propia decida abandonar el consumo.
Dejemos la huevonada. La droga siempre ha existido, existe y existirá. Son el estigma y la plata del negocio en manos de los traquetos los que no pueden seguir existiendo ni perteneciendo. Así que, queridos miembros del grupo de WhatsApp de mi barrio, sigan botando prevenciones chimbas y veneno en chats, limpiándose las heridas de las golpizas del sábado los domingos y leyendo la biblia en el altar del centro de la sala mientras buscan versículos sobre el perdón y el arrepentimiento. Por mi parte, yo esperaré pacientemente a que legalicen el consumo recreativo para adultos, me compraré un bareto tamaño extrajumbo y me lo fumaré caminando en las escaleras del edificio donde vivo y me imaginaré cuando llamen al cuadrante y les respondan “no podemos hacer nada, señor(a), es legal”.