Encontramos en la historia que los primeros impuestos fueron creados en el antiguo Egipto y desde esa época ha existido el debate sobre su conveniencia.
La intención final de un impuesto, cualquiera sea su nombre, es aportarle al Estado el dinero necesario para financiar el gasto público —desde los salarios, hasta las obras de infraestructura—. No es un secreto para el lector el continuo aumento de las imposiciones y el lento incremento en los ingresos reales. Todo lo que hemos crecido monetariamente ha sido de la mano de la inflación de los precios. A ese ritmo no quiero que me suban el salario 5% si el arroz subirá 8%.
El lío al que se enfrenta el Ministerio de Hacienda en la actualidad se resume en esto: debe financiar un Estado para 49 millones de personas, con los aportes potenciales de 22 millones de trabajadores, sabiendo que de esos 22 millones no todos declaran renta, solo son la cantidad de ocupados, es decir, los que están económicamente activos. Complejo.
No podemos exigir mejores servicios sin pagar más. Es ilógico.
Ya sabemos que históricamente en el país se han robado la plata, que han hecho puentes con materiales de mala calidad y se han caído, que han creado carteles para robarse el dinero (¿ya les dije que soy de Córdoba?). La consulta del domingo es la respuesta (algo desacertada, pero se vale el esfuerzo) de una sociedad que pretende librarse de ese yugo y poder hacer más para sí.
El colombiano siente que si le suben los precios le hacen un daño, pero reclama salud de primera calidad, pensión heredada, incremento salarial del 20% con IPC e inflación por debajo del 1%, menos horas laborales y demás beneficios, ignorando que Alemania los tiene porque sus empleados son más productivos que nosotros y tienen las herramientas, aquí no. Aquí seguimos sacando la cosecha en burro a la carretera.
Así no ganaremos en competitividad. Y nunca tendremos sueldos como los de los países desarrollados. Además, la solución al problema económico nacional no es el aumento del mínimo, es el aumento de nuestra capacidad productiva. Eso se hace con educación específica. ¿Ya salieron a pedirle al presidente Duque más inversión para calificar la mano de obra y ser más competentes?
Como en la época de la independencia hoy tampoco sabemos para dónde vamos como nación: tenemos subsidios para todo y como sociedad ignoramos que son un arma de doble filo… sin empuñadura.
La solución a corto plazo es indudablemente aceptar la apuesta del gobierno por el aumento de los impuestos. Nos dolerá a todos como gritan los extremistas sin argumentos, que ante esta realidad se quedarán mudos y con su capacidad adquisitiva disminuida. Como a todos.
A mediano plazo debemos reorganizar el gasto para potenciar los sectores en los que somos potencialmente fuertes, pero hoy no se ven. La agricultura, por ejemplo, le aporta al país solamente el 7,1% del PIB, mientras que las intermediadoras financieras suman cerca del 22%. No estoy insinuando que debería ser al revés, pero sí admito que es triste ver como un país con todos los pisos térmicos, con tantas horas sol/año, con este potencial hídrico, una cultura y vocación mayormente agraria, deje relegado ese potencial a un 7%.
¿Cómo potenciarlos?
Sin subsidios inocuos, para comenzar.
No quiero contarle, estimado lector, las veces que de niño en mi natal Ciénaga de Oro veía filas interminables de personas cobrando “Familias en Acción”, para luego gastarla en trago y fiestas. Madres que en 5 años pasaron de 2 a 7 hijos “para cobrar más”.
Tampoco me quiero imaginar lo que sería de las cifras sobre pobreza extrema, sin esa inyección de capital a esas familias de escasos recursos, por eso dejemos así.
Los incentivos, como me gusta llamar a los subsidios, deben ir enfocados a quienes vayan a desarrollar un proceso productivo que más tarde le dé al dueño del incentivo la independencia financiera que necesita y con ello el retorno de la inversión en forma de impuestos.
Es decir: darle subsidios hoy a quien mañana vaya a pagar impuestos gracias a la inversión que el Estado hizo.
Un ejemplo: los miles de jóvenes que somos de las regiones apartadas, donde hay enormes oportunidades de desarrollo industrial y baja calidad educativa. Allá nunca, le repito, nunca habrá industrialización y sin esa no habrá desarrollo. Nunca.
Si se nos trae a los centros de alta tecnología (allá no los habrá por cuestiones demográficas), se nos educa en ellos, se nos sostiene económica y socialmente en la ciudad con gusto nos iremos a desarrollar nuestros proyectos agropecuarios y en 10 años habrá más desarrollo empresarial, más mano de obra capacitada (La piedra angular de cualquier exigencia de aumento de sueldo) y los niveles de violencia asociados a la falta de oferta laboral, que hoy se viven en las regiones del país, habrán disminuido.
Muy bonito, ¿no?
Sí; pero no olvidemos que eso se dará si pagamos más impuestos y si el gobierno hace un esfuerzo real por direccionar correctamente la inversión pública a los sectores que requieren atención para crecer a la velocidad de los demás sectores. No para aumentar la nómina nacional.