Cuando inicia el 2015, un año en que los colombianos tendremos una nueva cita electoral, surge una nueva pregunta: ¿continuará el papel obsoleto que están cumpliendo las juventudes como actores políticos de nuestra sociedad civil?
Es muy lamentable que algunos contemporáneos sobrevivan en medio de la indiferencia, que en la calle se dediquen a repetir la muy incómoda frase “me vale” o lo que es peor, otros se han convertido en “cargamaletas y repartevolantes”, que no es más que el manoseo, de ambiciones políticas que parecen perseguir todo, menos la inclusión juvenil a la toma de decisiones trascendentales para nuestras comunidades. A pesar de notables excepciones, la mayoría de los jóvenes siguen siendo ajenos al activismo político o no son más que banderas electorales, escaleras hacia el poder para muchos personajes que nadando en las mieles de este se olvidan de nuestra generación.
¡Carreta!, en eso quedan las conversaciones con los grupos de juventudes proselitistas en campaña. Somos excelentes compañeros de la valla electoral y olvidados actores de la batalla política por construir un mejor país.
Saquemos del juego, sin excusarlos, a los jóvenes que siguen creyendo inocentemente que la acción del gobierno no afecta el futuro de nuestra generación. Sin discusión, esa juventud debe abandonar el silencio y la parálisis de la indiferencia. Hablemos entonces para el análisis con los que muestran cierto interés por el desarrollo de nuestra sociedad. Y así, para bien o mal, llegamos a la misma conclusión: las juventudes como papeletas decorativas a la hora de conducir las decisiones públicas que moldean nuestro futuro.
Lo anterior por culpa propia y ajena. Propia, porque más de uno decidió entregarse a jefes políticos, y en una especie de esclavitud física (volanteo para acá, volanteo para allá) e intelectual, han perdido el criterio y abandonado el legítimo reclamo de nuestra generación por un gobierno al servicio del bienestar general.
Causas ajenas a nuestra potestad por la falta de difusión de algunos proyectos, o porque por ejemplo al Concejo Distrital de Juventudes en Bogotá, de Cali, Pereira solo por nombrar unos cuantos, se les asigna un presupuesto paupérrimo de unos pocos millones que no está a la altura si quiera del dedo meñique de la Gorda de Botero. O también porque somos tan “importantes” los jóvenes en la ciudad, que un concejal del Progresismo en la capital presentó en el 2012 el acuerdo de modificaciones a la política pública de juventudes, tomó prestada… ¿Prestada? cada letra y cada idea de un proyecto del año 2000 en Medellín, esto sin referirse al original, una costumbre que desde un colegio tiene graves consecuencias.
Es decir, no hay un compromiso por desarrollar una política pública definida e innovadora que le dé relevancia a la voz de las nuevas generaciones y promueva su participación. Los jóvenes debemos luchar por ganarnos los espacios con independencia y sensatez, algo se ha logrado, pero falta. Exijamos entonces que en estas elecciones que se avecinan, nos abran las puertas, no solo de la sede, sino del despacho. ¡No más carreta, maletas y volantes! No dejarse manosear.
@josiasfiesco