En una célebre entrevista de hace más de una década Ricardo Darín expuso las razones por las que, ni por toda la plata del mundo, se iría a Hollywood. En Buenos Aires la gente lo para en la calle, le da besos, es su tierra. ¿Quién quiere el desarraigo? Juan Pablo Raba no es argentino, no tiene una industria que lo cobije, que le de los papeles ni el dinero necesario para hacer fortuna y poder vivir de su arte en un país tan olvidado del mundo como Colombia. A Juan Pablo Raba, como a Marlon Moreno, le tocó vender lo que tenía e irse del país a hacer de narco mexicano o a morir de primero en una de esas infames películas de acción que Hollywood sigue haciendo como salchichas.
Yo de televisión colombiana veo poco. Cuando vivía en Buenos Aires, en los ya lejanos 2008, me pillé, arrastrado por la saudade, el Cartel de los Sapos, una de las pocas series nacionales que se salvan. Y mientras todos estaban derretidos con la sobreactuación de Robinson Diaz a mi me daba miedo –y me encantaba- Pirulito, la actuación que hizo Juan Pablo Raba inspirada en el novio de Natalia Paris y narco del cartel del Norte del Valle, Julio César Correa. Desde Colombia llegaban las noticias y Raba se enfilaba a ser el nuevo Frank Ramírez.
Pero sin plata no hay procesos y le tocó irse y a sus 45 años puede decirse que tiene uno de esos triunfos espurios que obtienen los artistas en un país sin apoyo al arte: poder tener trabajo. A mi se me había olvidado lo bueno que era Raba hasta que vi esa maravilla que acaba de estrenar Amazon Prime, la adaptación de Noticia de un secuestro, tal vez el libro más deficiente de Gabo pero que recrea el momento más oscuro de nuestra historia: los años en los que Pablo Escobar estuvo a punto de tumbar el estado legítimamente constituido para poner su dictadura de Plata o Plomo.
Yo no sé en qué burdel de Panamá aprendieron ese cliché de que un libro siempre será superior a la adaptación al cine o la televisión. Ignorantes, estos son dos lenguajes completamente diferentes y ustedes no van a parecer más inteligentes por decirlo en voz alta, mientras sostiene un vaso de whisky. Señores, muchas veces la adaptación ha sido superior al libro. Caso como El Padrino, donde Coppola elevó a la categoría de arte un pastiche ridículo hecho por un gordo grasoso y apostador como Mario Puzo, lo comprueban. Así se les caiga las orejas las traiciones que el hijo de Gabo, Rodrigo García y el director chileno Andrés Wood, le hicieron a la crónica original no sólo le han dado el foco y la dimensión perfecta para ser contada en imágenes, sino que la hicieron más interesante, más profunda y a la vez más actual.
Porque hasta los clásicos envejecen y si no hubieran ahondado en personajes impresionantemente bien actuados y no me refiero a los casos de Cristina Umaña, Julieth Restrepo o el mismo Raba que son actores consagrados sino de nuevos prospectos como Laura Alonso, quien en la serie es Damarys, la mujer que debe cuidar a las secuestradas Marina Montoya –quien terminó asesinada por orden de Escobar-, Beatriz Villamizar y Maruja Pachón, una actuación sólida, única en una televisión acostumbrada a los excesos dramáticos. Lo que hace con su cuerpo esta joven actriz se resume en una cualidad, la máxima que puede tener un intérprete: control. Alonso no es la única, hay dos sicarios, uno al que llaman el Monje y otro llamado el Diez, que son tremendos prospectos actorales. Uno ahí es cuando se pone a pensar que no es que haya actores malos en Colombia sino que no hay quien los dirija.
Y lo de Raba, Dios, ¡qué nivel! ¡Cómo ha crecido este muchacho! Interpretar las angustias de Alberto Villamizar, el congresista cercano a Galán y al presidente Gaviria a quien Escobar le secuestra su esposa, Maruja Pachón, no era fácil. Raba no pretende imitar gesto por gesto al político sino que le da vida a su propia encarnación y lo muestra como es, un político tenaz, arrojado, honesto y valiente que tenía dos cruces, una afición un poco desbordada al trago y una amante al que se aferraba como una adicción. Y en esas contradicciones encontramos una persona real, completamente creíble, que sostiene sin fisuras una de las sorpresas del año, porque Noticia de un secuestro no sólo supera nuestras expectativas, sino que va más allá y se convierte en una serie necesaria, de obligatorio consumo para entender, con los ojos abiertos, que ese tópico ridículo que todo tiempo pasado fue mejor, al menos en Colombia, es una falacia.
En un país sin star system, Raba brilla con luz propia. Lástima que, mientras RCN piensa en refritar Café, una novela de hace 30 años, sin pagarles regalías a sus viejos actores, no innovan, no piensan en que es hora de repatriar a talentos como Raba quien, por si mismo, capta audiencia, agarra pueblo. Convencerlo es fácil para ellos, basta con escucharlo, medírsele a sus exigencias y dejarle al frente de su casa un camión de basura lleno de plata. Puede que esto salve de la debacle total al canal de los Ardila.