"¿Dejaría usted la salud de su familia y la educación de sus hijos a un ateo?" fue la pregunta que hizo el exprocurador Alejandro Ordóñez en su cuenta de Twitter a sus seguidores, tras las declaraciones del Ministro de Salud, Alejandro Gaviria, a Noticias Caracol tras confesar que era “ateo”. Además, Ordóñez arremetió diciendo que “el ateísmo era el responsable de una cultura de la muerte”, lo cual inmediatamente revivió un intenso debate en el país.
Yo creo que ser ateo no hace a una persona incapaz de ejercer cargos públicos, ni lo hace inferior al creyente, del mismo modo que si fuera una persona muy religiosa. De hecho, esto me recuerda la campaña para las elecciones presidenciales del 2010, donde el Presidente Santos, en ese entonces candidato presidencial, dijo que “lo que lo diferenciaba de Mockus era que él si creía en Dios”. Y vea, ¡tan buen presidente nos salió!
Una persona atea es igual que usted y que yo, tiene los mismos derechos y no lo hace menos inteligente no creer en Dios. Ahora, tenemos una investigación de las universidades estadounidenses de Leeds Beckett y Missouri que concluye que los países agnósticos o ateos obtienen mejores resultados en ciencias y matemáticas que en los creyentes, ¿será coincidencia? No lo sé, lo que sí sé es que la educación y la religión deben estar separados, igual que la Iglesia y el Estado.
Colombia es un país laico, claro está, pero no es un país ateo. Según el estudio que hizo la Universidad Nacional y la Universidad Sergio Arboleda se plantea que el 94 % de los colombianos se definen como creyentes. En el preámbulo de la Constitución Política que empieza diciendo: “el pueblo de Colombia en ejercicio de su poder soberano, representado por sus delegatarios a la Asamblea Nacional Constituyente, invocando la protección de Dios...”. Con esto en mente, no cabe duda de que en nuestro país hay separación de Iglesia y Estado, como lo ha confirmado la Corte Constitucional. No obstante, es un país profundamente religioso o creyente.
A la final, el debate sigue. Colombia está en un proceso de “liberalización”, aunque aún existe la puja entre creyentes y no creyentes, hasta entre católicos y no católicos. Pero bueno, cualquier cosa puede pasar en el “país del Sagrado Corazón”. Debemos ser tolerantes los unos con los otros, sin importar sus creencias, sexo, raza, condición socioeconómica y condición sexual. Todos somos iguales, las mayorías no deben pisotear a la minorías, en este país cabemos todos.