El periódico ABC describió la niebla que cobraría la vida de cuatro mil londinenses en los cinco días que siguieron al 5 de diciembre de 1952 como una de esas "nieblas espesas, casi sólidas, que se come a los autobuses", "apaga el sonido" y "obliga a los cines a anunciar que 'la visibilidad de la pantalla no pasa de la cuarta fila'". La gran niebla, como la llamaron, desató una serie de protestas que obligaron a Londres y a Europa entera a tomar decisiones políticas sobre la contaminación del aire.
Las 23 mil muertes de medellinenses en los últimos 4 años que ha causado la nube de contaminación que viene cubriendo a Medellín parecen no haber generado la misma reacción. Las medidas tomadas hasta ahora por los funcionarios locales no solo han sido paliativas, reactivas e ineficientes, sino en muchos casos contraproducentes.
Los retos ambientales del Valle de Aburrá no son nuevos. Hace cerca de un siglo los planeadores de la ciudad ya habían determinado que, dado que los vientos viajan de norte a sur, la industria debía estar ubicada en el sur. Sin embargo, la administración pasada permitió la instalación de empresas contaminantes en el norte, a una multinacional incluso se le permitió instalar una termoeléctrica a carbón en el norte de la ciudad.
Como es habitual los niños son los que más sufren. El asma, la tos y las visitas al médico se han normalizado. Al año cerca de 600.000 consultas son atendidas en los centros asistenciales de Medellín debido a afecciones relacionadas con la calidad de aire. La tasa de mortalidad por cáncer de pulmón en Medellín es 3,4 veces la de Bogotá y un reciente informe de la Contraloría estima que el costo económico de la contaminación en el Valle de Aburrá podría llegar hasta los 5.6 billones de pesos al año.
Es decir, el impacto económico negativo que genera la contaminación cada año no solo es superior al presupuesto de la Alcaldía de Medellín, sino que sería suficiente para reemplazar toda la flota de volquetas, reemplazar los buses chimenea por buses eléctricos y construir una nueva línea de metro de Bello a Envigado cada dos años. Estas cifras son reafirmadas por un estudio de la revista británica The Lancet que estima que cada dólar invertido en mejorar la calidad del aire significa 30 dólares de retorno.
Reducir la contaminación atmosférica a través de la implementación de sistemas de movilidad eficientes y ponerle fin a las chimeneas que ahogan a la ciudad es mucho más barato que asumir todos los costos previsibles y no previsibles de respirar un aire contaminado. Esto nos lleva a la conclusión más importante de todas: la contaminación del Valle de Aburrá no es un problema de montañas, inversión térmica y vientos, sino un problema de voluntad política. Sin embargo, los secretarios y exsecretarios minimizan la crisis y hacen chistes sobre el tema. Su solución ha sido poner pico y placa, aprobar la tala de árboles y cobrar fotomultas a los ciudadanos. Les ha faltado valor y carácter para detener a los buses chimenea que siguen contaminando, a las empresas chimenea que siguen contaminando y a los camiones chimenea que siguen contaminando.
La pasividad con la que se ha enfrentado esta problemática no solo está costando vidas, sino también oportunidades de desarrollo económico. Llegó la hora de unirnos para exigir medidas contundentes que mejoren la calidad del aire que respiramos. Nuestra economía estará mucho mejor y miles de vidas serán salvadas. Llegó la hora.
