De repente, el país pudo ver, la semana pasada, la enorme audacia de los agentes que el magnate izquierdista George Soros ha puesto dentro y en las inmediaciones del gobierno de Iván Duque. Ha visto la rapidez de sus golpes y sus métodos nauseabundos. Ha visto, además, que Soros, quien se ufana de que digan que él es “el hombre que controla el mundo”, también comete errores y que sus intrigas pueden caer de bruces.
El chocante episodio en el que aparece el ministro Carlos Holmes Trujillo pidiéndole al embajador Alejandro Ordóñez, en forma insolente, que rectifique sus excelentes declaraciones en la OEA sobre la situación de Venezuela (un conato, en realidad, de destitución) no debe ser olvidado. Pues ello mostró de manera patética un intento de revisar las ideas correctas sobre el horror del socialismo madurista y las formas que adopta la caza de brujas que pretenden hacer los operadores de la Open Society Foundations contra personalidades políticas y altos funcionarios que no recitan las monsergas del activista y especulador.
Por fortuna, la vicepresidente Marta Lucía Ramírez le salió al paso a esa agresión, el 8 de mayo: defendió al embajador Ordóñez y paró así (por un momento) el golpe que ese lobby intenta realizar. La acción de Alejandro Ordóñez también fue saludada por Luis Almagro, el excelente secretario general de la OEA, quien es objeto de frecuentes intrigas y ataques verbales de La Habana.
Ese incidente está, pues, cargado de lecciones que Colombia debe conservar en la memoria.
El ataque contra Ordóñez no ha terminado. Cerrar los ojos ante lo que ocurrió equivale a dejarle la iniciativa a la jauría. Lo de la semana pasada hace parte de la cacería mediática y política que Soros y su poderosa organización adelantan en el hemisferio occidental contra ciertos líderes, personalidades y partidos, sobre todo en Colombia, Venezuela, España (Soros financia el separatismo catalán y se reunió varias veces con Pedro Sánchez) y Estados Unidos (Soros financia la oposición a Trump), donde es grande la batalla histórica por la libertad.
Open Society Foundations gasta millones en campañas diseñadas para acabar con la guerra contra las drogas. Entre sus “éxitos” más notables está la legalización de la marihuana en Colorado, Canadá y Uruguay. También impulsa la llegada de las Farc al gobierno por la vía de la JEP y de la “implementación de los acuerdos de paz”. Su plan es la estabilización del régimen madurista, con éste o sin él, y de contera el de la dictadura cubana. Su obsesión es devastar la democracia americana. Esa organización impulsa en decenas de países el aborto, la destrucción de la familia y, sobre todo, las migraciones masivas, especialmente aquellas destinadas a cambiar el paisaje socio-político y la identidad espiritual de países claves de Europa.
Ese desastroso horizonte hay que ocultarlo. Por eso cuando Alejandro Ordóñez habló de los planes continentales del madurismo y de la instrumentalización de la emigración venezolana para debilitar a Colombia el sorista José Miguel Vivanco salió de su torre y decretó: “No se puede creer”. El jefe de HRW no dijo siquiera que lo dicho por Ordóñez era falso. Dijo únicamente que es prohibido pensar: “No se puede creer”.
La orden de no pensar es típica de la Open Society, la cual invierte millones de dólares en operaciones de control de la opinión pública, y en crear mecanismos que impidan a los pueblos disponer de ellos mismos.
Como a la jauría marxista no le pagan por pensar sino por aullar, sus miembros repitieron en coro: “El discurso de Ordóñez es contra los migrantes”, Ordóñez “descalificó la migración venezolana”, Ordóñez es “xenófobo”, y otras variantes de lo mismo. Querían la cabeza de Alejandro Ordóñez.
Lo que el embajador colombiano explicó este 2 de mayo en la OEA es que Maduro usa la emigración y las alianzas transcontinentales “para irradiar en la región el socialismo del siglo XXI”. Como dije en mi artículo del 4 de mayo (1): en el discurso de Ordóñez “no hay ataque alguno a los migrantes sino al poder usurpador que está en Caracas”. El asalto contra Ordóñez fue motivado no por lo que él dijo sino por destapar algo que debía ser silenciado. O como eructó Vivanco: por pensar algo que está prohibido, por decir algo que “no se puede creer”.
¿Dejará el presidente Iván Duque que fuerzas obscuras y anticolombianas le impongan una agenda nueva, alejada de lo que prometió durante la campaña electoral de 2018 y de su programa de gobierno? ¿Se resignará a que otros, y no él, decidan quién puede o no estar en el gobierno y en la vida diplomática y que extranjeros pidan la muerte civil de líderes colombianos por la vía de obligarlos a corregir las declaraciones que no le gustan a la Open Society? ¿Tolerará que Soros y sus bonzos decreten qué es lo que se puede pensar y qué se puede creer en Colombia?
(1) Salida en falso de Carlos Holmes Trujillo