La vida no es una foto de Instagram, sin embargo, quien no conoce y no ha vivido el discurso capitalista, se engaña y se deja seducir por este.
La base de todo el que habla es que las palabras no lo completan. Procuro ilustrar: más demora un ser humano en decir que quiere algo, para él verse confrontado con la imposibilidad de lograr que eso que desea se materialice. Una vez lo tiene, ya no lo quiere, no le gusta, prefiere otra cosa o simplemente, siente que le hace falta algo a eso que pidió.
Esa imposibilidad que empuja a llenar ese vacío que deja el lenguaje, a través de lo que podemos nombrar como el saber o la materialización de lo que se quiere, al no hallar una respuesta efectiva que satisfaga eso que se quiere, produce mal-estar. Ese mal-estar exacerbado es nombrado como “malparidez cósmica”.
Es decir, como el insoportable absoluto de no poder encontrar algo que colme lo que se nombra o que se materialice de la manera ideal como se desea.
Ello produce frustración, impotencia, al no saber la verdad de por qué eso que se desea, no se puede completar en lo real del modo ideal que se imagina.
Ese mal-estar, paradójicamente, empuja a seguir insistiendo en la búsqueda de la materialización de eso que se desea, pero que irónicamente, no se puede obtener.
Este mecanismo hace que el ser humano que vive este real, se torne en un ser egoísta, en el sentido de que al estar enfocado solo en la búsqueda de su complementariedad imposible, no pueda pensar en nadie más que en sí mismo y sus circunstancias.
Para burlar la falta que lo habita, el ciudadano de hoy, a través de las redes sociales, logra capotear su imaginario y el de los otros, construyendo el ideal con el que no cuenta a través de narrativas visuales, audiovisuales o textuales, por medio de imágenes que publica en sus redes sociales, mostrando, la más de las veces, lo que desea, ocultando en dichas imágenes, que ellas son lo opuesto a lo que realmente vive o, por el contrario, son la extimidad de lo que no tiene.
Ese solipsismo en el que cae el ciudadano de hoy, es efecto del discurso capitalista. Solo existe él, su deseo imposible de completar y su desesperado afán de conseguir su completud a toda costa. Lo que trae como consecuencia la ruptura del lazo social y como tal, el individualismo que niega al otro.
En Colombia, un país que aún habita el imaginario de un feudalismo católico tal y como lo ilustró en “Cóndores no entierran todos los días” (1984), Gustavo Álvarez Gardeazábal, la tecnología hace que, a pesar de continuar en una producción semifeudal, el colombiano de hoy esté afectado por la lógica del discurso capitalista, quien impone pensar que todo es posible y que todo es normal.
Al borrar la historia de la formación secundaria, al vivir inmersos en una propaganda política a través de los medios masivos de comunicación que se han encargado de ser bufones del veneno del establecimiento y al encontrarse con el real de la tecnología y sus diversas materializaciones que empuja a la autocomplacencia, antes que contemplar las diversas posibilidades de la construcción del bien común.
Es comprensible que, a día de hoy, ante "50.770 personas secuestradas, 121.768 desaparecidas, 450.664 asesinadas y 7,7 millones desplazadas forzadamente", según el Informe Final de la Comisión de la Verdad, como el genocidio de la UP en Colombia que tuvo "4.616 asesinados y 1.117 desaparecidos", la indiferencia sea el síntoma social, como lo expuso José Fernando Velásquez, de una nación que sin ser capitalista cien por ciento, no comprende lo que está en juego en su historia y su proceso político actual.
El capitalismo no es solo la acumulación de riqueza para los accionistas y el empobrecimiento de la clase trabajadora que paga su producción con su sudor, su cansancio y su angustia de tener más horas de trabajo, para llegar a fin de mes. El capitalismo es la ruptura del lazo social, es la negación del bienestar del otro, con tal de sostener el bienestar individual.
Por ello, el trabajo de la Colombia Humana como movimiento político se enfoca en el restablecimiento de ese lazo social que, a punta de indiferencia, niega todo lo que al autocomplaciente ciudadano de hoy, lo aleja de su egoísmo o lo incomoda en su narcisismo.
No se trata de caer en la manipulada y necia trampa de señalar o denunciar qué hizo la oposición o qué dejó de hacer, para defender la ruta política que está en desarrollo.
Se trata de que, si se ha de utilizar las redes sociales, sea para ilustrar con ejemplos gráficos y concretos cómo se supera el egoísmo que construye el capitalismo y se evidencia el bien común que plantea el trabajo solidario, donde el trabajador, el ciudadano y Colombia, sean la bandera de la paz y no la mordaz mentira que oculta una verdad que insiste en dividir una nación.