Dan ganas de desoír al papa y dejarse robar la esperanza. En una esquina del mundo se despierta una crisis alimentaria olvidada. En la otra, testarudos líderes juegan póker con su virilidad amenazando con un guerra atómica. Por doquier renacen sentimientos homicidas de odio racial, étnico y de género que se mantuvieron –convenientemente- ocultos durante años de falso e hipócrita progreso moral. El pensamiento científico se desvanece ante la farándula de la opinión política y económica. Escándalos de corrupción y podredumbre, pública y privada, parecen anuncios publicitarios que ya nadie lee, ni considera. Todos pierden la fe en una epidemia inalcanzable de incredulidad y apatía. Nos prometieron saber y no saben. Nos prometieron hacer y lo hicieron mal.
Nos prometieron ser útiles y no lo fueron. Es curioso ver cómo esa doctrina implacable y extensa de ser “útil” y de hacer “cosas útiles” demuestra su inconsistencia e imprecisión, su brutal falibilidad, una vez se confronta con nuestra opaca realidad. La dictadura de lo que funciona y la enunciación ampulosa de la fórmula y la estrategia fracasaron rotundamente. Lo “útil” nos llevó por el camino incorrecto; saciando nuestro apetito pastoril por quien promete soluciones, por el hacedor de realidades, por el brincón resultado y la promiscua cifra. Pontificamos a los niños razón, cordura y victoria cuando la sociedad se desquicia hasta perderse ante nosotros. La obscenidad supera a la obscuridad.
Por todo esto no es extraño ese sentimiento sanguíneo de frustración, que nos lleva, entre otras cosas, a la violencia contra el prójimo, contra el igual. La pesadilla en plena vigilia que nos conduce a inventar enemigos y amenazas que despedazamos con feroces dentelladas para saciar la ardiente y esquiva sed de estar mejor, de vivir mejor. La frustración es un sentimiento poderoso que encona y debilita. Una enfermedad que, una vez incubada, paraliza y pudre. Cómplice indiscutible del miedo y la renuncia. Una fatalidad mental, emocional y espiritual.
Un rumbo que releve de su cargo a los útiles: a los que hacen las leyes
para incumplirlas,
a los que acuñan las monedas que pronto robarán,
a los que escriben discursos con tinta invisible para hacerse irresponsables
No exagero, abran un periódico. Tomen un bus. Discutan con el vecino sobre el futuro. Estamos perdiendo la fe en el hombre y en su destino. Lluvias de cenizas. No obstante, donde todo está perdido, nada está perdido. Toda crisis permite ver -a algunos- la posibilidad de un nuevo sendero, una nueva ruta. Un rumbo que distorsione, de una vez por todas, lo que significa ser útil y releve de su cargo a los útiles: a los que hacen las leyes para incumplirlas, a los que acuñan las monedas que pronto robarán, a los que escriben discursos con tinta invisible para hacerse irresponsables. Sencillo. Debemos volver, volver a los inútiles. A los que dejamos de oír y atender. Volvamos al hombre, a los filósofos, a los artistas, en fin, a los vagos en general. A esos que no producen resultados pero alivian, a esos que indigestan salones enteros de preguntas y son alérgicos a las fiestas de las respuestas; a esos que miramos con desdén, por haber preferido hacer “nada”, salvo anunciar, sin trompetas o caballería, la llegada del mañana.
Leyendo el estupendo análisis de la obra del escritor uruguayo Juan Carlos Onetti, hecha por Mario Vargas Llosa y bautizada El viaje a la ficción, el nobel de literatura peruano afirma sin titubeos, que fue en el relato prehistórico, articulado por el contador de historias, en donde el hombre se despoja de su condición animal y traza los primeros cimientos de la venidera civilización. A partir del lenguaje el hombre transformó al mundo y sus alrededores. Sin duda una luz de esperanza.
Más aún cuando ya lo hemos hecho, cuando con palabras, bailes, ritos y memoria, dilucidamos esa alternativa, hoy de probada eficacia, e intentamos algo nuevo; bastará como comienzo, empezar a contar -o mejor, seguir contando- la historia de los inútiles, los habitantes del rincón, los disfrazados de fantasmas, quienes incluso cuando son víctimas de su naturaleza humana, se resisten a la ceguera y enjugándose la rabia siguen adelante, silenciosos y discretos, sin perdonarse un mundo que se cae a pedazos ante ellos.
Es su turno.
@CamiloFidel