El vicario de Cristo todavía no está entre nosotros, pero ya el fervor apostólico se hace sentir en el Congreso; prueba de ello son las repentinas y peregrinas iniciativas de concederle un piadosísimo perdón a cientos de miles de condenados y multar a todo aquel que frecuente a una prostituta. Y eso está muy bien: está bien que los padres de la patria retomen el hábito de preocuparse por los asuntos del espíritu; pero sobre sus pías intenciones vale la pena preguntarse y preguntarle a la Fiscalía por qué estos devotos de Barrabás no han sido prendidos, y recordarle a los hijos putativos de la inmaculada concepción que, aunque no lo parezca, Colombia es un Estado laico.
Es una pena que algunos congresistas tengan a sus familiares y amigos en prisión, pero si no quieren hacerles visita por aquello del qué dirán, podrían hablar con ellos por celular; me han dicho que allí hay buena señal, al menos no se les corta la llamada a mitad de la amenaza y se les oye fuerte y claro a la hora de cuadrar la extorsión. Además, siendo francos, hay muy poca diferencia entre los lujosos patios de los peces gordos y el patio libertad; a decir verdad, estos irían de Guatemala a Guatepeor, porque ya se ve qué tipo de sociedades van a formar los amnistiados de las FARC.
Por otra parte, el querer imponer multas a quienes accedan a los servicios de una prostituta es una artera celada contra el derecho al trabajo; y el libre desarrollo de la personalidad. Porque la prostitución es un trabajo; otra cosa es la esclavitud sexual: una prostituta vende su cuerpo, pero no su voluntad; en cambio, una esclava sexual en realidad no tiene cuerpo ni voluntad. Es una diferencia sustancial y debería ser palpable para todo el mundo,y, sin embargo, hay hasta policías a los que no les cabe en la cabeza que una prostituta pueda ser víctima de una violación; como no podía ser de otra manera, esta indefención ha dado excusa a los llamados "chulos", quienes dicen brindarles "protección" a cambio de buena parte de sus ganancias. Son estos abusos, cometidos por verdaderos criminales, los que deben ser combatidos, es sobre esta explotación que se debe colocar la lupa: aunque a muchos no les guste, no es menos ciudadano quien ejerce la prostitución; antes debería causarnos vergüenza que alguien de nuestro en torno se atreva a ponerlo en duda.
Es verdad que esta incredulidad, como tantas otras, ha sido alimentada por las iglesias, esos sempiternos agentes de la ignorancia, pero no menos cierto es que esta falta de respeto a veces es respaldada por mujeres que dicen velar por los derechos de su género; esperemos que no sean de esas que regalan su cuerpo y venden su voluntad. Nosotros, sobre todo nosotros, los colombianos, deberíamos saber que antes de llamar a la prohibición es preciso buscar la empatía: pese a lo escrito en la Biblia, el Corán, el Talmud y otras biblias, la tierra no es plana, entre el día y la noche media el ocaso y el alba, y por el blanco y negro pasan historias con mucho color; uno puede tener una visión maniquea del mundo, pero un mundo maniqueo ni siquiera se podría llamar "mundo". La Constitución es la escritura más sagrada porque en ella se ha consignado lo poco que podemos tener en común: velemos porque siga así, porque no sea "prostituida"; hay por ahí muchos "chulos" que nos quieren brindar su "protección".