Liberación sexual no significa participar en todas las experiencias desenfrenadas de moda —las que involucran prostitución, drogas, estimulantes, intercambios, orgías, entre otras que hacen parte de la “lista de las prometedoras prácticas aparentemente deseables y liberadoras”— con las que los fanáticos religiosos, los conservadores, los mojigatos, y los practicantes que creyeron que de eso se trataba han intentado conceptualizarla y criticarla.
Los críticos torpes de la liberación sexual han llenado sus argumentos con descripciones burdas y viciadas de experiencias sexuales con mujeres de todas las razas y todos los atributos. Asiáticas, nórdicas y latinas —algunas prostitutas— de senos y culos grandes, medianos y pequeños, embardunadas en cocaína o en aceites potencializadores bajo efectos de cuanta droga conocida o desconocida y en los lugares más variados —ascensores, parqueadores, potreros, transporte público—. Esto solo representa el extremo opuesto a la antecesora cultura de la mojigatería y del protocolo de aplazar el deseo.
Finalizan los críticos diciendo que esto solo puede llevar a la vida vacía, a la soledad, a la tristeza y al arrepentimiento. Y la verdad no lo dudo, pues se trataría de vivir el sexo bajo la premisa de aprovechar la aparente “libertad” de meterla en donde sea, a quien sea, en cualquier lugar. Y no solo de aprovecharla, sino de tener que hacerlo en defensa de todos los siglos que pasamos sin poder hacerlo, o haciéndolo a escondidas, o ahogando el deseo de probarlo en los cuartos oscuros y en nuestras propias manos fantasiosas. Y eso, el tener que hacerlo, las experiencias aparentemente deseables y liberadoras de moda, representan algo que no puede ser más contrario a la libertad.
Liberación sexual significa darle a la sexualidad libertad. Políticamente hablando, la mayoría de sociedades modernas representan sociedades libres. A saber, Sociedades en donde las personas actúan y toman decisiones siguiendo sus propios valores, convicciones, conceptos y voluntades, con los perjuicios legales a los que haya lugar por aquellas decisiones en donde se altere la sana convivencia o la preservación de la sociedad. Darle a la sexualidad libertad, significa darle a los seres humanos la oportunidad de vivir y disfrutar su sexualidad siguiendo sus propios valores, convicciones, conceptos y voluntades. Sin protocolos, sin prejuicios, sin un concepto moral de la sexualidad y sin que sus prácticas intimas interfieran en su valor potencial como miembros de la sociedad (Es decir, que el hecho de ser casto o promiscuo no te hace mejor o peor persona). Con los perjuicios legales a los que haya lugar cuando se altere la sana práctica de la libertad sexual, como en el caso del acoso o de la violación.
Liberación sexual representa quitarle al sexo ese rol de fin con el que se justifican todos los medios, quitarle al sexo el rol de premio que tienes que ganar, el rol de tesoro que debes guardar, el rol social femenino de no dárselo a nadie y el masculino de estar con tantas como sea posible, el rol de importancia con el que tan injustificadamente lo hemos inmaculado. Y darle uno mucho menos crucial, un rol de faceta humana, un rol de rasgo de ser vivo, un rol sin esa horrible semiótica impuesta. Liberación sexual representa, en conclusión, dejar al sexo como un signo vacío, para que cada quien le añada el significado que desee. Que si quiero reservarlo solo para amor, está bien. Que yo lo hago con todos los que me gusten, estupendo. Que si yo soy de los que salgo con alguien y termino encuerado, perfecto. Darle a la sexualidad de cada quien la libertad de ser.
Liberación sexual representa, dicho sea de paso, el traspaso del rol sexual de la mujer de ser “objeto de deseo” a ser “sujeto de su deseo”, a apropiarse del factor biológico de que a una mujer también le dan ganas —o no—, y también tiene motivaciones no afectivas para estar con alguien, sea cual sea esa motivación, sin que por ello se le tache de puta, fácil o semejantes, y sin que por ello pierda valor social. Y es por esto, entre otras cosas, que si bien creo que estamos en un momento importante de la liberación sexual, la liberación sexual no es una meta cumplida.
¿Cuántas veces una mujer, consciente del deseo que le genera alguien, se restringe en la práctica de su sexualidad por los protocolos, sin que estos hagan realmente parte de su convicción? “Es demasiado pronto, acabo de conocerlo, debe pasar por lo menos un mes, ¿Qué pensara de mí?”
¿Cuántas veces un hombre, basado en convicciones románticas para el desarrollo de su sexualidad, decide aplazar la manifestación de una intención sexual para no dar la sensación de que solo se busca placer?
¿Cuántas veces los niños, sin absolutamente ningún deseo sexual, son empujados a practicar su sexualidad solo porque la falsa liberación sexual los obliga?
¿Cuántas veces un hombre, sin absolutamente ningún deseo sexual por una mujer en particular, se acuesta con ella de todas formas para que no lo tilden de homosexual o de estúpido?
¿Cuántas veces nos sentimos obligados a estar con alguien que no deseamos, o a no estar con alguien que si, a ni siquiera manifestar la intención para no caer en un delito social?
Hombres y mujeres que aún se sienten coaccionados por la sociedad y que no pueden manifestar su deseo, así, simple y tosco, pues ser sujeto de la sexualidad incluso puede ser visto socialmente como cavernícola o irracional: “Una persona que no controla sus instintos básicos”. O al contrario, que no pueden omitir su sexualidad pues la corriente contemporánea los empuja a ella con todas sus fuerzas.
Por último, ¿entonces qué pasa con todas esas prácticas sexuales deseables y liberadoras del principio de este texto? Pues habrá quienes llevados por el sensacionalismo del momento y de esa falsa liberación sexual las practiquen y se sientan solos, tristes y vacíos. Pero estoy seguro que habrá quienes encuentran sus convicciones, sus valores y su identidad en esas prácticas. Y seguro que vale la pena dejarlos que las disfruten. Seguro que vale la pena que cada quien disfrute de la postura sexual que quiera asumir. En teoría, somos únicos, ¿no?