En defensa de la lectura (II)
Opinión

En defensa de la lectura (II)

Noticias de la otra orilla

Por:
marzo 11, 2017
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En un segundo momento de esta defensa de la lectura tenemos que decir que el libro, contrario a lo que algunos piensan, puede, o bien o ser un medio o bien un fin en sí mismo; es decir, o me sirve para llegar a algún lado o me sirve para llegar solamente a él. Ambos destinos son válidos. Y mejor si logramos los dos.

Precisamente, hay al respecto una valiosa claridad que hace Bruno Bettelheim: “Hay dos formas radicalmente distintas de experimentar la lectura (y su aprendizaje):  o bien como algo de gran valor práctico, algo importante si uno quiere progresar en la vida; o bien como la fuente de un conocimiento ilimitado y de las más conmovedoras experiencias estéticas”.

Esta sabia clasificación de Bettelheim nos permite curarnos en salud del muy corriente error de pretender la lectura solo como instrumento de sensibilización desde y para la cultura, especialmente malentendida ésta como la simple acumulación pedante de datos relacionados con las  artes y las ciencias para ser exhibidos como un trofeo de esfuerzo intelectual y de refinamiento.  No.  Por el contrario destaca su importante valor utilitario y práctico que puede intervenir favorablemente como ventaja definitiva a la hora de desempeñar roles profesionales competitivos en el mercado laboral moderno, o puede asumirse al mismo tiempo como una fuente de crecimiento personal y espiritual al permitirnos adentrarnos a través del arte literario en las profundidades maravillosas de la experiencia y el alma de los hombres.

Es un poco lo que el crítico Harold Bloom dice de la lectura desde un plano de lo meramente literario, que es como estamos nosotros tomándola aquí también. Dice el crítico inglés que “Shakespeare no nos hará mejores, tampoco nos hará peores, pero puede que nos enseñe a oírnos cuando hablamos con nosotros mismos”.

 

Nuestras bibliotecas personales crecen cada vez más atiborradas
de libros que no leemos y de muchos más que nunca releemos
porque peor que los costos de los libros es el costo del tiempo

 

Desde luego, otra de las tragedias contemporáneas en el marco de un  auge editorial que no declina, por lo menos en el ámbito del mundo hispanoparlante, y a pesar de todas las crisis que cercan a la industria del libro, no es tanto la falta de plata para adquirirlos, sino la falta de lectura. Así, nuestras bibliotecas personales crecen cada vez más atiborradas de libros que no leemos y de muchos más que nunca releemos porque peor que los costos de los libros es el costo del tiempo.  Tiempo para la lectura.

Desde ese punto de vista, si hay algo especial en la cultura si pensamos en ella como ese amplio espacio de comunicación y de conversación entre los hombres, con la vida y con el universo, es la lectura, porque la lectura habilita interlocutores para esa gran conversación, los hace factores definitivos de esa compleja construcción de símbolos que la cultura es siempre. Y es en ese espacio en donde la lectura adquiere su máximo sentido,  porque ella se justifica es en la conversación que desencadena y no por la acumulación tal vez inútil y egocéntrica de placer y de datos en un solo individuo. Y para eso, dice el escritor mexicano Gabriel Zaid, escribir, leer, editar, imprimir, distribuir, catalogar, reseñar,  y yo agregaría enseñar, es echar leña al fuego a esa conversación de la cultura. Es por eso que se dice que el verdadero arte editorial consiste en poner un libro en medio de una buena conversación.

Es aquí en donde adquieren un sentido demoledor las palabras del escritor argentino Alberto Manguel, quien, a propósito de los datos de la lectura en nuestros países, pronunció estas palabras publicadas en el periódico El Tiempo: “Estas estadísticas coinciden en el momento en el que se decidió convertir a Latinoamérica en el depósito de la basura cultural norteamericana. No debe sorprendernos porque hay una inmensa maquinaria hecha para vendernos porquería cultural”.

Y agregaba que ante la avalancha facilista de tales materiales a través de los medios masivos de comunicación se imponía la necesidad de construir lectura, de capacitar lectores, de animar el esfuerzo de la lectura que requería reflexión y entrega. “Esfuerzo para entrar en el libro, para pensarlo, para terminarlo lo que hace  muy difícil competir con productos que no necesitan tanto. Sin embargo, vale la pena luchar contra esa ‘invasión cultural’, porque es luchar por tener personas inteligentes en nuestros países. La inteligencia debe cultivarse y tenemos que poner nuestros esfuerzos en construir personas pensantes, si no, vamos a vivir como idiotas. Estamos comprando nuestra propia esclavitud”.

Y para terminar, quiero hacerlo reforzando lo anterior haciendo mías unas palabras del escritor colombiano Fernando Cruz Kronfly cuando en un ensayo suyo decía que “El hedonismo y la memez intelectual de nuestro tiempo se nutren, no precisamente de la ausencia de libros y de lecturas, sino más bien del frecuentamiento de ciertos tipo de libros y de lecturas de simple pasatiempo, que deciden tomar más bien por el camino del ningún esfuerzo”.

Dos ideas finales que apuntan de frente y sin contemplaciones al centro de una problemática que tiene a gran parte del mundo contemporáneo flotando en una escandalosa medianía, en un aura mediocritas que circunda a sociedades enteras sumidas en el universo pantanoso de  una cultura de puro folletín.

 

 

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