Era una mañana tranquila en el hogar de los Sánchez, con un pronóstico de sancocho y paseo, ya que la celebración ameritaba una salida con toda la familia y amigos para conmemorar aquel día que solo se celebra una vez al año, pero que deberíamos admirar a diario. Pablo había planeado celebrar el día de las madres en las corrientes pacificas de un río en el tradicional "paseo de olla" en la vía Baraya- Neiva, en un sector conocido como Manila. Con el ánimo de hacerle el quite a la corrosiva monotonía que amenazaba siempre con terminar su matrimonio, se ensilló en su caballo de dos ruedas con su esposa y tomaron aquel viejo camino que los llevaría a su destino. Se sentía afortunado de tener aquella encantadora mujer a su lado, la cual le había dado unos hijos maravillosos cuando le juró amor eterno en un altar hace cinco años.
Era inevitable no dejarse cautivar por los paisajes pintorescos que adornaban la cordillera oriental. El brusco acariciar del viento que golpeaba su cara le daba esa sensación de adrenalina y libertad que solo se puede sentir en una motocicleta. Pablo iba manejando su moto acompañado de su esposa, cuando de la nada aparece un hueco en aquella maltrecha carretera abandonada por las promesas de las campañas políticas de turno. Con agilidad desaceleró y logró esquivar lo que parecía una caída inminente, invadiendo el carril contrario, con tan mala fortuna que en ese mismo instante bajaba una camioneta que cambiaría el destino de su hogar. Fueron envestidos precipitosamente por el impetuoso vehículo que iba a una velocidad considerable a la normal, lo cual no le dio el tiempo suficiente al conductor de reaccionar para esquivar la motocicleta.
El estruendo del accidente hizo que la caravana de familia y amigos frenaran en seco para auxiliarlos. Franco había quedado incrustado sobre el frontal del vehículo cuando su esposa salió despedida unos metros más adelante por la brutal fuerza del choque. Las lagunas de sangre se acrecentaban con cada aliento perdido, como tratando de aferrarse a la vida, pero que se amenguaba con los débiles latidos de su existencia, la cual se desmoronaba en aquel día de las madres. Mientras tanto su esposa era trasladada a un hospital local para arrebatársela a la muerte.
Un absurdo accidente en las carreteras del Huila que cobra la vida de un padre, hijo y amigo. Los curiosos que iban por el mismo camino detienen su marcha para auxiliar a las víctimas y otros para grabar con sus celulares la primicia del accidente. Sin pensarlo, Franco se convertiría en la portada del periódico de crónica roja con su precipitada muerte.
Cae la noche y con su historia se empieza a fraguar la noticia del periódico de crónica roja de mañana, porque la de hoy ya está envolviendo aguacates para madurarlos.
Origen de la crónica roja
Crónica roja es un término despectivo ya que no solo se limita a registrar hechos sangrientos, sino que también ilustra realidades insólitas y sucesos cotidianos que parecen inverosímiles. Según la última Encuesta General de Medios, los tabloides de crónica roja han sido tal vez los más despectivos, pero irónicamente de mayor consumo en Colombia. Se han tildado de sexistas, amarillista, sensacionalistas, oportunistas, pero también llenos de humor.
Los periódicos que aparentemente cubren solo hechos violentos terminan siendo el reflejo de una clase popular gracias a su contenido. En él se hablan de las cosas sencillas y simples con un lenguaje llano, con los adjetivos coloquiales en sus títulos, junto con la foto de impacto que generan una gran curiosidad para escudriñar sus páginas y leer los infortunios de sus protagonistas. Es un periodismo popular lleno de historias curiosas y hasta entristecedoras, lo cual termina siendo de interés para la gente.
Desde que la humanidad puso un pie sobre esta tierra han pasado hechos característicamente violentos como lo registra la Biblia en el Génesis, allí claramente podemos encontrar la primera crónica roja con Caín y Abel. Este género periodístico nace en Colombia sobre la década de los sesenta con el escritor Felipe Gonzáles Toledo, quien aprovechaba los sucesos policíacos para escribir sus artículos periodísticos y narrar de una forma detallada los trágicos hechos de la capital del país. Otro precursor de la crónica roja era José Joaquín Jiménez, conocido como ‘Ximenez’, quien registraba los suicidios en el salto Tequendama. Era un cronista excepcional en su forma de narrar los sucesos, tanto así, que se inventaba las historias cuando no tenía una noticia para registrar. Un presunto ladrón que atormentaba la tranquilidad de la ciudad de Bogotá, puso en jaque a la policía que estaba tras la pista de aquel delincuente que solo existió en la imaginación de Ximenez, ya que en su afán de publicar una historia, terminó inventándose ese personaje.
El periódico de crónica roja más popular en Colombia fue El Espacio, fundado el 21 de julio de 1965. Sus titulares en letra roja, la vieja en “bola” que era apetecida por los adolescente ‘pajuelos’ que la leían, los chismes de farándula de interés de las peluqueras y una sección de esoterismo para conocer lo que nos deparaba la suerte, enmarcaban los símbolos de una clase popular colombiana. Un título prominente con un lenguaje coloquial entintado de rojo, con la fotografía del protagonista y una introducción de su tragedia, era la portada que daba vida a este periódico; su sección judicial y la columna de ‘juan sin miedo’ se complementaba con un clasificado que ofertaba clínicas para realizar abortos y Chamanes que prometen ‘amarres’ para que regrese el amor de su vida.
Además de lo ‘rojo’ tenía el crucigrama y la sopa de letras, que dejo de ser un pasatiempo exclusivo de las élites colombianas para convertirse en el entretenimiento de los lustra botas y vendedores de tintos. En este medio se reflejaba la realidad de las principales ciudades del país sin la censura del prejuicio. Con la desaparición de este periódico se dio inicio a una gama de tabloides rojos regionales y su formato se replicó rápidamente a nivel nacional. Las principales ciudades del país ahora poseen periódico de noticia roja para registrar los sucesos inusuales. En Neiva tenemos El Ole y Diario El Extra.
Cuando la sangre se vuelve noticia
Claramente algo no anda bien en nuestra sociedad donde condenamos los actos de violencia contra las mujeres, como el caso de Rosa Elvira Celi, pero terminamos emocionados comprando el periódico de crónica roja para ver las fotografías en el estado en que quedo ella. Con la facilidad de la tecnología nos convertimos en reporteros gráficos improvisados para registrar los infortunios de otros y poder publicarlos en las redes sociales con una sola consigna: “yo estuve ahí”. Esta situación ocurre a diario en los medios de comunicación, donde por el afán de vender y producir, los periodistas olvidamos la consigna especial propugnada por Ryszard Kapuściński sobre la Ética del Comunicador, la cual hemos desnaturalizado intransigentemente invadiendo la privacidad de la muerte.
Gloria lozano es una vendedora de periódicos con más de 10 años en el oficio. Ella asegura que lo único indignante del tabloide rojo es la mujer desnuda y los adjetivos que recibe su cuerpo, como ‘tetas’ y ‘panocha’. “No me parece que en un país donde se matan tantas mujeres tengamos que ver viejas peladas y tratadas mal con esa forma de referirse a sus órganos”, manifiesta ella con una chispa de ira, por la fotografía de la modelo desnuda del periódico rojo que traigo en mi mano. “yo no le veo de nada de malo a la foto del muerto, es más, se la muestro a mi hijo menor para enseñarle que así va a terminar si quiere comprarse esa moto”. El sicólogo Albert Vásquez Silva, egresado de la Universidad Surcolombiana y Magister en Asesoría Familiar de la Universidad de la Sabana, asegura que no somos un país sádico que sienta satisfacción por la tragedia de otras personas, sino que hemos sido moldeados por la violencia que atestiguamos a diario al punto de ver con normalidad las tragedias. “Es común ver la curiosidad de conocer la historia por el impacto que tiene la imagen o el anuncio. Este impacto produce una estimulación en el sistema emocional generando rabia, ira o temor, dependiendo de cómo lo tome el lector” asegura el profesional. No somos una sociedad enferma, somos unos chismosos empedernidos.
Un periodista de un tabloide rojo local se vio afectado por registrar las noticias sangrientas de la ciudad, al punto que pidió traslado a otro diario por el impacto negativo que repercutió en su salud mental. “Las fuentes provienen de todas partes, los mismos voceadores —vendedores de periódicos— me llaman y me dicen, vea, acaba de pasar un accidente en tal lugar… venga tome la foto. El periodista gráfico busca momentos, no poses”. Si no hay un occiso que ocupe el encabezado, se rebusca la noticia con un accidente de tránsito para ponerlo como portada. A pesar de todo no siempre se encuentran un hecho violento que encuadre la primera plana, aunque en este país no es tan difícil.
Actualmente la prensa y los noticieros son de crónica roja, solo que son mesurados en no mostrar la crudeza de la sangre. “El sensacionalismo es la clave narrativa de la televisión y de los medios de hoy”, lo afirma el periodista Omar Rincón. “Se basa en exagerar la emocionalidad del receptor y crear ese ambiente de miedo y prejuicio”. Haciendo un análisis en la composición de los periódicos de crónica roja, observo que en ellos se maneja muy poco los temas políticos, incluso algunos no tiene ni columnas de opinión. Algo curioso porque a la final el que lee crónica roja no le importa la opinión de alguien, salvo escudriñar los sucesos judiciales que enmarca la dinámica social en la que nos acostumbrado a vivir.
Un país sensacionalista
El sensacionalismo nos invade con el fin de generar emociones suscitadas en un acto rechazable por la sociedad, como el hurto, violencia sexual, asesinatos etc. Los programas "carroña" como Séptimo Día y Bajo la Mira, que se proyectan los domingos en la noche en la televisión nacional, es una muestra clara de la distorsión de un periodismo sin objetivo más que el de entretener. Desde que a los medios les interesa más vender que informar, los programas de televisión subyacen de la crónica roja sin el impacto del muerto, pero generando esa misma curiosidad que alimenta el escepticismo en nuestro país.
De los tabloides de crónica roja podemos rescatar su versatilidad y simplicidad para decir las cosas sin tantos rodeos y con un lenguaje horizontal que le gana a la dislexia. Creo que los medios —o por lo menos algunos cronistas— de publicación política como Semana pueden hacer uso de este lenguaje para llegar a un público más abierto y popular. Nada más harto que leer columnas con frases rebuscadas y desconocidas. Y los periódicos sensacionalistas deben mirar la muerte con más respeto por la ética de la profesión y de la familia del occiso, rescatando el periodismo de antaño que ya casi no se lee en sus notas.