Colombia ha estado anclado social, política y económicamente gracias al conservatismo y a la iglesia católica que insistentemente han obstaculizado cualquier intento de cambio del status quo, de avances sociales y de un ideal de progreso democrático. Ese ataque incisivo a través de la historia ha generado que el liberalismo (no solo el partido sino el pensamiento) se apacigüe, busque alianzas tímidas que hagan alguna pequeña reforma, o intente mediar con su contraparte. En últimas ese es el talante democrático del liberalismo, virtud que en ocasiones parece un vicio.
Parece que en la Constitución de 1863, la más radical, liberal y progresista de Colombia hubieran quedado todos los intentos serios, aguerridos e incisivos por construir una República y un Estado laico. En este tiempo, como en este, los conservadores y la iglesia se fueron a guerras contra esta Constitución Radical, ganando la segunda de éstas en 1885.
Luego, en 1886, la nueva Constitución se consagró a “Dios Todopoderoso” y mandó sobre el país con algunos cambios cosméticos hasta 1936. Producto de esta visión conservadora del Estado y del país, Colombia entró en una de sus más sangrientas guerras: la de los Mil Días (1899-1902). Conservadores e iglesia, ansiosos por acabar a los liberales buscaron reprimirlos por oponerse a una Constitución sumamente tiránica y que le otorgaba amplias facultades a la figura presidencial, además de amañar el sistema electoral para que siempre ganase una figura conservadora.
Hubo un periodo de transición en el que los conservadores y la iglesia pensaban que seguirían ejerciendo el poder, sin embargo Olaya Herrera ajustó el Estado para que un liberal, moderno capitalista y progresista como López Pumarejo fuera presidente.
Después de un desgaste de los conservadores en ejercicio del poder y sobre todo por su forma autoritaria de gobierno, representada en la Masacre de las Bananeras en 1928, Alfonso López Pumarejo llega a la presidencia y en 1936 impulsó la Revolución en Marcha. Reformas sociales y constitucionales se pusieron a andar, nunca antes el congreso de la República había trabajado tanto, tampoco los trabajadores habían tenido tantos derechos laborales, y por primera vez se empezó a invertir en serio en educación. No obstante, los ánimos de los conservadores y la iglesia se caldearon, interponiéndose para que estas reformas no se llevaran a cabo. López Pumarejo, en su afán democrático, virtud y vicio de los liberales, desaceleró la Revolución en Marcha, y esa acción permitió que los conservadores y la iglesia tomaran más fuerza. Ya en 1945, ejerciendo su segundo mandato se arrepentiría profundamente de haber menguado sus reformas.
En 1948, mataron a Gaitán, caudillo y “tribuno del pueblo”, además de peligroso para las oligarquías. Las mismas oligarquías que jugaron con el General Gustavo Rojas Pinilla, poniéndolo y quitándolo a su antojo de la presidencia y proclamándolo dictador. Ellas también le robaron las elecciones de 1970. También estas oligarquías, compendio de conservadores, jerarcas católicos y algunos liberales, ser repartieron el ejercicio del poder en el Frente Nacional, limitando la participación política pacífica y efectiva.
Los 80 y 90 estuvieron marcados por intentos de negociación de paz con diferentes grupos guerrilleros, sin embargo, los conservadores, entre los que se cuentan terratenientes, latifundistas y explotadores, y algunos sectores de la iglesia católica, repelieron y masacraron los intentos de mujeres y hombres de ingresar a la vida civil y a participar en política bajo lógicas democráticas.
Hoy, estamos presenciando ese descarado afán de los conservadores y de la iglesia en preservar su estatus quo, ganado en guerras y preservado por la ignorancia de buena parte de la masa. La crítica frente a las grandes, inminentes e importantes reformas sociales como la construcción de una Paz estable y duradera, el empoderamiento y la ampliación de derechos a minorías históricamente excluidas (mujeres, afro-descendientes, indígenas, víctimas, campesinos, población diversa sexualmente) y cambios liberales y progresistas, va a acrecentarse más. Esta crítica va a radicalizarse y a ahondar incisivamente, como una bestia salvaje encarnizada con su presa, a las posturas liberales y democráticas de otros sectores que procuran el cambio. La tibieza de los liberales y su virtud-vicio de democratizar las decisiones, podrá constarle cara a un país en un ambiente pre-electoral. Los conservadores y la iglesia se alían sin ningún problema, proclaman mentiras, o “post-verdades”, sin consideración ética alguna, mientras que los liberales y los progresistas en una ingenuidad infantil se enfrascan en discusiones democráticas tibias y correctas, en vez de cerrar bloques frente a quienes tiene al país en el retraso, la pobreza, la miseria, la violencia y el subdesarrollo.