Hacer películas en Colombia es muy duro. Ni siquiera un éxito rotundo como Paraíso Travel pudo asegurarle a Simón Brand la posibilidad de mantenerse dirigiendo. Desde el 2008 para acá ha tenido que ver cómo sus proyectos han naufragado irrevocablemente en el mar de los enredos, las convocatorias, el lobby, la burocracia cinematográfica y el siempre caprichoso temple de las estrellas.
Según su agente de prensa, Brand estuvo a punto de convencer a Bruce Willis para que protagonizara una película que iban a rodar en las favelas de Río. Imaginamos al director caleño haciendo una larga fila afuera de una oficina en Los Ángeles, teniendo debajo del brazo el guion de Captive, una de esas fascistoides historias en donde al gringo, valiente, generoso y bello, le suelen secuestrar una hija en algún país del tercer mundo. Después de un par de horas de espera le habrán abierto la puerta, y adentro no se encontraría con la estrella de Duro de matar sino con un manager que mirará con desconfianza el mamotreto, esbozará una sonrisa fría y le dirá, con una voz susurrante, todas esas promesas que alimentan el ingenuo y atribulado corazón de un director de cine colombiano buscando financiamiento para su próxima película.
Hace unos meses, cuando supimos que había rodado en Estados Unidos Default, nos enteramos que el proyecto brasilero se había caído, que los 35 millones de dólares con los que iba a filmar Captive se habían transformado en 700.000 y que había usado la técnica de Metraje Encontrado, tan cara al nuevo cine de terror, para contarnos la enrevesada e improbable historia de unos piratas somalíes que secuestran un avión, cargado de prestigiosos periodistas norteamericanos, solo para que les hagan una entrevista.
La historia, como la aeronave misma, nunca despega. Los secuestradores se quedan allí, como los tres guionistas que escribieron el filme, incapaces de tomar una decisión, enredados en disquisiciones filosóficas que tratan de convertir infructuosamente a Atlas, el líder de los criminales, en un villano tan profundo como el John Doe de Seven.
La falta de investigación con la que fue escrita Default solo se concibe en esos bodrios que pasan en The Film Zone en las madrugadas, una desidia que se ve reflejada en las preguntas básicas que puede hacerse un espectador promedio: ¿por qué secuestraron al grupo de periodistas en un avión y no los abordaron en el amanecer de esa playa africana en donde rumbearon hasta caer molidos? ¿Cómo es que nadie piensa en tapar las ventanas del avión? ¿Acaso afuera no hay francotiradores prestos a volarle la cabeza al primer terrorista que se deje ver? ¿Por qué no nos muestran la angustia, el cansancio y la sed de los cautivos? La excusa para explicar todas esas lagunas debe ser la misma de siempre: hay que rodar rápido porque las cuentas no se pagan solas.
Han pasado veinte minutos y las cámaras subjetivas, regadas en el mísero set en donde se intentó en vano dar la apariencia de un avión africano, empiezan a pulular como hongos después de la lluvia, haciendo que la película pierda cualquier atisbo de lógica narrativa. Es inevitable preguntarnos, ¿pero quién está filmando ahora? ¿Cómo así, cuantos pasajeros tiene el avión, 8, 15, 35?
Es allí cuando tú como espectador pierdes completamente la fe y te abandonas irrevocablemente a los placeres del Smartphone y eso que se ve en la pantalla se convierte en una incongruente emulsión de ruidos e imágenes en movimiento que mirarás ocasionalmente cuando la otra persona esté escribiendo, lentamente, su respuesta.
La sensación de estar secuestrado no aparece por ninguna parte pero sí la desesperación de estar atrapado en una pésima película, conviviendo con personajes que no terminaron de desarrollarse nunca desde un guion escrito a las carreras, filmado en vertiginosos quince días, editado con torpeza y actuado con desgano e incompetencia. Lo único que deseas es que haya un fuego cruzado pronto y que, como suele suceder en las Found footage, no quede absolutamente nadie vivo.
La gente, que multiplica su coeficiente intelectual cuando entra a una sala de cine, se da cuenta de entrada que Default fracasa inexorablemente en cada una de sus pretensiones, no es ni una crítica a la justicia norteamericana, ni a los medios de comunicación, ni a las políticas de colonización en África y ni siquiera es una copia de Capitán Phillips. Es tan solo el triste intento de un director de cine, uno de los más fiables y conocidos de este país, por mantenerse vigente.
Estrenada en 52 salas del país, fue vista en su primera semana por solo 8000 personas, Default vuelve a dejar claro algo que el cineasta colombiano, castigado por sus presupuestos exiguos y por su afán de dejar obra, ha perdido por completo la sintonía con su público. Llegó la hora de que el realizador nacional se limpie los ojos y acepte que si sus películas duran solo una semana en cartelera no es por culpa de las distribuidoras sino porque simple y llanamente la gente va al cine a que le cuenten una historia a punta de imágenes en movimiento y nosotros, al parecer, no sabemos hablar a veinticuatro cuadros por minuto.