Por estos días se ha escuchado un mensaje reiterado que surge como producto de la pandemia del COVID-19 y las medidas de distanciamiento social: “el mundo no va a volver a ser el mismo”. Esta afirmación se presenta desde diferentes dimensiones relacionadas con la economía, la política, la comunicación, la salud, la educación, las rutinas, la vida interior y el medio ambiente. Seguramente así será.
También por estos días de cuarentena, con la mayoría de la gente en sus casas, hemos visto cómo algunos animales aparecen por calles, campos, aguas y playas, territorios que en otro tiempo fueron de ellos. Hemos visto con asombro fotografías tomadas desde el centro de Bogotá, en las que aparecen imponentes los nevados del Tolima y del Ruiz, ubicados en la Cordillera Central, antes ocultos por los altos índices de contaminación.
Con lo dicho, el balance general de las medidas de cuarentena sobre el medio ambiente ha sido altamente positivo; se han disminuido las emisiones de gases de efecto invernadero y la calidad del aire ha mejorado. Pero esto es temporal. Las enseñanzas que nos dejarán las medidas de distanciamiento social van a ser muchas, la necesidad de cuidar el planeta siendo nosotros parte de él, no los propietarios, será una de ellas. Surgirán muchas propuestas.
Las preocupaciones ambientales han llevado a diversas fórmulas prácticas. En 1947, por ejemplo, Zúrich fue la primera ciudad europea en establecer un sistema de uso compartido de automóviles, haciendo de la movilidad una experiencia de sociabilidad. Hace 33 años, el domingo 20 de septiembre de 1987, tuvo lugar en Europa una jornada sin automóviles, otra manera de poner de presente la importancia de buscar nuevas formas de movilidad con reducción del impacto negativo en el ambiente. En el año 2000 la Comisión Europea instauró el 22 de septiembre como el día europeo “¡La ciudad, sin mi coche!”.
En Colombia se han implementado medidas de restricción vehicular para mejorar la movilidad y contener los altos índices de contaminación, como la del pico y placa, desde el año 1998. El jueves 24 de febrero de 2000 se celebró el día “Sin mi carro en Bogotá”; y se sigue realizando (la última versión fue el pasado 6 de febrero con el nombre “Día sin carro y sin moto”). Estas jornadas han demostrado reducción en las mediciones del material particulado respirable en la atmósfera, también descensos en siniestros y fatalidades; e incremento en el uso de bicicletas, patinetas, patines y caminata.
Los días sin carro, sin embargo, no tienen la contundencia para atacar de fondo el problema ambiental y particularmente el de cambio climático, ya que se esquivan factores como la contaminación producida por la agroindustria, la extracción minera y de hidrocarburos, y la deforestación. A pesar de ello, se destaca la función pedagógica y de sensibilización ciudadana frente a la problemática.
De otro lado, las medidas adoptadas ante la pandemia han visibilizado realidades de a puño en el contexto económico del capitalismo global; una de ellas es que sin la explotada fuerza laboral, la economía entra en crisis; otra es la vulnerabilidad en que se encuentran grandes capas de la población; y finalmente, que los seres humanos somos los grandes responsables del deterioro ambiental.
La escritora canadiense Naomi Klein no pudo haberlo expresado mejor: “Cuando la gente habla sobre cuándo las cosas volverán a la normalidad, debemos recordar que la normalidad era la crisis… Lo normal es mortal. La ‘normalidad’ es una inmensa crisis. Necesitamos catalizar una transformación masiva hacia una economía basada en la protección de la vida”.
Por todo lo anterior, para que el mundo no vuelva a ser el mismo, no parece descabellado pensar, en un contexto de pospandemia, no desde una perspectiva autoría de control social, sí desde una postura autocrítica, reflexiva, pedagógica, propositiva, activista, solidaria con nuestras generaciones presentes y futuras, que se decrete… “un día sin gente” fuera de casa. Si es descabellado tal vez lo sea desde la “normalidad”.